Editorial

Más allá de la ministerialidad

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La exhortación ‘Querida Amazonía’, publicada en febrero, congeló la ordenación de hombres casados. Cuando la opinión pública y eclesial ponía la lupa en el dictamen papal al respecto, Francisco alejó el foco para concentrar la atención en el grito nuclear del Sínodo: luchar contra la explotación de los pueblos originarios y de la Casa común.



La postura adoptada ante los viri probati generó lamentos entre quienes se sintieron decepcionados por considerarlo una oportunidad perdida, frente a quienes celebraron la fidelidad al magisterio. Precisamente, ese ‘frente a’ es el que aparcó la cuestión. Así al menos se deduce de las notas desveladas por ‘La Civiltà Cattolica’ en las que el Papa admite que, durante el Sínodo, “hubo una discusión rica y bien fundada, pero sin discernimiento, que es algo más que llegar a un consentimiento bueno y justificado o mayorías relativas”.

Es más, reconoce que el “mal espíritu” puede desencadenar “posiciones ideológicas (de ambos bandos)”, generando conflicto, y “un ambiente que acaba por distorsionar, reducir y dividir la sala sinodal en posiciones dialécticas y antagónicas”.

Esta tentación de atrincherarse se visibilizó poco antes de que viera la luz la exhortación, cuando una campaña mediática y editorial in extremis quiso ejercer de lobby de presión contra Francisco. Unas maniobras que visibilizan una polarización que solo puede diluirse desde la purificación de los corazones  y las estructuras. Un camino que se enmarca en la insistencia papal de abrir procesos que no se dejen llevar por las prisas, aunque pueda dar la sensación de no avanzar, de estancarse.

Caminar juntos

De ahí la pertinencia de un Sínodo que profundice en la sinodalidad, en el caminar juntos, evitando resoluciones dicotómicas excluyentes (progresistas-conservadores), que anularían la comunión fruto de la unidad en la pluralidad, en la que se insertan, por ejemplo, los sacerdotes casados de rito oriental y los anglicanos conversos.

Por eso, en un contexto de por sí tensionado, el mero hecho de que el asunto de la ministerialidad se abordara abiertamente en el foro sinodal, supone un salto cualitativo, puesto que, hasta anteayer, presentarlo más o menos públicamente implicaba un halo de sospecha, cuando no de condena.

En la medida en la que la Iglesia se despoje de lastres clericales y comprenda que la fidelidad también es cambio, podrá abordar con madurez y libertad cualquier cuestión, independientemente de si el resultado final lleva a reafirmarse en la tradición o a abrir nuevas vías de ser y hacer. Solo así se fragua una escucha activa del Espíritu, compartida y conectada con los signos de los tiempos, con los hombres y mujeres de hoy.

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