Tribuna

Es necesario ser buena persona

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Durante los años de estudio del Grado de Ciencias Políticas nos sumergíamos en el análisis de datos, ideologías, pensamiento, historia, economía y un largo etcétera, alguna vez que otra aparecía en mí estas preguntas: ¿Dónde queda el amor? ¿Es necesario ser buena persona para ser buen político?



Este tiempo difícil, de enfermedad, incertidumbre, dolor y muerte le ha dado una respuesta firme a esta duda que muchos se plantean: Sí. Es necesario ser buena persona para ser buen político.

En la política hay tres cosas muy importantes y conectadas pero a su vez diferentes entre sí: la ideología, el partido y el comportamiento. Esta última es la que es capaz de darle plenitud a las dos primeras.

En los últimos análisis y encuestas podemos observar como en España hay poca identificación partidista. Esto no quiere decir que los españoles no tengan ideología o interés, sino que se sienten alejados de los partidos. Que la actitud de los políticos centrados más en buscar las diferencias para crear su divinización con la demonización del contrario en una estrategia en la que se persigue papeletas y urnas cual pesadilla lleva al rechazo. El oponerse a todo por ser oponente puede convertirse en una esquizofrenia política, hasta el momento de que el oponente alguna vez proponga lo mismo que tú y, por lo tanto, tienes que inmolar tus ideas, porque lo importante es oponerse. En la actualidad vivimos este principio de contradicción en demasía.

Conmigo o contra mí

La sociedad hay que dividirla en grandes partes y si se puede, en dos, para que se luche para llevarse la mejor porción con facilidad. Una polarización para fulminar los matices. Que el ciudadano no piense mucho. Un conmigo o contra mí. Unos míos y unos otros. La utilización del ciudadano para que ayuden a generar el caldo de cultivo del odio y populismo para réditos electorales no tiene parangón. El discurso de trazo grueso y mal educado creando en los parlamentos pequeños ring de boxeos hace que en la política se asuma aquello de “todo vale”. Al fin y al cabo, uno de los grandes problemas a lo que hemos llegado es que los partidos están poco a poco convirtiéndose en un fin en sí mismo, no en un medio para mejorar, desde las ideas varias, la vida de los ciudadanos.

Aquí es donde nos tenemos que hacer las preguntas: ¿Dónde queda la actitud impregnada en el amor a tus semejantes? ¿Dónde queda la bondad? ¿Dónde queda la vocación de servicio? ¿Hay o no esperanza?

Como para ser verdadero cristiano, sí obligatoriamente se ha de ser buena persona, nos iremos a Jesús para poder beber de su manantial limpio. Hay una escena del Evangelio tremenda. Los discípulos prohíben a un hombre que estaba curando que lo siguiera haciendo. ¿Por qué? Juan lo justifica de esta manera ante el Señor: “Porque no es de los nuestros” Mc 9,38.

Hermanos e iguales

Una respuesta simplista. Solo puede ser bueno los que están en su grupo, tienen el monopolio de las buenas acciones. Deben brillar apagando la luz de los otros. Hay que oponerse porque son oponentes, no hermanos iguales a nosotros. La respuesta de Jesús es maravillosa: “No se lo impidáis. Ninguno hay que haga milagro en mi nombre que pueda decir mal de mí”. Para Jesús lo importante es que la gente se cure, no la fama de su grupo. ¡El que cure, es de los suyos!

Jesús hizo del sufrimiento humano el centro de su vida: quitar miedos, soledades, pobreza, enfermedades físicas y espirituales. Sí, anuncia la salvación pero empieza a hacer la vida más salvada allá por donde iba dejando sus huellas. “Pasó por su vida haciendo el bien”, nos dirá los Hechos de los Apóstoles.

Aquellos que se ponen de parte de los más débiles, que ayudan a hacer la vida más vivible, que miran a los otros observando su dignidad, ahí está llegando el Reino de Dios. Si esto es ser cristiano, esto es ser buena persona y, por tanto, esto es ser buen político, al margen de sus habilidades de expresión oral, escrita, estratégica y negociadora, también necesarias. Parafraseando a Miguel de Cervantes podemos decir que en política la humanidad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea.

Buenos samaritanos

El buen político y el cristiano deben ser obligatoriamente “Buenos Samaritanos” que ante el dolor del prójimo se conmueve y al contrario de los señores del cumplimiento, golpe de pecho, palabrería y exhibicionistas, no pasa de largo. Lo intenta curar con todo lo que tiene, lo monta en su propia cabalgadura y lo lleva a un alojamiento para cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. “Anda entonces y haz tú lo mismo”, concluyó Jesús en la parábola.

No es utopía que los políticos sean sencillamente lo que deben ser. Este tiempo de oscuridad ha servido para ver también la luz de muchas personas y profesionales que han brillado. Médicos, enfermeros, ONG, sacerdotes y religiosas, parroquias convertidas en el hogar donde el plato de comida, ropa y sonrisa siempre te esperan.

Y como no, por muy impopular que sea, también políticos. Personas que se entregaron en la noble tarea de servir a la sociedad más herida sin esperar agradecimientos y sí cargar con las incomprensiones. Alcaldes que han llevado bombonas de butano a los hogares, o concejales preparando las camas en un pabellón con personas sin techo mientras las calles eran auténticos espacios huecos y vacíos.

Uno de esos buenos políticos y a su vez médico, porque antes es buena persona, donde podemos personificar y sintetizar a todos los entregados al otro es: Guillermo Fernández Vara. Un cristiano que tiene grabado el Capítulo 25 de San Mateo en su corazón y descubre a Dios en el sufrimiento, la pobreza y la desigualdad. Guillermo sabe que no se enciende una luz para meterla en un cajón, por eso, como los Discípulos, quitó tiempo de su familia y amistades para seguir a esa voz profética de implantar justicia en su realidad.

“El vino de sus venas nos provoca.

El pan que ellos no tienen nos convoca

a ser Contigo el pan de cada día”

(Pedro Casaldáliga)

Ahora, en estos tiempos de dureza, Guillermo Fernández Vara sigue siendo esa voz incomoda para muchos porque grita la verdad, aquello que no se quiere escuchar pero debe de oírse, porque el partido, la ideología y las estructuras no son más importantes que la vida de la gente que no puede vivir bien. “Primero pensemos en nuestro país, luego en nuestro partido y, si nos queda tiempo, en nosotros” es una de sus frases de cabecera. Decir lo que se piensa es la lealtad de querer lo mejor. Lo más fácil es el desentenderse o seguir la corriente a donde te quieran llevar.

Guillermo no se dedica a confrontar entre banderas, ni a crear polémicas estériles o a confrontar por confrontar. Él se dedica a llorar con los que lloran, a dedicar tiempo para con sus ciudadanos, a gestionar pensando en la oportunidad de quienes nunca la tuvieron o en el camino de los años la perdieron. Uniendo fuerzas con todos aquellos que buscan un bien, porque para él, todo el que cure heridas de vida, también es de los suyos. Sin sectarismos. Sus ideas están al servicio del “amar y servir”, que diría san Ignacio de Loyola. Guillermo Fernández Vara es uno de los políticos que permanentemente rompe con la polarización. Es capaz de reconocer los dones del otro, de ayudar al adversario, de hacer autocrítica, porque sabe que todo esto es un medio con el único fin de crear una sociedad mejor. “Cuanto mejor, mejor”.

Entonces, llegamos al punto donde la ideología y el partido se impregnan de una misión bienhechora, porque su actitud está centrada en hacer el bien bajo el paraguas del diálogo, buscando entre todos la verdad, que diría Antonio Machado.

En las trabajaderas caben todos

En estos tiempos de polarización, muchos utilizan lo más intimo de las personas, como la fe, para reforzar sus polos, tanto para patrimonializarla dejando fuera a parte de la familia de Dios por no encajar con su ideología excluyente, como para odiarla disfrazando de laicidad lo que realmente no es, sino discriminación. Y a partir de ahí plasmar sus demonizaciones sobre el contrario.

Guillermo, como buen capataz del paso de la Virgen de la Soledad de la Hermandad del Descendimiento durante 25 años, sabe que en las trabajaderas caben todos. Ni ideologías, ni formas de creer, ni procedencia, ni tonalidades de piel. Todo el que preste su costal tiene la misma dignidad para compartir la misión de regar las calles de consuelo y de verdad.

“Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca”.

(José Martí)

Como este hermoso poema ha sido su política. Enfatizando una y otra vez la necesidad de una nueva fraternidad en España renovando la capacidad de nuestros antepasados de lograr el espacio que nos dio el mayor tiempo de libertad en nuestro país.

Para ello, se debe mirar con ternura las vidas ajenas, el entendimiento del que piensa diferente y sentir que tus derechos son también los de los otros. Asumiendo cada uno sus deberes llegando a conseguir lo que todo hombre y mujer busca desde lo más profundo de su ser: paz.

El dirigir el paso de una comunidad autónoma por el camino más difícil resulta escalofriante. Pero a toda suma bajo la canastilla. Desde el enfermero a la monja que prepara la cena de 300 personas en el anochecer de un barrio castigado por la injusticia, desde el trabajador social que ayuda a salir adelante a las familias hasta el cura que consuela las penas de quien perdió la persona que más quería.

No ridiculiza, no fracciona, no pone impedimento. Todos son necesarios que entren, todos reconocidos, todos abrazados, todos unidos para levantar cada día la Comunidad que todos formamos, como Jesús hizo en la mesa del pan abierto y para todos. Este ha sido el planteamiento que Guillermo ha seguido mientras otros jugaban en cómo podían quedar mejor, diciendo una cosa y la contraía por tal de crear confrontación.

Para las nuevas generaciones y para los jóvenes cristianos, la persona de Guillermo es un estímulo a entregarnos en la vocación de servicio público y social. Vemos en él la pureza de corazón, la cordura de la razón y la utilidad de dar el paso de entregarse. A ser coherentes sin desfallecer con un corazón abierto para dar al mundo, a nuestra Iglesia y a la sociedad lo que necesita urgentemente. Como diría el querido y entrañable san Juan Bosco: “Buenos cristianos y honrados ciudadanos”.