Tribuna

Acompañar al hermano que deja la vida consagrada

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“Mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo: (…) ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?” (Lc 14, 25. 28). La decisión de un religioso o religiosa de dejar su congregación es un hecho doloroso para él o ella, y también para la propia institución religiosa. En el proceso de dejar la congregación, es muy importante el acompañamiento personal y espiritual.



En realidad, el acompañamiento es vital en todo el proceso de ingreso en la vida religiosa como seguimiento de Jesucristo en pobreza, castidad y obediencia, viviendo en comunidad. De hecho, todas las congregaciones contemplan dicho acompañamiento institucional durante la formación inicial, que generalmente dura seis años, y puede llegar hasta los nueve, desde la primera profesión hasta la profesión perpetua.

Un acompañamiento que se traduce, como mínimo formalmente, en un escrutinio trimestral realizado por el consejo de la comunidad formadora, elaborado a partir del diálogo con los religiosos en formación, entre el equipo de formadores, en la propia comunidad.

Abandonar la congregación durante ese período entra dentro del propio proceso de discernimiento sobre la propia vocación, y un discernimiento de la comunidad sobre la idoneidad del candidato. No deja de ser un matrimonio de prueba con la vida religiosa, y un tiempo lo suficientemente amplio para que el candidato descubra, desde la práctica vital, cómo quiere responder con felicidad y fidelidad a la llamada de Dios.

La situación es más distinta cuando, una vez realizada la profesión perpetua (incluso en muchos casos la ordenación sacerdotal), es el religioso quien se plantea marcharse. ¿Cómo acompañar al hermano que se va? Son diversas las situaciones y las causas que están en la raíz de los abandonos, aunque ciertamente la falta de continuidad en el acompañamiento espiritual, precisamente, suele influir decisivamente en muchos de los abandonos.

Discernimiento

Es significativo que en las normativas formales a seguir cuando un hermano pide abandonar su congregación, se insiste en las tentativas. Se pide a los superiores mayores o provinciales que de formas diversas procuren animar al hermano a seguir fiel a Dios como religioso. O para ayudarle a discernir mejor la decisión que quiere tomar: cambiarle las circunstancias que puedan provocarle el desánimo vocacional, facilitarle experiencias de oración y discernimiento, buscarle si precisa acompañantes que le ayuden en la toma de decisiones, ofrecerle servicios psicológicos especializados… y, en general, aconsejarle que se tome el tiempo necesario para madurar su situación y su decisión final.

Una de las experiencias significativas que la Vida Religiosa ofrece es la posibilidad de que el hermano solicite durante un año la absentia a domo, prolongable si la situación lo requiere. Una vez concedida, el hermano está dispensado de vivir en comunidad, aunque permanece siendo religioso y sujeto a los compromisos de la Vida Religiosa. Durante ese año, el religioso puede, de forma más personalizada y se supone que menos condicionado, analizar cuál debe ser su futuro estado de vida. Durante este tiempo, es importante garantizar que el hermano va a ser acompañado en el proceso de discernimiento que debe realizar. Siempre, por medio de alguien que él mismo escoja, pero acompañado. La congregación, la comunidad, no se desentiende del hermano. Especialmente en esos momentos se hace más cercana.

Una vez que el hermano, definitivamente decide marchar de la congregación, comienza un delicado doble momento en el que es fundamental el acompañamiento. Por un lado, acompañar con fraternidad, con humanidad y cercanía, dicho proceso. Por otro, el aspecto formal de legalizar su situación, a nivel jurídico, en relación con la congregación y la Iglesia.

Ciertamente, el aspecto más importante es el primero, que ayuda al propio hermano e implica a la comunidad y a la institución. En algunas situaciones del pasado se podía insistir más en los aspectos legales, provocando en ocasiones en el religioso que se encontraba en esta situación, un rechazo que le hacía abandonar sin más la congregación y no querer saber nada de la institución en meses… o años, prolongando así en el tiempo una situación social irregular: sigue siendo religioso (incluso sacerdote) viviendo en realidad como un seglar.

Búsqueda conjunta de la vocación

Cuando un hermano decide abandonar la congregación, lógicamente se suscitan en él una serie de sentimientos, incertidumbres, emociones… que debe administrar adecuadamente y que hay que ayudarle a saber administrarlas. El hermano puede marchar por una fuerte decepción institucional: en ese caso, es importante que la propia institución no se ponga a la defensiva respecto a él. En otras ocasiones, la causa puede ser una crisis afectiva de enamoramiento: el acompañamiento puede ayudarle a descubrir si ese sentimiento es estable y no pasajero. En cualquier caso, y esto es lo más importante, el hermano tiene que percibir, de manera efectiva y clara, que el deseo de la congregación que quiere abandonar es su felicidad, es decir, encontrar con él el estado de vida en el que Dios le quiere feliz y no los intereses o el prestigio de la propia institución a la que abandona. Es decir: el hermano debe sentirse querido y ayudado en ese momento tan delicado y frágil que está viviendo, mientras nada entre dos aguas.

Si se combina la humanidad del proceso de salida con su formalidad, expresada en los documentos que le permiten dicha salida, el hermano marchará agradecido a la congregación. Y seguramente vivirá su nueva vida, con la experiencia y la riqueza del carisma en el que ha sido formado y que ha vivido durante una serie de años.

Por el contrario, ¡cuántos son los religiosos que, una vez abandonada la vida regular, desde su vida secular están contribuyendo al propio carisma que abandonaron! Excelentes educadores en los colegios religiosos de la institución, catequistas en las parroquias, profesionales comprometidos cristianamente en la sociedad, hombres y mujeres que crecieron en su fe, con el estilo de un determinado carisma, y que siguen aportando su valía personal y la riqueza de sus dones y vivencias, allí donde descubren que el Señor les ha llamado.

No siempre es posible, empezar a construir la torre sabiendo si se pueden asumir los gastos hasta terminarla, como dice el Evangelio. En esos casos, qué duda cabe que el acompañamiento del hermano que decide emprender otro camino es decisivo. Un camino que juntos, el religioso o la religiosa y la propia comunidad, han de recorrer buscando la verdad sobre la propia vida y el sentido de la respuesta al Señor que nos llama a seguirlo.

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