Tribuna

El cristiano ‘postcovid’ será santo o no será cristiano

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Parafraseando la tan famosa frase del teólogo Rahner, el cristiano del siglo XXI, que vive la incertidumbre de este momento histórico, será santo o no será cristiano. Y puede venir la pregunta: ¿cuándo no hemos sido llamados a esta santidad? Buena pregunta.

No es cualquier cosa decir en cada fiesta litúrgica eso de creer en “la comunión de los santos” como fruto del Espíritu. Pues sí, comunión (‘koinonía’) y santidad van de la mano. Pero, ¿quiénes son los santos? San Pablo responde que son los que creen en Cristo (1 Cor 1, 2). Y sigue diciendo este apóstol que esos mismos que ya son santos, están llamados a ser santos. Doble acepción de santidad nos encontramos. El cristiano de hace veinte siglos y el de hoy cree que, por el gran misterio de Jesucristo, tiene abierto el camino hacia la santidad. Entonces, solo queda creer de verdad, con responsabilidad, que, gracias a nuestra fe, estamos llamados y convocados a la comunión, con los de ayer, con los de hoy y con los de mañana.

La tempestad ‘en’ Dios

Muchas meditaciones y reflexiones son las que han surgido desde que, en marzo, apareciera esa palabra que parecía que era algo anticuado y sin vigencia, que es el confinamiento. Esas mismas reflexiones, que he seguido de cerca, me han aportado una convicción que es tan actual como antigua: la persona creyente tiene el deber de hablar de Dios en medio de la tempestad. Puede sonar un poco duro el verbo “deber”, pero, me pregunto si no es algo íntimo a esa santidad el compartir nuestra esperanza con cuantos más mejor, porque no nos salvamos solos.

Lejos de toda moralización, nuestra fe impulsa a predicar la santidad. Y es que esa santidad tiene su origen y su fin en Dios mismo. Cuando san Pablo habla de la vida “en” Cristo, resulta llamativo ver cómo cambia la vida entera de la persona cuando recibe ese don de la fe. Sumergido, empapado de Cristo, la vida no puede sino tener sentido. ¡Y ahí aparece la santidad!

Hace algunos años que descubrí que mi vida no depende de sentencias e imperativos morales que vienen de fuera, sino que depende del ‘acontecimiento’ de Cristo. Esta convicción no me quita las dificultades ni los problemas, las alegrías ni los aciertos personales, sino que me da unos “anticuerpos” que antes no tenía. Esos anticuerpos son los frutos del Espíritu.

Y… Dios, ¿dónde está?

No pocos jóvenes me han preguntado en estos tiempos de covid que por qué Dios no hace algo, que dónde está. No tenemos respuesta frente al mal, pero sí tenemos fe. Se me quedó grabada hace unos días la frase del evangelio según san Lucas en el momento de la anunciación a María que dice que “para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 37).

Mientras escribo estas líneas, he recibido la trágica noticia que un gran amigo mío ha perdido a su hermano. Y, volvemos a preguntarnos: ¿dónde está Dios? Está en ese todo del que habla Lucas. El creyente del siglo XXI sabe bien de tragedias, de cifras dolorosas, de pérdidas y de muertes. Lo acaba de saber de golpe, sin anestesia. Pero, más que nunca sabe cuánto es importante dar razón de su fe. No me refiero a respuestas elaboradas en argumentaciones lógicas perfectas. Me refiero a la vida. Esa es la mejor razón que podemos, puedo dar.

Dios está en cada santo y en cada santa del siglo XXI que dice sí libremente a un Dios que entra en nuestra historia, que toca nuestros dolores. Cada santo, cada santa de hoy, de ayer y de mañana está llamado en el tiempo y en la eternidad a serlo de verdad, con responsabilidad. Que ni la muerte, ni el dolor, ni el sufrimiento tienen la última palabra viene de suyo si creemos con las entrañas que, para Dios, nada hay imposible.

Y a este punto, me puedes preguntar: “¿cómo logro la santidad de la que hablas?”. Keep calm! Los teólogos lo reflejan con una idea preciosa que me parece muy potente: la pasividad activa. Pasividad, sí, porque Dios tiene la última Palabra, y es Él quien hace posible todas las cosas; pero, activa, también, porque reclama nuestra responsabilidad. Somos santos porque Dios así lo quiere y estamos llamados a ser santos porque nos ama. Así que, la santidad es posible porque, para Dios, nada hay imposible. La esperanza de la fe no es solo moral. Por eso, a mi amigo y a ti, lector de estas líneas, te digo que, para Dios, nada hay imposible. Esa es la esperanza. Y, lo es, porque Dios ama, en presente.

La clave es el amor

Comunión de los santos, empezábamos… y es que el cristiano del siglo XXI “debe” (sí, así de fuerte) decir alto que, para Dios, nada hay imposible. El amor es nuestra ley.

La pandemia nos ha descubierto otras “pandemias” que parecían resueltas, pero que estaban solo tapadas. Ahí, el santo del siglo XXI habla de y con Dios, pero lo hace desde la vida.

La Navidad es la mejor expresión de que nuestra ley es el amor: Dios mismo, hecho carne, no quiere solo vernos, como si en una atalaya estuviera, sino que quiere amarnos. Así de sencillo y así de precioso es este Misterio.

Acabo con un versículo que contiene una potencia increíble para nuestra fe. Dice san Juan: “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

Amor para el mundo. Amor para los hermanos. Amor para los santos. Amor de Dios que solo puede encontrar un fin: la Vida verdadera. Es el momento de que cada creyente hoy diga: creo en la comunión de los santos, porque Dios es Amor.

Comunica conmigo. Sé de Dios, sé santo del siglo XXI.

¡Feliz Navidad, feliz reinado de la Ley del Amor!