Tribuna

De Ester a la cirugía estética

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Se debe a  Santo Tomás haber clasificado la templanza como la cuarta virtud cardinal, después de las otras tres: Prudencia, Justicia, Fortaleza. Estas forman cuatro canales morales metafóricos que envuelven la creación, brotando de una sola fuente, como en el Edén del Génesis donde: De Edén nace un río que riega el jardín, y desde allí se divide en cuatro brazos. El primero se llama Pisón: es el que recorre toda la región de Javilá, (…). El segundo río se llama Guijón: es el que recorre toda la tierra de Cus. El tercero se llama Tigris: es el que pasa al este de Asur. El cuarto es el Eufrates (2,10-14).



Madame Bovary y la mujer de Lucas

Las novelas francesas y rusas del siglo XIX han descrito las corrientes del cuarto río por parte de mujeres. La templanza sería el freno implícito a los impulsos pasionales e irracionales, viscerales e inmorales del instinto femenino. Deslumbrantes son las escenas plasmadas por Flaubert o Tolstoi (cf. Anna Karenina). Memorable el descaro de Madame Bovary que de madrugada salía de la casa del marido para ir a ver a su amante. Podría pensarse en el personaje bíblico de María Magdalena que sale cuando está oscuro para buscar el Cuerpo de Jesús o, aún más –respecto al escándalo del gesto– el de la pecadora del Evangelio de Lucas (cf 7, 36-50).

Jesús es enviado a casa de Simón el fariseo y, mientras está a la mesa, una prostituta se postra a sus pies y comienza a besarlos,  a mojarlos con sus lágrimas y secarlos con sus cabellos. Si hiciéramos una lectura superficial del Catecismo de la Iglesia católica denunciaríamos a esta mujer entre los casos de intemperancia patente, ya  que: La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad (CCC, III,1).

Parecido tenía que ser el razonamiento de Simón que dijo para sí: Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora! (v.40). Pero la conclusión del pasaje lleva por otro camino, ya que esa mujer se convierte en maestra del fariseo. ¿Ves a esta mujer? Dice Jesús. Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies (…) Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Estos gestos intemperantes son, para Jesús, más bien signos de un “exceso” de amor por el que ella no será condenada sino perdonada por cada uno de sus pecados. Un ejemplo que obliga a reflexionar sobre el sentido auténtico de la templanza, para que esta virtud cardinal no se reduzca a mezquina simpleza.

Cosméticos y santas invasiones

Un ámbito que actualmente se presta a ser medido con la cuarta virtud es la de la cirugía estética en el que son las primeras –aunque no las únicas–  las mujeres. Moralmente se aplica al sentido de un límite más allá del cual se incurre en una sanción, típico del concepto griego antiguo de ‘hybris’ (= arrogancia que trae venganza). Este cruce es un evento condicionante y muy femenino en la Biblia. La belleza de las mujeres– obtenida con cosméticos –es la razón por la cual los “hijos de Dios”  bajaron a la tierra y las tomaron como esposas: fue un ir más allá del límite que costó la condena de la mortalidad, frontera humana extrema (cf. Gen 4 , 1-3).

Pero en el libro de Ester, una cierta intemperancia se muestra, por el contrario, providencial. Ester es una niña huérfana de la que se ocupa su tío Mardocheo, judío de la diáspora persa, que la invita a entrar en el harén del gran rey. Allí pasó un año para hacer tratamientos de belleza para cambiar su aspecto: seis meses para ungirse con aceite de mirra, y seis meses más para embellecerse con aromas y otros cosméticos usados por las mujeres (2, 12). Así, consiguió no solo convertirse en la esposa de Assuero sino también llevar una auténtica “máscara” porque su esposo no reconoció en ella los rasgos de mujer judía. La historia evoluciona de una manera desconcertante para los moralistas: no solo Ester no es castigada por los muchos “límites” que ha osado, sino que, gracias a ellos, logrará darle a sus hermanos judíos la gracia de la supervivencia. Al final serán sus “excesos” y su lealtad quien libere a Israel del exterminio.

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