Tribuna

En recuerdo de Isa Solá… ¿Por qué, Señor?

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Querida Isa: me dirijo a ti porque quiero estar un ratito contigo. Ya no estás entre nosotros, pero te siento muy cerca. Se cumplen diez años de aquel impresionante terremoto que azotó al pueblo de Haití. Tú lo viviste en primera persona. Nunca olvidaré ese triste acontecimiento.



Recibí la noticia en Roma, a media noche. Durante todo el día, hasta última hora de la tarde, vivimos la angustia de no saber nada de vosotras, con el presentimiento de que tal vez habríais muerto. Rezamos y esperamos… Finalmente, nos llegó la noticia de que las dos, Vivian y tú, estabais vivas. ¡Un milagro!

 

Más tarde, cuando pude compartir contigo esa experiencia, me dijiste que todo fue desconcierto, polvo, oscuridad, derrumbamientos, escombros, llantos, gritos de socorro, angustia, heridos, muertos y desaparecidos… Y te preguntabas: “¿Por qué han muerto tantos otros y no yo? ¿Por qué me has dejado aquí, Señor?”.

Vocación sanitaria

Ante la gran magnitud del desastre, reaccionaste con valentía y resurgió en ti tu fuerte vocación sanitaria. Te pusiste en seguida a socorrer, a sacar a gente de los escombros, a curar, a amputar… Y me comentabas que siempre te quedó la angustia de no haber podido hacer más. Fuiste valiente, heroica, profética… Creaste un taller de prótesis que hoy aún sigue activo, gracias a la cooperación de mucha gente; sobre todo de tu hermano Javier y familia, de amistades bienhechoras y del gran apoyo de la congregación y nuestra Fundación Juntos Mejor para la Educación y el Desarrollo (JMED).

En un primer momento, llegaron a Haití voluntarios y fuertes ayudas económicas de muchas partes del mundo: gobiernos, entidades, ONG… Pero, sobre todo, las ayudas de la Iglesia y de las congregaciones religiosas, entre ellas, la nuestra de Jesús-María. Después, permaneciste en Haití año tras año realizando una gran labor. Continuaste amando y entregándote a ese pueblo haitiano, que tanto has querido y has hecho por él, hasta que un día, el 2 de septiembre de 2016, una bala asesina y cruel acertó en dar contra tu persona y te quitó la vida. Ese día la bala no le tocó a otra persona, sino a ti. Tú fuiste la escogida para irte a la Casa del Padre. ¿Por qué, Señor? Tal vez porque ya estabas preparada. Después de una vida misionera, ya acabaste tu misión aquí. Te fuiste dejando en esa tierra una huella imborrable.

Testimonio de vida

El eco de tu asesinato produjo un gran impacto en los medios de comunicación y en muchos corazones, además de una pena honda en el pueblo haitiano, que no comprendió el por qué.
En Haití tú fuiste los pies y las piernas de los que las habían perdido en el cruel terremoto, pero, sobre todo, tú fuiste la expresión del corazón misericordioso de Dios para con los heridos y las personas que habían perdido sus seres queridos. A través de ti, las gentes recibieron esperanza, alivio, consuelo, amor, cariño y ternura. Con el testimonio de tu vida, nos diste ejemplo de olvido propio, entrega, de lo que es dar la vida por los demás, como hizo Jesús, a quien le consagraste tu vida y de quien estabas totalmente enamorada.

Por deseo tuyo, tus cenizas han quedado sembradas en Haití y están dando mucho fruto. Querida Isa, después de diez años, ¿cómo ves a Haití…? El pueblo de Haití continúa necesitando mucha ayuda, la tuya y la de muchas personas… Sentimos que tú ayudas desde el cielo, nosotras lo hacemos desde aquí.

Comunidad internacional

A raíz de tu muerte, nuestra Congregación de Jesús-María ha reforzado la comunidad de Puerto Príncipe con una comunidad internacional. Han sido enviadas tres religiosas, cada una de un continente: Josela Gil, de España; Soledad Moya, de Argentina y Farzana Philipe, de Pakistán. Las tres están colaborando en favor de los haitianos, gentes muy queridas y a la vez muy necesitadas. ¡Gracias, hermanas, por estar ahí! ¡Estamos con vosotras!

Y a ti, Isa, ¡gracias! Seguimos comprometidas y llevamos a Haití en nuestro corazón.