Veo, veo…


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Cuando en la mañana me miro al espejo veo reflejos diferentes, en función de las experiencias del día anterior o de las semanas previas y de las emociones que en ese momento puedan estar constriñendo o ampliando mi corazón, apocándolo o amuchándolo, respectivamente. A veces veo a un sabio sin erudición y otras a un erudito sin sabiduría; me devuelve la mirada un pobre hombre y en otras ocasiones veo el reflejo de un hombre pobre. Y es que hay que ver lo que cambia la realidad en función de la mirada.



¿Qué ves?

Escribo esto al día siguiente de que la Iglesia se haya sumado a las celebraciones mundiales de la jornada por el trabajo decente.

En mi parroquia de referencia el contenido de esta jornada se incorporó a la liturgia y, después de la eucaristía, hubo un encuentro en el patio de la parroquia para dialogar a este respecto y compartir experiencias.

Como decía antes, la realidad se adapta a la mirada que la observa. No resulta igual navegar en un mar de abstracción intelectual que tocar la sangre caliente de quien sufre a pie de calle. En el encuentro se expusieron testimonios de los que no te apetece escuchar porque te remueven la conciencia como la lombriz que en el huerto airea la tierra por la que se desplaza, llenándola de agujeros por los que puede circular el oxígeno; un oxígeno que viene bien para la vida muerta de quien vive de espaldas al sufriente, encerrada en intelectualidades genéricas que hablan de lo intangible; pero también un oxígeno que quema.

Un contrato de diez horas, pero obligada a trabajar más de veinte, por cincuenta euros a la semana; un desempleado de cuarenta años que acude a Cáritas porque en las entrevistas resulta demasiado mayor para los puestos de trabajo; una persona que está en ERTE pero a quien su empleadora obliga a acudir al puesto de trabajo con la amenaza del despido cuando termine el expediente de regulación (cuando esto acabe… ya veremos).

Una cosita

Nuestras proclamas contra la injusticia quedan pequeñas frente al sufrimiento concreto de individuos y familias. Un tuit, una foto, un artículo o un libro pueden contribuir a la difusión de la injusticia, ¿pero con ello la persona que sufre siente el aliento de alguien que le acompaña en su camino de dolor? No lo sé. En este sentido me acuerdo de la película ‘Amanece que no es poco’, cuando Manuel Alexandre pregunta: ‘Por cierto, tú cuando ayunas así, como hoy, por los pobres, ¿ellos cómo lo notan?’.

Lo que veo cuando me miro en el espejo lo veo también en nuestra Iglesia. A veces veo al sabio sin erudición que habla con buena intención pero mete la pata porque le falta información. En otras ocasiones se refleja el erudito sin sabiduría, que domina muchas materias pero no las sabe aplicar a la realidad cotidiana, quizás por falta de empatía u otras cuestiones. También se materializa el pobre hombre, la pobre mujer, que hace lo que puede en función de sus capacidades y circunstancias, pero que siente que no llega adonde se necesita. Y, por último, está el hombre pobre, la mujer pobre, que sufre las consecuencias de su propia necesidad; una necesidad que la realidad contextual no puede, no sabe o no quiere atender.

¿Qué cosita es?

El sabio, la sabia, necesita de la erudición para dar contenido a su visión de conjunto.

El erudito, la erudita, necesita ampliar sus horizontes para no quedarse en lo abstracto, donde nada duele ni huele.

El pobre hombre, la pobre mujer, necesita encontrar los límites de sus posibilidades y actuar en consecuencia, para ampliarlos o aceptarlos.

El hombre pobre, la mujer pobre… ya tiene bastante con lo que tiene… No necesita algo, una cosita, sino a alguien; para atender, acompañar, asesorar, abrazar…

Una cosita que empieza por la letrita…

Atender, acompañar, asesorar, abrazar… todas ellas empiezan con la A de amor. Quizás si consigo que el amor atraviese perpendicularmente mi realidad, ensartándola de arriba abajo, el espejo me devuelva únicamente un reflejo, el de un yo integrado, sano y coherente capaz de actuar positivamente en el mundo que me rodea para participar de la construcción de un mundo más justo y fraterno (o sorerno, si es que la palabra existe) desde la perspectiva del Reino de Dios.

Veo, veo…