Tribuna

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo/misma” (Lc 10,27) ¿También en cuarentena?

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La vida doméstica se ha visto interpelada por esta pandemia, y el confinamiento nos obliga a permanecer en casa. Cada pareja, cada familia habrá hecho lo posible para reorganizar  su vida y sus vínculos para adaptarse y transitar esta situación con más o menos éxito. Para asumir tal desafío influyen un sinfín de factores precedentes: la situación socioeconómica, las características edilicias de nuestras viviendas, la configuración familiar de quienes habitan en el mismo lugar, el tipo de ocupaciones laborales o la falta de trabajo, la salud o la enfermedad, el tipo y la forma de vínculos que supimos y pudimos construir. También nuestras creencias. Creencias en sentido amplio, es decir, aquellas convicciones y criterios de valoración con los que juzgamos los distintos aspectos de la realidad y la experiencia creyente. La experiencia de quien puede leer la historia y su biografía con una mirada de fe.



El impacto del encierro en la vida cotidiana es múltiple. Algunas familias se han fortalecido al encarar la novedad de la situación con estrategias consensuadas. Para ciertas parejas la pandemia fue el detonante de un malestar que se venía sorteando, pero el contacto permanente y la sobrecarga de actividades o la pérdida del trabajo, hizo insostenible la convivencia y la crisis estalló. En muchos casos, ha  provocado pérdida de intimidad, del deseo sexual, renegociaciones en el uso de los espacios y los tiempos, revisión de las pautas de cohabitación, superación de la rutina recreando la fidelidad, replanteos acerca del modo de comunicación y diálogo, redistribución de quehaceres domésticos.

Si bien los estudios realizados en el trascurso de esta pandemia dan cuenta de que la división de trabajo hogareño no ha variado sustancialmente en beneficio de una justa implicación en las responsabilidades y en el cuidado entre los miembros de la familia, se releva que 4 de cada 10 hogares modificaron el reparto de tareas en el hogar para hacer una distribución más equitativa.[1] La convivencia, en algunos casos, ha visibilizado el enorme trabajo que implica para las mujeres sostener las dinámicas familiares de limpieza, orden, insumos, alimentación, cuidados de salud, acompañamiento educativo, logística, etc., mientras la oficina y la escuela funcionan en casa y no se cuenta con el invalorable trabajo del personal doméstico para quienes requieren  de sus servicios.

Pongo el foco en las mujeres porque todavía siguen existiendo inequidades que sin la iniciativa y la participación activa y solidaria de todos los actores no podrán vencerse.  Es un dato alentador que en algunos hogares se hayan reorganizado las dinámicas familiares para que la actividad que requiere el sostenimiento de la vida cotidiana sea colaborativa, aunque todavía falte mucho por lograr.

La parábola actual

Hoy, los miembros de las familias se han vuelto prójimos, unos/unas de otros/otras. Casi sin escapatoria. Recordando el encuentro de Jesús con aquel doctor de la ley que quería ponerlo a prueba, me preguntaba qué contestaría hoy Jesús a su pregunta: quién es mi prójimo.  Si en aquel entonces nos regaló Jesús la bella parábola del buen samaritano, hoy podría agregar alguna otra comparación, acorde con el actual contexto:

“En aquel tiempo, una gran pandemia confinó a todos donde se encontraban. Solo podían salir quienes tenían trabajos esenciales, y el resto de la población estaba autorizada nada más a concurrir a los comercios de cercanía. En las casas, las familias, de pronto se encontraron compartiendo la vida cotidiana las 24 horas del día los 7 días de la semana. En una de esas familias, los más chicos estudiaban en la mesa de la cocina, y el abuelo, junto a ellos, intentaba arreglar un enchufe. La madre, mientras cocinaba, ponía la ropa a lavar, respondía preguntas escolares y contestaba un whatsapp de su jefe. La quinceañera, que veía a su madre haciendo malabares, chateaba con sus compañeras de colegio para organizar un trabajo en equipo que le pedían sus docentes. Observando que su esposa estaba sobrecargada de trabajo, el marido suspendió el pago de las cuentas a vencer, guardó en la heladera el queso crema que estaba en la mesa desde el desayuno, comenzó a lavar las manzanas que habían quedado en la bolsa de las compras del día anterior, dobló los repasadores secos, los puso en el cajón, sacó la olla del fuego, le pidió a su hija que buscara el tornillo que se le había caído al piso al  abuelo y a los chicos que se encargaran del escobillón y la pala”.

A la pregunta: cuál te parece que se portó como prójimo de aquella mujer, podríamos contestar: quien observó, se detuvo, tomó la iniciativa y se hizo cargo.

La vida cotidiana, hoy más que nunca, nos hace descubrir que el prójimo más próximo está en nuestra casa y es nuestro pariente. Y las actuales coordenadas nos dan la oportunidad de hacer  florecer nuestros  buenos sentimientos teniendo la ocasión de demostrarlos (Fl 4, 10), no con gestos grandilocuentes, sino con la sencillez de quien se sabe corresponsable, de quien observa, se detiene, toma la iniciativa y se hace cargo.

El amor, en gestos

Jesús nos presenta el amor a Dios y al prójimo como las dos caras de la misma moneda: “Si alguno dice: yo amo a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso” (1Jn 4,20).

En nuestro caso, quienes vivimos en pareja el camino del discipulado, nos convertimos en el prójimo más próximo, uno de la otra  y viceversa. Por tanto, este tiempo de pandemia nos desafía a tomar conciencia de que el amor se expresa en aquellos gestos simples de la vida cotidiana, que muchas veces exceden lo debido y provocan la reconfortante certeza de sentirse amado/amada. De este modo, el amor mutuo de la pareja será modelo de relaciones interpersonales para los demás miembros de la familia.

Claro está que este tiempo pone en juego nuestra sensibilidad y muchas veces, como Pablo, aunque queramos hacer el bien es el mal el que se nos presenta (Rom 7, 21). Pero el mismo Pablo señala que en los momentos en que percibimos la mayor debilidad somos fuertes por la fuerza de Cristo (2Co 12,10).

Los vínculos en el curso de la de pandemia, ponen a prueba nuestra capacidad de escucha activa y de diálogo respetuoso, de solidaridad sin exigencias. El mandamiento del amor, como fuerza inspiradora y acción interior del Espíritu que lo derrama en nuestros corazones (Rom 5,5), sigue impulsándonos a la entrega generosa que supone preguntarnos qué haría Jesús en esta circunstancia.

Seguir a Jesús en el actual contexto familiar requiere el valor de los/las grandes. Su paciencia, su capacidad oyente y dialogal, su atención a cada persona tomándose el tiempo necesario,  su compasión y ternura tanto como sus palabras interpelantes son el testimonio de un amor liberador, que nos hace bien. Estamos invitados e invitadas a tener sus mismos sentimientos (Fl 2,5), viviendo con la alegría de quien se sabe amada y amado por Dios y por nuestro prójimo más próximo, aunque a veces el amor mutuo nos exija alguna renuncia.

Esta pandemia nos sitúa entre la encarnación y la pascua, viviendo a fondo nuestra humanidad asumida y recreada en Cristo como un camino hacia la Vida plena que nos ofrece a cada instante el Espíritu del Resucitado, aquí y ahora.

[1] https://www.unicef.org/argentina/media/7866/file

Referencia Encuestas
https://btglatam.com/covid-19-arg/
https://www.iae.edu.ar/es/LaEscuela/IAEHoy/Paginas/Como-se-han-adaptado-las-empresas-y-las-personas-a-la-realidad-de-la-conciliacion-en-tiempos-de-COVID-19.aspx
https://www.clarin.com/economia/dificil-tarea-equilibrar-vida-laboral-familiar-cuarentena_0_q-gAQ6iu4.html