Tribuna

Benedicto XVI y el devenir de Aparecida

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Hacia el año 2020 apareció en librerías un volumen titulado ‘Benedicto XVI. Una vida’. En esta obra, Peter Seewald busca realizar una biografía completa de un Papa extraordinario. El libro tiene muchos méritos que han sido reconocidos en numerosas recensiones. Sin embargo, la notoria parquedad con la que se habla de Benedicto XVI y América Latina no deja de sorprender al lector atento.



En efecto, Seewald, si bien menciona el vocablo “América Latina” en cinco ocasiones y “Latinoamérica” en veintitrés (a través de las más de 1.100 páginas de su libro), y además realiza algunos breves comentarios sobre Ratzinger y la teología de la liberación, deja la impresión no s0lo de que Benedicto XVI fue un hombre distante de nuestra región, sino que la vida sustantiva de la Iglesia continúa siendo principalmente europea.

Una realidad diferente

La realidad es muy otra. Joseph Ratzinger fue siempre atento a la forma peculiar cómo se vive la fe en la región latinoamericana. Su atención brota del afecto real que tuvo hacia nuestros pueblos y de la constatación sociológica de la relevancia que América Latina posee en la actualidad. No es posible ocultar que el 48% de los fieles católicos a nivel mundial somos latinoamericanos.

Así mismo, es inevitable reconocer que la Iglesia latinoamericana posee una vitalidad reflexiva y pastoral propia. Por ejemplo, en el magisterio episcopal es bastante evidente que América Latina no se concibe a sí misma como un mero “reflejo” de Europa, sino como una “fuente” que aporta –junto con otras regiones– a la riqueza de la Iglesia toda. Uno de los frutos más palpables de este hecho ha sido precisamente el pontificado de un papa argentino y la peculiar creatividad con la que este último ha puesto en práctica muchas de las enseñanzas de sus predecesores, en especial, de Benedicto XVI.

Maduración pastoral

En efecto, el breve pontificado de Benedicto XVI ha sido para la Iglesia de América Latina ocasión providencial para su maduración pastoral. Esto puede evidenciarse a través de numerosos mensajes pontificios a los obispos latinoamericanos; en las homilías dedicadas a recordar el acontecimiento guadalupano; en las visitas de Benedicto XVI a México, a Cuba, y en particular a Brasil, donde inauguró la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Aparecida, en el año 2007.

“Aparecida” no fue una reunión de “intelectuales”, sino un momento de discernimiento eclesial, reflexivo y crítico sobre la experiencia de una Iglesia que vive la fe de manera encarnada. Ahora bien, en esta dinámica caracterizada por el encuentro con Jesucristo en la carne concreta y herida del Pueblo de Dios que es la Iglesia, el pensamiento del papa Benedicto XVI ofreció categorías sin las cuales hubiera sido imposible interpretar lo que de manera inculturada y contextual se vive en toda la región.

Originalidad propia

Estas categorías, en cierto sentido, ayudaron a que “Aparecida”, más que poseer la unidad de un tratado sistemático, lograra una unidad sapiencial peculiar con fuerte incidencia pastoral. Dicho de otro modo, “Aparecida” posee originalidad propia, y sin embargo, la asimilación creativa de Benedicto XVI es sumamente evidente a lo largo de sus páginas.

Uno de los lugares en los que es más fácil percibir esto son los parágrafos 11 y 12, que, para algunos, constituyen como el corazón teológico-pastoral de todo el documento. En ellos, los obispos nos invitan a no replegarnos ante quienes solo ven confusión, peligros y amenazas, y nos recuerdan que lo importante es revitalizar la novedad del evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros.

Así mismo, nos previenen de las adhesiones selectivas y parciales de la fe, sobre el profundo vicio del moralismo y sobre el gris pragmatismo en la vida cotidiana de la Iglesia, en el que todo parece que transcurre con normalidad, pero en donde en realidad la fe degenera en mezquindad. Los obispos culminarán su reflexión diciendo que es preciso recomenzar desde Cristo, entendido como “acontecimiento”, es decir, como irrupción gratuita e inderivada que otorga un nuevo horizonte a la vida.

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