Los caminos del mensajero


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A veces son tortuosos, pero si permiten la llegada del mensaje, vale la pena seguirlos. Cuando el general Min Aung Hlaing apareció en la agenda papal antes de lo convenido, Francisco dio su asentimiento: “nunca cierro la puerta”. Otro le habría dicho que este militar, perseguidor declarado de los rohinyás, esa abominada minoría musulmana, utilizaría políticamente esa entrevista. Sin embargo, el encuentro a puerta cerrada fue “una bonita conversación”, les dijo el Papa a los periodistas en el avión de regreso a Roma.

Oyéndolo en aquel avión de regreso, la prensa internacional pudo reconstruir la escena central de la visita a Bangladesh. Aunque su deseo era llegar hasta el campamento de refugiados rohinyá, los obstáculos fueron insalvables, en cambio, una delegación de la perseguida minoría musulmana quiso estar con el Papa, que los esperaba con ansiedad. Pero la primera contrariedad llegó cuando las autoridades pretendieron que entraran a la audiencia en fila india. Ignoraban que “encontrarse con los rohinyás era la condición del viaje”, como expresó Francisco. Estos perseguidos en Birmania se habían convertido en la opción preferencial del Papa por el hecho de ser perseguidos y sufrientes. Espontáneo, el Papa protestó a gritos más tarde, cuando con brusquedad comenzaron a desalojarlos de la plataforma en donde el Papa los recibía. Relató Francisco: “Me he molestado y he gritado: ¡Respeto, respeto, respeto, deténganse!” Fue entonces cuando pidió un micrófono para hablarles. Les pidió perdón dos veces. Ellos lloraban y también el Papa.

Finalmente fue él quien pidió a un clérigo musulmán que iniciara una oración.

Misericordia y solidaridad

Había sido un imperativo diplomático el que le había impedido durante esta visita utilizar la palabra rohinyá. ¿Por qué? Le preguntaron en el avión los periodistas y la suya fue una reveladora respuesta.

A pesar de que el pensamiento de Francisco estuvo en todo momento ocupado en el sufrimiento de esta minoría perseguida y desplazada, no la mencionó por su nombre porque habría sido “decir lo que pensaba, pero tirándoles la puerta a la cara” a sus anfitriones. Para Francisco lo importante era que su mensaje de misericordia y solidaridad con los perseguidos llegara, y con él la voz de alerta a la comunidad internacional; y aunque no la dijo, la palabra prohibida llegó al mundo. El mensaje llegó y la forma de hacerlo fue el tema que amplió al responder a una periodista francesa que quiso saber qué es lo primordial para Francisco en sus viajes: ¿evangelizar o dialogar por la paz? La respuesta papal fue concisa: “Evangelizar es vivir el evangelio y testimoniarlo. Y cuando se vive el testimonio es la paz”. En efecto, las armas del evangelizador no son los razonamientos ni las prédicas brillantes ni aparato dialéctico alguno. Evangeliza el que produce hechos, los que le sirven para testimoniar lo que cree.

Agregó Francisco: “la paz se rompe cuando comienza el proselitismo”, y repitió la anécdota contada en Medellín, durante su visita de septiembre: a un muchacho que quería saber qué argumento darle a un compañero ateo le dijo: lo último que tenés que hacer es decirle algo. Empezá a comportarte de tal manera que la inquietud que él tiene lo haga curioso y te pregunte, y cuando te pregunte tu testimonio, ahí podés empezar a decir algo”.

Hechos ejemplares

Un hecho vale más que mil sermones de acuerdo con la teoría sobre la contundencia de los hechos. Así lo sintieron cuantos asistieron al debate celebrado en Colombia entre el biólogo británico Richard Dawkins y el jesuita Gerardo Remolina, que muchos esperaban como una logomaquia, o enfrentamiento de argumentos. Se pudo leer entonces que si a Dios no se llega por el camino de la razón, a las conciencias se entra por la vía del testimonio. No son las razones ni las palabras las que convencen; son los hechos ejemplares.

El Papa en Bangladesh renunció a las palabras, convencido de que su actitud prudente y respetuosa, y la sabiduría de reconocer que lo importante era hacer que el mensaje llegara, eran el objetivo de su viaje. El verbo no basta, es necesario que se haga carne, para crear una historia nueva.