Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

La restitución de Ernesto Cardenal, ¿algo más que un gesto de Francisco?


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1983

Cuando Juan Pablo II visitó Nicaragua en 1983 el presidente del país era Daniel Ortega. Líder del partido sandinista lleva al mando del país centroamericano desde la caída del general Somoza en 1974. Aunque habría que esperar dos años para las primeras elecciones, Ortega presidía la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y para desarrollar su plan político y económico miraba, sobre todo, a Cuba y Rusia.

En la lucha por implantar la revolución sandinista se implicaron también sacerdotes y fieles de las comunidades eclesiales de base –consagradas hace ya 50 años por la conferencia de Medellín– y, como no, de la Teología de la Liberación.

Entre los revolucionarios que coreaban a Juan Pablo II en su periplo nicaragüense ha quedado para la posteridad el saludo del presbítero Ernesto Cardenal, ministro de Cultura entre 1979 y 1987 de los sandinistas. En este gabinete también estaría como ministro de Educación entre 1984 y 1990 su hermano ya fallecido, el jesuita Fernando Cardenal. En el tenso encuentro en el aeropuerto de Managua el ‘revolucionario’ Cardenal se arrodilla para besar el anillo del pontífice y este le recuerda que debe ocuparse primero de su reconciliación con la Iglesia.

Las posturas políticas de Cardenal como colaborador necesario del Frente Sandinista, además de otras incompatibilidades canónicas, hicieron que fuera suspendido ‘a divinis’ del ministerio sacerdotal el 4 de febrero de 1984. Suspensión que se entiende muy bien tras la toma de postura oficial del Vaticano sobre el movimiento teológico latinoamericano que había maridado –en ocasiones hasta confundirse– con el marxismo. La “Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación” de la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmada el 6 de agosto de 1984 por el entonces prefecto Joseph Ratzinger, ofrecía unas orientaciones ante las “graves desviaciones de ciertas teologías de la liberación”.

La condena del uso de la violencia con fines revolucionarias, la primacía de la ética o la integridad del mensaje cristiano son condiciones innegociables para el Vaticano. Por ello, se explica el llamamiento: “Todos los sacerdotes, religiosos y laicos que, escuchando el clamor por la justicia, quieran trabajar en la evangelización y en la promoción humana, lo harán en comunión con sus obispos y con la Iglesia, cada uno en la línea de su específica vocación eclesial”.

2019

Hoy en Nicaragua el presidente sigue siendo Daniel Ortega, está en su tercer mandato. Los sacerdotes y religiosos colaboradores en la implantación de la revolución han dado lugar a una Iglesia que no se ha sometido a algunos caprichos y corruptelas de la clase política y cuya voz está al lado de los que sufren.

El país ha sido testigo de múltiples protestas populares respondidas con la represión desde el anuncio, en 2018, de reforma del sistema de Seguridad Social del país. Aunque se han silenciado medios o la violencia ha quitado a oponentes incómodos, los cristianos han mantenido una llamada a la paz y la reconciliación desde las claves del Evangelio.

En esta Nicaragua de hoy en día sigue viviendo Ernesto Cardenal, con 94 años y desde hace días hospitalizado por una infección renal. Olvidado y repudiado por Ortega –y también pos su esposa y vicepresidenta del país desde 2017, Rosario Murillo– parece que solo la iglesia de Francisco se acuerda del poeta y luchador. Así, el pasado jueves el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, en su cuenta de Twitter se refería sin disimulo a Cardenal como “sacerdote” y no olvidaba el tratamiento de “Padre” al lado de su nombre de pila.  

Ahora el diario El País ha desvelado que no eran en vano esas indicios. Francisco habría levantado la suspensión del ministerio –medida que Francisco ya había adoptado en 2014 con otro de los sacerdotes cercanos al sandinismo como fue Miguel D’Escoto, que llegó a ser presidente de la Asamblea General de la ONU–.

¿Qué queda en 2019 de aquel Ernesto Cardenal? Parece que la esencia del poeta y sacerdote vuelva ahora casi al final de su larga vida. Sin renegar de su visión política y revolucionaria del Evangelio ha denunciado la tiranía de Ortega y rescata en su vida y compromiso lo que siempre ha sentido. Como en su paso por la abadía de Getsemaní como novicio cisterciense de un Thomas Merton que era capaz de unir sin dicotomías intelectualistas la fe y el compromiso social. Como en su comunidad en el archipiélago de Solentinane que inmortalizaría para la eternidad en su ‘evangelio’ particular. Como el Ernesto Cardenal que se fascinó con una alternativa liberadora ante el avance acrítico y desmesurado del capitalismo.

Como los profetas, muchas de sus opiniones son provocativas, otras pueden parecer de tremenda lucidez, las hay también desproporcionadas y hasta incluso injustamente críticas o irreverentes… en cualquier caso, siempre ha puesto en el centro a los pobres y oprimidos. Como Jesús. El del evangelio. El encarnado, quizá, en Palacagüina al que “José, pobre jornalero, se mecatella todito el día, lo tiene con reumatismo, en el tedio la carpintería” y del que “María sueña que el hijo, igual que el tata sea carpintero pero el chavalillo piensa, mañana quiero ser guerrillero”.