Tribuna

A propósito de la noticia sobre la denuncia por abusos del sacerdote de Salamanca

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En el trágico tema de los abusos intraeclesiales, siempre he dicho que tenemos mucho que agradecer a los medios de comunicación. Si no hubiera sido por ellos, estaríamos como Iglesia, en muchos lugares del mundo, aun mirando para otro lado, con negligencias y encubrimientos injustificables que al final siempre revictimizan y causa más escándalo del que se pretende evitar con el secretismo, la defensa corporativa y la falta de transparencia.



Es verdad que no falta quien trata de hacer leña del árbol caído, sin embargo, han sido los medios de comunicación, quienes han prestado su voz a las víctimas y supervivientes, han visibilizado su dolor y han sacado a la luz nuestras vergüenzas, a ver si así nos convertimos, ponemos de una vez a las víctimas en el CENTRO, asumimos nuestra responsabilidad y nuestro deber de justicia y reparación hacia ellas. Así que, gracias de corazón, hermanos periodistas, por vuestra imprescindible e invaluable labor.

Un trato delicado y exquisito

Dicho esto, creo que siempre se pueden hacer mejor las cosas, (me incluyo) sobre todo en este ámbito donde hay tantas heridas sangrantes en juego. Nadie debiera usar y manipular el dolor de las víctimas (aunque sean “presuntas”) para servir a intereses propios, en ocasiones muy mezquinos. Con las víctimas, se necesita un trato delicado y exquisito.

La manera como ayer se comunicó la noticia de que un sacerdote de Salamanca había denunciado a otro, pensamos que no es la adecuada. Ver de pronto su foto a todo color, su nombre en portada, con letras gigantes… ¡sin haber dado ningún tipo de consentimiento para ello! es revivir el abuso. Ver como algo tan íntimo y personal es ventilado sin ningún tipo de discreción es volverse a sentir expuesto, indefenso, totalmente vulnerable a la mirada y al juicio de los otros. Quienes conocemos, acompañamos y queremos a Poli, no podemos menos que preocuparnos y denunciar semejante atropello. Pero mejor leamos sus propias palabras y que Poli ha querido que se divulguen. Esto le ha escrito Poli ayer al periodista de la Gaceta de Salamanca que lanzó “la exclusiva”:

Por un lado, agradezco la tarea investigadora y divulgativa de La Gaceta, que ha hecho reaccionar a la diócesis comunicando algo que debía haber comunicado hace mucho tiempo. Pero, por otro lado, muestro mi perplejidad hasta el asombro y hasta el enfado, por cómo se ha tratado el tema, informando de cosas que yo no he dicho y que están puestas en mi boca. ¿Quién ha dado permiso para poner mi foto en segunda página y mi nombre en letras grandes en portada, creando un volcán en mi familia, en mis paisanos, en mis feligreses, en mis amigos…? Sí, me he sentido atropellado. Si hubiera habido un diálogo, una consulta, una propuesta, un estudio de comunicación previo, pues a lo mejor entonces estaba legitimado mi nombre y mi foto, pero yo no he dado permiso para eso: es un ataque a mi intimidad, que me expone a sufrir ataques y, la verdad, ¡Creo que yo ya tengo demasiado!

Más claro, imposible. Solo añadir un comentario más. Dejando aparte la exasperante lentitud del proceso canónico, esta revictimización se podría haber evitado, o por lo menos, podría haber sido una “explosión controlada”, si la diócesis hubiera comunicado antes. Poli lo venía pidiendo a su obispo. Varios habíamos advertido a las autoridades de la diócesis la necesidad urgente de comunicar con trasparencia.

Proteger al denunciante

Se entregaron hasta propuestas de cómo hacerlo, de forma que se respetara la presunción de inocencia del denunciado hasta al final, pero a la vez se cuidara y protegiera al denunciante (Poli), que estaba siendo víctima de lo que el Papa Francisco llama el “terrorismo de la calumnia y de los chismes”. Pero no se comunicó… bueno sí… ayer, cuando ni siquiera habían pasado 24 horas que la noticia saltó a prensa.

¿Era tan difícil hacerlo antes? ¿Es que siempre hemos de ir por detrás, actuando por reacción? Al no comunicar, no solo no se detuvieron los falsos rumores, sino que se dio ocasión al atropello que ya hemos comentado. Además, la confiabilidad de la autoridad eclesiástica ha quedado en entredicho, pues en una entrevista dada en enero, se aseguró, ante una pregunta directa, explícita e inesperada, que la salida de los dos sacerdotes (Poli y el denunciado) de la diócesis “no obedecía a un tema de abusos”.

Parafraseando a Jesús, a veces pienso que “si con el leño verde – con un sacerdote como Poli, siempre en primera línea de batalla – se hace esto, ¿que no se hará con el leño seco?” ¿Qué pueden entonces esperar las otras víctimas? ¡Y luego nos quejamos de que los medios tratan de desacreditarnos! Pero si es que, como dice un gran amigo mío, también superviviente, “¡la Iglesia se desacredita solita!”.