Tribuna

Al servicio de la hospitalidad

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En en el año en el que se cumplen 25 años de la celebración de la Jornada de Vida Consagrada, me suscitó el anhelo de compartir el testimonio de mi vida consagrada en hospitalidad. Este aniversario me ha motivado a hacer una relectura agradecida de mis 25 años de Vida Consagrada, celebrados recientemente.



Con este hecho, he sentido cómo Él ha ido realizando conmigo su historia de amor, de salvación y sanación, capacitando mi vida para la entrega, haciendo de ella un cauce de su amor en medio de mi fragilidad. Con este preámbulo, constato que la Vida Consagrada ya en sí es un don, una llamada y una tarea, que Dios ofrece a la persona para colaborar con Él a través de la misión específica a la que Él te envía.

En mi caso, fue a través de la persona con enfermedad mental: un mundo que para mí era desconocido. Cuando me acerqué por primera vez a un hospital psiquiátrico, el ver el sufrimiento reflejado en los propios rostros de las personas, supuso en mí un impacto inexplicable pero radical; quedé atrapada y seducida de tal manera que, sin saber por qué, me vinieron a la memoria las palabras de Mt 25 “cuanto hicisteis a uno de estos más pequeños a mí me lo hicisteis”.

Esta fue la realidad, la mediación de la que Él se sirvió para despertar en mí la llamada a la Vida Religiosa Hospitalaria. Ahora, la hospitalidad se ha convertido en una manera concreta de seguir a Jesús a través de esta vocación de servicio.

Las Hospitalarias hemos sentido la llamada de Dios a vivir un proyecto común con otras Hermanas para dedicar la vida al servicio de la hospitalidad. No como salvadoras, sino como mediadoras de la misericordia con la que hemos sido tocadas y bendecidas, para ser hoy, en medio de esta realidad de sufrimiento, cauces de su misericordia y de su esperanza, en una realidad que genera tanta soledad y dolor. Desconfiando de nosotras, confiamos en el Corazón de Jesús que quiere llegar especialmente a los que más sufren.

A lo largo de estos años, he ido viviendo esta hospitalidad en las realidades que se me han confiado a través de distintos servicios: voluntariado, pastoral de la salud, pastoral vocacional, etc. En ellos he experimentado esa comunión y sentimiento de quienes formamos la comunidad hospitalaria (personas asistidas, familiares, colaboradores, voluntarios, hermanas, bienhechores, amigos, y las personas en formación, todos) estamos en el mismo barco. “Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos apoye y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante. ¡Qué importante es soñar juntos!” (Fratelli tutti, 8).

El mismo barco

En el barco de la hospitalidad todos nos sentimos parte de un proyecto común. Unos a través de la vocación consagrada, otros, desde su vocación laical, o desde unos valores humanos, hacemos realidad este sentido de fraternidad en medio de un mundo herido en el que cada día nos acercamos, de puntillas, porque el terreno que pisamos es sagrado, como lo son la vida de cada persona a las que ofrecemos nuestra entrega en la atención y el cuidado.

Siento que las personas asistidas han estado y están en el centro de mi corazón y, sin duda, han alimentado y sostenido mi entrega a esta vocación hospitalaria como un regalo y un don.

Acoge mi entrega, en respuesta a tu amor y fidelidad, para ser misericordia con mis hermanos. Que cada día me viva enviada por ti Señor, a la misión que me confías. Ser tuya es vivir.

Que podamos ser hoy luz de Cristo a través de la práctica de la Hospitalidad en tantos Cristos que hoy sufren.

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