Editorial

La pandemia interior

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El coronavirus no solo genera secuelas físicas en los enfermos. Esta catarsis colectiva está provocando heridas en el interior de  pacientes y sanitarios, en las familias que han sufrido un duelo inconcluso, en quienes de un día para otro se han visto sin ingresos, así como en aquellos que han sufrido un confinamiento en vulnerabilidad. Así, se generan episodios de depresión, ansiedad, estrés, desesperación, fobias… Trastornos y traumas, en unos casos, que ya existían y se han visto agravados; en otros, patologías que han aflorado por primera vez.



La Iglesia no permanece ajena a esta realidad. Son muchas las instituciones eclesiales del ámbito sociosanitario que han reforzado sus programas de atención a través de innumerables profesionales vinculados al campo de la psicología y de la psiquiatría. Sin embargo, no todo aquel que necesita de una ‘terapia post-covid’ acude a consulta por iniciativa propia, porque ni siquiera es capaz de reconocer y poner nombre a lo que le sucede ni, mucho menos, saber cómo abordarlo.

La escucha, clave

Son muchas las personas que se acercan estos días a los espacios eclesiales rotas de dolor. La escucha es clave para valorar si se necesita de algo más que un acompañamiento espiritual porque hay una enfermedad latente detrás de esa inestabilidad emocional. Por este motivo, no estaría de más que, allí donde hay una comunidad religiosa, parroquial, social o educativa, se active un sistema de alerta básico para detectar y derivar a todos aquellos que necesitan ayuda especializada. Se incurriría en una grave irresponsabilidad si estas dolencias se dejan pasar por alto como si las curara el paso del tiempo o, peor aún, si se intentan parchear con recetas pseudo-religiosas de efecto recuperador inmediato pero de consecuencias letales.

No basta con la buena voluntad y, menos aún, considerar al psicólogo o al psiquiatra como un enemigo del hecho religioso. De la misma manera que a estas alturas nadie entendería querer resolver un problema legal ante un juez sin asesoramiento de un abogado, un sacerdote, una catequista o un maestro han de reconocer imprescindible la intervención de terceros que sumen su profesionalidad a la ternura y la oración del acompañante.

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” es una invitación a descansar todas las cruces, más o menos pesadas, en Jesús, a través del encuentro de tú a tú con Cristo en la oración y la eucaristía. Pero también en quienes se han especializado en vocación y misión para dar respuesta con las terapias del corazón y la razón. En sus manos se obran esos pequeños milagros cotidianos de la sanación integral de la persona frente a la pandemia interior.

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