Editorial

Mujeres en todas las fronteras

Compartir

Las mujeres de la Iglesia llegan al Día Internacional de la Mujer con los deberes hechos. Sin aspavientos ni alharacas, su empeño por hacer realidad las bienaventuranzas entre los últimos las ha llevado –y las lleva– cada día a situarse en las fronteras reales y existenciales silenciadas de los derechos y libertades con un compromiso, arrojo y soltura sin parangón.



A lo largo de los siglos, algunas han dado un paso al frente y se han situado en la primera línea de las denuncias de las injusticias del mundo y altavoz de la necesidad de cambios en las estructuras eclesiales. Pero, si de algo pueden presumir –y no lo hacen– las mujeres de Iglesia, religiosas o laicas, es de haber sido fermento en la masa, protagonistas de esa revolución en la intrahistoria de la humanidad para dignificar a aquellas que son exiliadas, explotadas, anuladas o abusadas, estigmatizadas solo por razón de género.

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se presenta como una jornada en la que visibilizar esta vocación de defensa de la igualdad al estilo de Jesús de Nazaret, sin caer en histrionismos ni dejarse contagiar por ideologías varias, pero sí para ir de la mano de quienes luchan para devolverles futuro y esperanza a ellas, a las más vulnerables.

En este Pontificado sopla una brisa a favor que puede resultar insuficiente para quienes anhelaban reformas inmediatas, por ejemplo, en relación al diaconado, así como a una mayor participación en la toma de decisiones, representatividad y visibilidad. A pesar de estas lagunas, sí se percibe algo más que gestos que hablan de una dinámica de apertura de procesos irreversibles bergoglianos, sin prisa, pero sin pausa.

Emprendedoras en los altares

Situarse en las fronteras sociales, políticas, eclesiales, y culturales, al igual que hacerlo físicamente frente a los muros y las vallas que se levantan cada vez con más sinsentido para separar a la humanidad, exige no permanecer inerte, sino dar un paso al frente –o dos–, eso sí, con ese sutil genio femenino para combinar valentía y sensatez, de la que han hecho gala tantas emprendedoras que están en los altares. Teresa, Nazaria o Josefa no eran precisamente ni mojigatas ni sumisas, sino cristianas aguerridas que sabían cuándo y cómo alzar libres la voz.

No saber ejercer esta impronta profética o quedarse inmóvil por temor o una obediencia y fidelidad mal entendidas, puede llevar no solo a minar los argumentos y la credibilidad de la causa, sino a poner en riesgo la integridad de esas mujeres sin voz por las que se busca dar la cara. Nadie como estas santas sabe qué implica encarnar la sana radicalidad del Evangelio, gritar la Buena Noticia y denunciar con una vida gastada y desgastada en la frontera, la marginación y exclusión de tantas y, por tanto, de todas.

Lea más: