Tribuna

Contagiar la confianza en Dios, por Manuel Herrero

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La esperanza humana es esperar que mañana irá todo mejor, aunque a veces se traduce en un optimismo y un positivismo irracional. Cristianamente,  la esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del espíritu Santo. La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre. Además, asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva  del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.



Soy uno de los afectados por el Covid-19. Estuve 11 días ingresado en el Hospital Río Carrión de Palencia, en una habitación aislada, donde solo entraban los médicos, las enfermeras y la limpiadora, y, después, cinco días confinado en la habitación de la casa sacerdotal en la que vivo. En esos días fui diagnosticado y tratado; por mi parte rezaba, leía, reflexionaba, pensaba en la Diócesis y experimenté la comunión de la iglesia de Palencia con sus oraciones, llamadas telefónicas, el cariño de la familia y los amigos, etc. También experimenté la fragilidad humana, el estremecimiento y el miedo ante la muerte; un compañero agustino de mi misma edad y con el que había convivido muchos años, el P. Agustín Bécares, estaba en la misma planta afectado por el virus, se complicó, se lo llevaron a la UCI y falleció. Me preguntaba ¿por qué él sí y yo no? Y lo mismo sentí cuando pensaba en tantos fallecidos.

Impulsar la cultura del encuentro

Todo el tiempo mantuve la esperanza, no de que me fuera a curar y pudiera salir del hospital, sino en Dios, porque me sabía en sus manos providentes. Le decía: Hágase tu voluntad, pero si puedes esperar, por no causar dolor a la familia ni dejar ahora a la Diócesis cuando tenemos tantos proyectos, pero al final, decía: lo que Tú quieras y cuando Tú quieras porque nadie me ama más que Tú, incluso más que yo mismo. Me sostenía la oración de los salmos de la Liturgia de las Horas, la Eucaristía por televisión y la comunión espiritual, también, humanamente, la información diaria y la atención de los médicos y personal sanitario, su sacrificio y entrega para conmigo, pero no por ser yo el obispo, sino por lo que hacían con todos. Algunos se enteraron que era el obispo al salir del hospital.

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Como pastor, deseo ser testigo de esperanza contagiando la confianza en Dios que nos ama; intento hacerlo orando por el pueblo, trabajando por la Diócesis, e impulsando a todos los sacerdotes, religiosos y laicos para que seamos la Iglesia que el Señor quiere: una comunidad de creyentes, discípulos y misioneros, que vive la sinodalidad y sirve a la sociedad haciendo presente, aunque humildemente, el Reino de Dios, su amor misericordioso para con todos, especialmente los hombres y mujeres del mundo rural, compartiendo el camino con sus gozos y esperanzas, alegrías y penas, particularmente la de jóvenes, mayores, parados, los que sufren, para hacer una sociedad más humana y fraterna, impulsando la cultura del encuentro.