Tribuna

Ciencia y fe: la historia mal contada de Galileo

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Algunos autores como Artigas, Koestler y Sciacca (por mencionar algunos) han hecho una labor titánica para arrojar luz respecto a la historia del caso “Galileo”.



Como si de un programa televisivo de casos forenses se tratara, vamos a dilucidar lo que ocurrió, de manera que sea la historia, y no el primo de un amigo, quien le aclare esta contienda.

¿Quién fue Galileo?

Un astrónomo, ingeniero, filósofo, matemático y físico italiano, quien tuviera sus mejores años en el renacimiento (época caracterizada por ser el periodo de transición entre la edad media y la edad moderna, y además por sus grandes avances científicos y tecnológicos).

El problema de Galileo fue en realidad con los profesores aristotélicos de física, no así con las autoridades pontificias, estas últimas sobre todo por parte de Mafeo Barberini (quien llegaría a ser Urbano VIII), y el cardenal Bellarmino.

Las autoridades pontificias ya conocían la hipótesis de Aristarco (quien colocaba al Sol como centro, teoría heliocentrista) y no tenían ningún problema con Copérnico y Galileo, siempre que fuese afirmada como hipótesis (por eso Popper destaca tanto esta famosa disputa).

El problema de Galileo comienza cuando consideró esta hipótesis como una certeza absoluta. Galileo dijo a las autoridades pontificias que consideraría al heliocentrismo sólo como hipótesis pero luego en su gran libro de 1632 afirmó su sistema como certeza total, y además en su última página ridiculizó la posición epistemológica de Urbano VIII, quien se sintió traicionado y ordenó a Galileo la famosa rectificación. No fue un tema científico, sino un problema político-religioso.

Aquí cabe aclarar, ¿Por que las autoridades pontificias le pidieron la rectificación?,

Bellarmino y Barberini formaban un grupo de cardenales que eran como una perestroika científica en la Iglesia de ese momento. Conocían la “piadosa costumbre”, nunca declarada en concilios, de que las Sagradas Escrituras tenían que ser seguidas en el orden físico, excepto cuando se demostrara lo contrario. Estaban en desacuerdo con esta postura, pero querían que la transformación de la hermenéutica de las Sagradas Escrituras, en ese ámbito, fuera calma y progresiva.

¿Por qué con calma y progresiva?

Porque tenían en su memoria reciente el caso Lutero (reforma protestante de 1517) y no querían que todo se saliera de cauce como con el famoso fraile agustino; por lo anterior, le pidieron amablemente la rectificación, a modo de que Galileo los “acompañara” en esa posición.

Sin embargo, Galileo en su Carta a la Duquesa Cristina, en 1610, confirmó, de modo polémico, su total oposición a la “piadosa costumbre” refiriéndose, de manera despectiva hacia la Biblia, como un libro NO científico (y aquí, yo tengo mis “a segunes”), también afirmaba que los relatos sobre el mundo físico, excepto las afirmaciones históricas reales para la historia de la salvación, eran simbólicas (como los famosos siete días de la creación).

Pongamos las cartas sobre la mesa, la Iglesia nunca chocó con el avance científico, pero sí con la falta de prudencia recomendada por Barberini, la Iglesia veló y lo hará siempre por la hermenéutica; sin embargo, jamás ha incurrido en el literalismo bíblico antievolucionista que muchos creen.