Tribuna

Aprendiendo de las abejas

Compartir

El 20 de mayo de 1734 nació Anton Janša, considerado el iniciador de la apicultura moderna, oficio que aprendió primero, intuitiva y empíricamente, en la pequeña granja de su familia en Breznica (en la actual Eslovenia) y que después desarrolló en la corte imperial de Viena. En recuerdo de su aportación, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 20 de mayo como el Día Mundial de las Abejas, que se celebró por primera vez en 2018.



Esta fecha es una ocasión para reconocer el papel esencial de estos insectos y de otros polinizadores para mantener sanas a las personas y al planeta y, específicamente, para valorar su contribución a una alimentación saludable y suficiente.Por ello es necesario conocer el hábitat de los polinizadores y mejorar las condiciones para su supervivencia, de modo que las abejas y otros pequeños seres vivientes que ayudan a la germinación de las especies vegetales puedan desarrollarse adecuadamente. Sin embargo, y por desgracia, desde finales de la década de 1990 se observa una brusca disminución del número de abejas, sobre todo en Europa y América del Norte, con una mortalidad media del 20%.

La polinización es el principal contribuyente a los rendimientos agrícolas a nivel mundial. Cerca de las tres cuartas partes de las especies agrícolas del mundo dependen, en cierto modo, de las abejas y otros insectos. Por eso, juegan un papel esencial para ayudar a nutrir a una creciente población mundial de manera sostenible y permitir mantener la biodiversidad y unos ecosistemas dinámicos. La reciente disminución del número de abejas tiene que ver con brotes de plagas e infecciones, con niveles más elevados de malnutrición y enfermedades no transmisibles y, en definitiva, con el aumento de problemas de salud para la población en todo el mundo. En buena parte, las amenazas contras las abejas y su hábitat provienen de la acción humana: prácticas agrícolas intensivas, cambios en el uso de la tierra, empleo abusivo de plaguicidas, escasez de agua e incremento de eventos meteorológicos extremos relacionados con el cambio climático.

Es clave, por tanto, subrayar la función benéfica que las abejas tienen sobre la polinización y, por tanto, para una correcta nutrición. Pero no es la única reflexión que podemos hacer en este Día Mundial de las Abejas. Brevemente, quiero añadir otras dimensiones que pueden iluminar nuestro propio comportamiento humano, en el plano de la convivencia y en el ámbito personal.

Abejas

Las abejas son conocidas por su gran laboriosidad y por la complejidad de su organización estructural. Pero hay más. Recordemos, por ejemplo, los aportes del etólogo austriaco Karl von Frisch, que en 1973 fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, precisamente por sus estudios sobre el comportamiento de estos insectos. Concretamente, descubrió su lenguaje corporal. Cuando uno de ellos localiza un campo rico en flores, regresa a la colmena y comunica a las demás abejas (a través de un baile que incluye movimientos vibratorios del abdomen) la fuente de polen que ha encontrado, su orientación y distancia. Previamente, von Frisch había descubierto que las abejas utilizan el sol como compás para orientarse. Quizá podemos preguntarnos, cada uno de nosotros y como sociedad humana, cómo está nuestra orientación vital, nuestra capacidad de comunicación, nuestro esfuerzo mancomunado, nuestra organización social. Solo de este modo podremos construir un mundo en el que todos tengan lo necesario para vivir y nadie quede excluido o rezagado. Los retos que hoy tenemos que encarar, tan enrevesados y duros, están pidiendo de nosotros, y además con urgencia, una colaboración leal, al margen de envidias y cicaterías.

Podemos fijarnos en otro aspecto de las abejas: su sentido de la vista y, más en concreto, sus ojos. Cada abeja tiene tres ojos simples y pequeños en la frente, y dos ojos grandes y compuestos en la parte lateral de la cabeza. Los ojos compuestos, a su vez, están formados por miles de diminutos ojos hexagonales (unos 4.000 las reinas, unos 6.000 las obreras, unos 13.000 los zánganos) que les proporcionan una visión en mosaico y una extraordinaria agudeza visual. Este ejemplo puede convertirse en una parábola de nuestra mirada sobre el mundo, ciertamente complejo. Y, por ello mismo, nos incita igualmente a no conformarnos con miradas simples, planas y superficiales, al tiempo que nos interpela a incorporar una mirada inclusiva, con diferentes puntos de vista. Solo así podremos hacer frente a desafíos tan grandes como la actual crisis del coronavirus o el permanente flagelo del hambre en nuestro mundo.

Ellas también nos enseñan el valor de gastarnos en favor del otro. No es por ello extraño que se atribuya a la sabiduría del gran poeta latino Virgilio el verso “Sic vos, non vobis mellificatis apes” (así vosotras, no para vosotras, producís la miel, abejas). Esa disposición al trabajo oculto y recto, impregnado de tesón, esfuerzo y generosa abnegación, que tiene como objetivo no el mezquino interés propio, sino el bien del prójimo, hizo que la expresión “Sic vos, non vobis” fuera tomada como lema de archiveros y bibliotecarios.

Madurez cristiana

Por último, no puedo dejar de traer a colación el Pregón pascual, que recuerda que el cirio pascual está preparado de aquella cera “que elaboró la abeja fecunda, para hacer esta lámpara preciosa”. Sobre estas palabras Benedicto XVI, en la Vigilia de la noche santa de resurrección del 2012, observaba: “En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo”.

Es importante, pues, no olvidar las lecciones que estos hacendosos seres nos dan y que pueden hacernos crecer en sensata madurez, también madurez cristiana.