Evangelio: Juan 1,1-18, o bien: 1,1-5.9-14
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien te dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo”». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Comentario
El evangelio de Juan nos sitúa en el centro del misterio que estamos celebrando: la encarnación del Verbo, que se hace hombre. Jesús, la Palabra, es luz y vida, dones que se nos regalan gratuitamente si permanecemos con el corazón abierto para recibir esta Palabra que se encarna y anhela venir a nuestra tierra, a nuestras vidas. Pero no siempre es bien recibida por algunas personas. Sin embargo, a quienes la reciben les da la condición de hijos de Dios, que forman una familia, unida por el Espíritu. Es un misterio inabarcable que nos hermana a todos y nos vivifica para ser cauces de ese amor recibido. Juan, como precursor de Jesús, anuncia su venida y señala quién es el Mesías, del que recibimos «gracia tras gracia». En esta gran
solemnidad de la Natividad de Jesús damos gracias a Dios por su infinito amor manifestado en su Hijo, que ha querido compartir nuestra condición humana.
