Los profetas, dinosaurios del pasado


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No estoy seguro de haber comentado anteriormente la fascinación de mi hijo por las formas de vida prehistóricas; creo que no. Sea como fuere, tengo la sensación de haber aprendido más nombres de criaturas extintas de los que pude aprender durante la carrera de biología: Titanis sp., Kronosaurus sp., Chalicoterium sp.… Y eso, querida persona que tienes a bien leerme cuando escribo, me ha hecho pensar en los profetas del Antiguo Testamento.



La manada

En el contexto de esta pasión por el aprendizaje y descubrimiento de seres vivos del pasado, hemos visto documentales, gozado películas, visitado museos y leído numerosos libros, todo ello relacionado con el mundo prehistórico.

Muchos de estos formatos tienden a representar y reproducir migraciones de animales tratando de sobrevivir a un fenómeno de extinción, venga este en forma de meteorito o glaciación. Y una cosa curiosa de esas migraciones es que no se ilustra a una única especie que escapa del peligro, sino que habitualmente se muestra una caravana de animales diversos que caminan, más o menos agrupados, en la misma dirección y sentido.

Curioso, muy curioso. ¿Acaso nuestras idealizadas representaciones de la vida animal están más humanizadas que la propia realidad que sufre en la carne y el hueso? Turbas de personas huyen de los peligros de su lugar de origen y nosotros, individuos de la misma especie, contemplamos su sufrimiento tomando una ensalada de productos orgánicos y con muy buen rollo en el cuerpo; “¡que nada apague la sonrisa!”, se escucha por los rincones.

No hay manada.

Aún te digo más, lees esta palabra, manada, y no te viene a la cabeza un grupo de semejantes que colaboran por la construcción de unas buenas condiciones comunes poniendo sus dones al servicio del resto. ¡Qué va!. Si vives en la misma región del mundo que yo y has sido infoxicada por los noticieros y titulares de prensa, la palabra manada se ha convertido en algo sucio, deshonesto y corrupto que busca, mediante el secretismo o el engaño, satisfacer los propios egos no solo en beneficio propio, sino a costa del sufrimiento ajeno.

¿Recuerdas aquel pasaje del Evangelio de Lucas en el que María y José encuentran a Jesús en Jerusalén, enseñando en el Templo (cf. Lc 2, 46)? Pues un par de versículos atrás, antes de que se den cuenta de que el joven Cristo se ha quedado atrás, María y su esposo José viajaban en la caravana de regreso a casa sin preocuparse de no ver a Jesús, porque seguramente confiaban en que estaban a salvo bajo la protección del grupo, hecho tal vez cotidiano en aquella época.

“Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos” (Lucas 2,44).

Aquel día esa fue la manada de María, José y, de no haberse quedado retrasado, también de Jesús.

dinosaurio

¿Dónde están los profetas?

Al principio te comenté que esta cuestión de las manadas compuestas por individuos de diferentes especies me había hecho pensar en los profetas del Antiguo Testamento.

¿Y cómo es eso posible?

Pues me alegra que me hagas esa pregunta, no me la esperaba.

Muchas veces me descubro a mí mismo imaginando la existencia humana como una suerte de manada plural compuesta por las más diversas criaturas prehistóricas, todas avanzando en el mismo sentido, pero cada especie a su propio ritmo e ignorando sesgadamente a las demás.

De entre todos los animales conforman el grupo imaginario hay uno que destaca sobre todos los demás: un enorme saurópodo de cuello largo; si quieres, por ponerle el nombre de un dinosaurio de estas latitudes, un Aragosaurus ischiaticus.

¡¿Pero, cómo, no sabes de lo que estoy hablando?! Paciencia, que es –a su modo– una ciencia. También en esto hay Reino de Dios.

Ponte en situación. Un grupo de especies prehistóricas avanzando conjuntamente; en medio de ellas, un enorme dinosaurio de cuello largo. Pero está solo. No hay ningún otro ejemplar de su propia especie. Ni siquiera otro saurópodo con quien conversar. Así que se limita a seguir el ritmo de la plural manada.

En un determinado momento de la travesía este herbívoro ve que, un poco más adelante, los árboles del bosque desaparecen al borde de un precipicio insalvable. Con buena intención inclina el cuello hacia adelante y avisa al resto de la manada que, instintivamente, se asusta y desconcierta momentáneamente.

Un diminuto velociraptor, valiéndose de su agresividad natural y sus garras y plumas, toma impulso y consigue trepar hasta un árbol de copa elevada; que aun así queda por debajo del cuello del saurópodo.

Desde la rama en la que se encuentra, el velociraptor solo consigue ver árboles, de manera que toma la advertencia del aragosaurio como un relato ficticio que tiene por objetivo propagar el terror y buscar la atención sobre sí mismo, originado tal vez por un triste anhelo de pertenencia debido a su profunda soledad.

Así, habida cuenta de que el pequeño velociraptor es, como todo el mundo parece saber, más avispado y capaz que el lento y pesado saurópodo, aquel consigue desacreditar a este último y la aparente tranquilidad vuelve a dominar las emociones grupales.

Pero el saurópodo sigue viendo el precipicio…

… y otros peligros también.

Sin embargo, ya nadie le quiere prestar atención. Se ha convertido en un agorero, en portador de malas nuevas, en coágulo que impide el tránsito de la sangre sana.

El saurópodo gira la cabeza y, a lo lejos, divisa el empequeñecido cuello de otro de su especie que camina con otro grupo; más allá, otro más; y otro. Un solo saurópodo por grupo. ¿Les prestarán a aquellos la misma atención que a él en su propia manada? ¿Habrá pequeños y hábiles velociraptores que invaliden sus palabras? ¿O tal vez sean devorados por hambrientos tiranosaurios? ¿Serán usados como silenciosa fuerza de trabajo?

Ese es el profeta.

Que nadie se engañe a sí mismo viendo en sus actos gestos proféticos inspirados por Dios o el Espíritu. No nos corresponde a nosotros, ni a nuestros contemporáneos, colocarnos la etiqueta de “profeta”. Solo las generaciones futuras, si acaso nuestra voz quedó registrada en algún lugar, podrán evaluar -al borde mismo del precipicio- que aquello que dijimos era en verdad Palabra de Vida que no buscaba atemorizar sino ofrecer una alternativa al camino que la manada llevaba.

El don de profecía lleva consigo una elevadísima carga de soledad. Y, sin embargo, ahí estamos nosotros y nosotras otorgando el título a diestro y siniestro cuando lo que escuchamos en una canción o leemos en un libro -o un tuit- se acerca previsiblemente a nuestra propia estructura del Universo.

Si quieres ser profeta prepárate para ser saurópodo.

Estira tu cuello.

Acepta el desencuentro pero, sobre todo, la soledad.

 “¡Sordos, oigan! ¡Ciegos, abran sus ojos y vean! ¿Quién está ciego sino mi servidor, y quién es más sordo que el mensajero que yo mando? ¿Quién es ciego como el que trato de levantar, y quién es sordo como el servidor de Yavé? Tú has visto muchas cosas, pero no te has fijado en nada. ¡Tienes los oídos abiertos, pero no oyes!

Yavé quiso, movido por su justicia, dar fama a su ley; pero su pueblo es gente robada y saqueada, presa en cavernas o encerrada en calabozos. Los asaltaban y nadie los defendía, o les robaban y nadie reclamaba que les devolvieran.

¿Quién de ustedes escuchará todo esto, y pondrá atención para recordarlo después?”

Is 42, 18-23

 PD: Si alguna semana no escribo entrada en el blog, discúlpame; quizás estoy triste o no he tenido tiempo. No dedico mucho tiempo a pensar en las entradas, pero necesito tener la mente despejada y disponer de una hora o así para improvisar el texto. Quizás no te importe esta información, pero me parecía importante hacértela saber.