Editorial

En primera línea de batalla contra el coronavirus

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La pandemia del coronavirus avanza sin piedad por todo el planeta, con millones de personas confinadas en sus casas por decretos gubernamentales para intentar frenar los contagios y evitar muertes ante el colapso de los hospitales.



En primera línea de fuego se encuentra todo el personal sanitario, que no está dudando en poner en riesgo sus vidas con tal de salvar las de otros, máxime teniendo en cuenta la escasez de recursos con la que hacen frente a este enemigo invisible, pero letal. Héroes anónimos.

Pero no los únicos. Junto a ellos se encuentran todos los que, en estos días, hacen que se puedan mantener los servicios mínimos en los transportes, farmacias, comercios, empresas de nuevas tecnologías… Servicios mínimos que son máximos, dadas las circunstancias.

No se quedan atrás quienes hacen posible que la caridad no se cierre en medio de esta particular batalla, redoblando sus esfuerzos para atender a los más vulnerables y evitar que otros caigan en las redes de la exclusión en estos días.

Personal de Iglesia

Entre todos ellos, hombres y mujeres de una Iglesia que han reaccionado al estado de alerta no desde el miedo, sino desde la entrega, como la única forma de ser y estar posible ante esta lacra.

El santo pueblo fiel de Dios, ejerciendo una ciudadanía responsable desde sus hogares, siendo familia cristiana, con consuelo, con una llamada, alentando desde la oración y participando en las múltiples iniciativas pastorales digitales para dinamizar la clausura impuesta.

Los sacerdotes y consagrados, echando el resto, sea en las capellanías o reinventando el ser y hacer de sus múltiples obras apostólicas. Los pastores, arrimando el hombro al de las autoridades públicas y poniendo a su disposición todos los recursos a su alcance.

Hospital de campaña

Cuando apenas llevaba unos meses de andadura como Papa, Francisco lanzó una metáfora que nunca tuvo intención de ser una figura retórica y que ya emerge como un imperativo literal: “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Y hay que comenzar por lo más elemental. La Iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos. Cuando lo más importante es el anuncio primero: ‘¡Jesucristo te ha salvado!’”.

Solo una Iglesia hospital de campaña que no se distraiga frente al COVID-19, podrá testimoniar de forma creíble a Dios ante una crisis no solo sanitaria, sino de trascendencia en el sentido más amplio, pues está dejando al descubierto la vulnerabilidad del ser humano. Y solo una Iglesia desnuda, a través de las manos de quienes están dando la vida, podrá transparentar al Resucitado.

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