Tribuna

¿Hacia una renovación educativa?

Compartir

El viernes 17 de mayo en el Colegio Marista Champagnat de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se llevó a cabo la Asamblea Anual Ordinaria del Consejo Superior de Educación Católica (Consudec). Allí quienes animamos la actividad educativa a nivel diocesano y provincial de todo el país, en un clima de fraternidad, evaluamos el 2018 y compartimos los pasos a dar durante este año.

En las palabras de apertura, Mons. Eduardo Martín, presidente de la Comisión Episcopal de Educación Católica, compartió su experiencia de encuentro con el Papa Francisco durante la visita Ad Limina. Dos expresiones de Francisco en torno a la educación fueron las que más atención lograron en la apertura de la Asamblea. “Estoy preocupado por la educación católica de Argentina.” Y desde esa preocupación exhortó a Mons. Martín a que “con coraje se inicie una renovación en la educación católica”

Durante el 2018 fuimos parte del central en la discusión y cuestionamiento educativo a nivel nacional en torno a la implementación de la ley 26.150 referente a la Educación Sexual Integral. Desde allí surgieron las más variadas posturas, tanto ofensivas como defensivas, donde en algunos casos se inició nuevamente una reflexión profunda y genuina, y en otros se redujo a una pelea bicromática: verde o celeste. Una vez más fuimos rehenes y cómplices de un dualismo social y eclesialmente estéril, que dejó más distancia que cercanía y misericordia. 

Francisco nos anima a todos a que con coraje iniciemos una renovación educativa. Es una invitación, pero a la vez un deber educativo-pastoral poder generar procesos que nos lleven a un cambio profundo en las propuestas actuales, sin perder nuestra identidad pero animados a la innovación y a la inclusión. Estas últimas dos palabras, son escuchadas y leídas desde hace mucho tiempo en el ámbito educativo, pero muy pocas veces son encarnadas en procesos significativos de conversión.

«¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”.» (Lc 14, 28-30).

Debemos antes calcular los gastos, entender la necesidad de una inversión primaria para que el proceso de edificación en torno a la renovación sea realizado. Entonces, ¿cuáles serían las condiciones previas que deberíamos lograr antes de iniciar un proceso de renovación educativa? 

  • Una verdadera comunión y comunicación entre lo diocesano y lo congregacional: estamos en un momento histórico prudencial para evaluar lo que generó el surgimiento de nuevas formas de animación educativo-pastoral que responden a los signos de los tiempos, y desde ese análisis crítico ( tanto pedagógico, como pastoral y no solo económico y legal) poder proyectar una única identidad educativa católica respetando las particularidades tanto diocesanas como congregacionales. Si deseamos romper con estructuras que dividen y alejan, y no lo iniciamos nosotros primero como testimonio evangélico, todo lo que siga serán acciones vacías.
  • Conocer, comprender y aceptar la realidad actual: es preciso tener una lectura y análisis profundo del contexto desde donde deseamos renovar la educación católica. En determinada ocasiones, las propuestas educativo-pastorales no responden al tiempo y espacio de la sociedad donde se llevan a cabo. Debemos tener «un oído en el pueblo y otro en el Evangelio», como nos anima el Beato Angelelli. Hablamos de falta de compromiso docente, de una mala formación, de la crisis familiar, de las situaciones gremiales, del diálogo político, pero solo nos quedamos en eso, en expresiones que intentan ser diagnóstico y solo quedan en comentarios que no permiten la determinación de un proceso.
  • La renovación surgirá del magisterio del Papa Francisco: en determinados espacios, la animación pastoral bergogliana aún no llegó. No quiere decir que debemos alcanzar un fanatismo papal en torno a los proceso que animamos, pero el impulso renovador e innovador de Francisco va perdiendo fuerza. Ya muchos olvidaron aquel 13 de marzo del 2013. Esa alegría de la Iglesia universal en nuestro país se va desvaneciendo, si no es capitalizado y teniendo como norte en las instituciones este nuevo humanismo solidario del que nos habla Francisco como propuesta para el ámbito educativo.
  • Verdadero compromiso al proceso renovador: cuando se intenta iniciar un nuevo tiempo, una nueva etapa sin tener que “acudir” a la imposición o a la reconstrucción luego de una catástrofe (y en este caso hablamos de catástrofes institucionales, pedagógicos, pastorales, legales y económicas), es necesario generar la necesidad colectiva nacional de la renovación, antes que la intención individualista de unos pocos que solo haga ruidito y todo siga igual. Es aquí donde comprendemos y asumimos que esta misión la anima el Espíritu Santo, Espíritu de sabiduría.

Iniciemos este nuevo camino haciendo nuestras las palabras de Francisco en la Exhortación Apostólica Postsinodal CHRISTUS VIVIT: «La escuela es sin duda una plataforma para acercarse a los niños y a los jóvenes. Es un lugar privilegiado para la promoción de la persona, y por esto la comunidad cristiana le ha dedicado gran atención, ya sea formando docentes y dirigentes, como también instituyendo escuelas propias, de todo tipo y grado. En este campo el Espíritu ha suscitado innumerables carismas y testimonios de santidad. Sin embargo, la escuela necesita una urgente autocrítica si vemos los resultados que deja la pastoral de muchas de ellas, una pastoral concentrada en la instrucción religiosa que a menudo es incapaz de provocar experiencias de fe perdurables. Además, hay algunos colegios católicos que parecen estar organizados sólo para la preservación. La fobia al cambio hace que no puedan tolerar la incertidumbre y se replieguen ante los peligros, reales o imaginarios, que todo cambio trae consigo. La escuela convertida en un “búnker” que protege de los errores “de afuera”, es la expresión caricaturizada de esta tendencia. Esa imagen refleja de un modo estremecedor lo que experimentan muchísimos jóvenes al egresar de algunos establecimientos educativos: una insalvable inadecuación entre lo que les enseñaron y el mundo en el cual les toca vivir. Aun las propuestas religiosas y morales que recibieron no los han preparado para confrontarlas con un mundo que las ridiculiza, y no han aprendido formas de orar y de vivir la fe que puedan ser fácilmente sostenidas en medio del ritmo de esta sociedad. En realidad, una de las alegrías más grandes de un educador se produce cuando puede ver a un estudiante constituirse a sí mismo como una persona fuerte, integrada, protagonista y capaz de dar.» (CV 221)