Editorial

Semana Santa virtual, pero real

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Una Semana Santa inédita. Extraña. Histórica. La pandemia del coronavirus tiene a media humanidad confinada, ha echado el cerrojo a los templos y obliga a vivir el Triduo Pascual como nunca nadie hubiese imaginado. Con el Vaticano cerrado a cal y canto a la presencia física de fieles, pero quizá más abierto que nunca a la universalidad y a la comunión eclesial.



La eclosión de las nuevas tecnologías permite hacer realidad la catolicidad y la sinodalidad en un caminar juntos hacia la pasión, muerte y resurrección del hijo de Dios como no habría sido posible en otros tiempos ante una catástrofe similar. Roma vence el aislamiento como el epicentro de una Iglesia que demuestra estar unida en la esperanza en el Resucitado.

Nadie duda a estas alturas que este encierro global se ha presentado, sin buscarlo, como un tiempo propicio para abandonar lo accesorio y volver a lo esencial. Para salir de la rutina que incluso se apoderaba de estas fechas y emprender una procesión interior que impulsa al creyente a despojarse de sí para acompañar a Cristo en su desnudez y descubrir su rostro doliente en la crudeza de esta epidemia.

La distancia con el sufrimiento y el dolor se ha acortado y no resulta lejano empatizar con los crucificados del mundo, porque están más cerca que nunca en alguien cercano que ha fallecido, que se está debatiendo entre la vida y la muerte, que está padeciendo las consecuencias de la soledad o de la debacle económica porque ya no tiene nada que llevarse a la boca.

Un jueves cualquiera

La vulnerabilidad que el Sur ha padecido y padece a golpe de injusticia estructural por un modelo económico insostenible y que ha globalizado la debilidad a golpe de emergencia sanitaria.

El coronavirus humaniza al que se creía omnipotente y lleva a toparse de bruces con el misterio de la encarnación, del Dios hecho hombre que se entrega por amor un jueves cualquiera, que es ajusticiado en un madero, cargando con los pecados de todos en viernes y que confía en la salvación como tantos que se ven sepultados en un sábado que no acaba de saber a gloria.

Pero, sobre todo, es tiempo de ponerse en estado de alarma para que el miedo y la desazón no lo copen todo y dejar una rendija abierta para que se cuele el soplo del Resucitado que todo lo renueva.

A través de este número especial, Vida Nueva quiere ser cauce para propiciar la celebración de los misterios pascuales en familia, en su sentido más amplio, con el convencimiento de que esta Pascua, aparentemente virtual, se presenta también como la más real.

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