Editorial

Hipotecarse por los pobres

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La pandemia del coronavirus ha hundido ya a la economía mundial en la peor recesión desde la II Guerra Mundial. La reacción de la Iglesia ha sido y es salir al rescate inmediato con todos los medios a su alcance para redoblar los recursos y  rescatar a los últimos, para que nadie se quede atrás. Un esfuerzo que no está siendo secundado con la misma intensidad por los poderes políticos y económicos, más preocupados por que cuadren sus cuentas y encuestas.



Paralelamente, el cierre de los templos y las restricciones de aforo han provocado que las colectas hayan menguado. A no pocas parroquias ya les está costando llegar a fin de mes y los obispados están saliendo al paso con planes de emergencia para garantizar que puedan seguir adelante con su misión celebrativa y pastoral, y que no se vea menoscabada su labor social.

Nadie duda de que ninguna diócesis, congregación o realidad eclesial pasará de largo ante las apremiantes necesidades que se multiplican a las puertas de los comedores sociales y de las oficinas de empleo. Pero, es más, la Iglesia debe estar dispuesta a hipotecarse y endeudarse por los últimos. Con toda la literalidad de la expresión, sin sentido figurado. En medio de la actual hecatombe sanitaria y monetaria, no cabe comportarse como el joven rico.

De hacerlo, se distanciará de ese Jesús que lo único que le pide para responder con coherencia a la radicalidad del seguimiento es la entrega total a los pobres. Vivir este requisito del discipulado implica estar dispuesto a renunciar a cualquier salvavidas estructural para dárselo al otro. Pero no significa tirar la casa por la ventana sin más.

Números rojos

Por eso, urge replantearse cómo implicar a los propios católicos y a la ciudadanía general en esta empresa, en un momento en el que los cepillos se están quedando vacíos. La creatividad y el uso de las nuevas tecnologías pueden impulsar nuevas fórmulas de respaldo, de la misma manera que se torna más necesario que nunca la búsqueda de alianzas y creación de plataformas comunes con todas aquellas entidades que buscan trabajar para acabar con la desigualdad, la exclusión y todo signo de marginación.

Para que la caridad eclesial sea eficaz y eficiente en lo evangélico, también requiere que lo sea, en este caso, en lo económico. De ahí la urgencia de hacer uso de todas las herramientas existentes en el actual sistema económico desde los principios éticos que marca la Doctrina Social de la Iglesia.

Una gestión transparente, de manos limpias, en cualquier proyecto en los que se mueve cualquier entidad eclesial, es la principal garantía para dar continuidad a la misión evangelizadora. De lo contrario, no saldrán las cuentas y los números rojos de la Iglesia los padecerán quienes más la necesitan.

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