Quiero un hermanito


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“Estos juguetes hay que guardarlos en el trastero para que juegue mi hermanito cuando nazca”.

Eso mismo me ha dicho mi hijo varias veces aun cuando mi mujer no está embarazada.

Y todas ellas le he explicado, del mejor modo que he podido, que en estos momentos no podemos ser cuatro en la familia mientras yo no pueda aportar unos ingresos estables a la economía familiar y mi mujer siga contratada por debajo de su formación. Comprensiblemente todo eso adaptado al entendimiento de mi hijo.



A lo anterior, él ha respondido en más de una ocasión: “Entonces, cuando sea mayor me haré un hermanito”.

Aparece el anhelo de compañía, de ser hermano mayor, de tener una compañera de juegos mejor que sus papás, a quienes el peso de la existencia cotidiana les aplasta la imaginación.

Dice el papa Francisco en el punto 195 de la exhortación ‘Amoris laetitia’ que “crecer entre hermanos brinda la hermosa experiencia de cuidarnos, de ayudar y de ser ayudados”.

Y cómo duele la vida cuando no puedes dar respuesta a la más increíble de las capacidades que naturalmente poseemos, la de engendrar una vida, la de dar ese ‘hermanito’ al que lo está pidiendo.

En su momento obtuve una licenciatura en Biología, así que tal vez mi formación (o de-formación) contribuya a que me maraville ante el milagro de la vida. Donde antes había caos aparece el orden. La vida compite contra la entropía y siempre vence, aun cuando parece haber perdido.

Porque, a veces, realmente parece haber perdido.

La falta de empleo, el economicismo que intoxica lo que toca, el hambre, la sed, la violencia…

Millones que todavía viven en el sufrimiento más extremo cuando las condiciones científico-técnicas permitirían erradicarlo por completo.

La realidad es desoladora. ¿Cómo sobrevivir a ella?

El libro de Isaías

Tal vez el libro del profeta Isaías me pueda dar algunas pistas: “Yavé está esperando el momento para perdonarlos; se levantará y tendrá piedad de ustedes, pues Yavé es un Dios justo y ¡felices los que en él esperan! Sí, pueblo de Sión, que vives en Jerusalén, ya no llorarás más. El se compadecerá de ti al sentir tus lamentos, lo llamarás y te atenderá. Después que el Señor les haya dado el pan del sufrimiento y el agua de la aflicción, él, que es su educador, ya no se ocultará más y ustedes verán al que les educa. Cuando tengan que tomar el camino ya sea a la derecha o a la izquierda, sus oídos oirán las palabras resonar detrás de ustedes: ‘Este es el camino que deben seguir’” (Is 30, 18-21).

Pues ojalá sepa yo también escuchar esas palabras detrás de mí, aun cuando comamos del pan del sufrimiento o bebamos del agua de la aflicción.

El número 2.378 del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos recuerda que “El hijo no es un derecho, sino un don”.

Espero que pueda transmitírselo así a mi propio hijo y pueda entender que esa hermanita que anhela no llega no porque nosotros no queramos, sino porque la entropía trata de enmudecer a la Vida.