Hay que aguzar el ingenio


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Una vez, de regreso hacia casa desde el cole, mi hijo compartía sus inocentes aspiraciones de futuro: “Cuando sea mayor voy a construirme un traje que vuela y un dinosaurio robot”. “¡Ah!”, exclamé yo. “Pues para eso hará falta que estudies (alguna) ingeniería”.



No hace falta papi, yo ya soy muy ingenioso”. ¿Y qué hago frente a esa salida tan inesperada? Pues darle la razón y sonreír; ya llegará el tiempo de la explicación formal. Su delicada inocencia desmonta mi compleja estructura lógica, lo que supone un estupendo ejercicio para reforzar la humildad de pensamiento y la exploración de nuevos puntos de vista.

Así descubrimos lo inesperado

Es precisamente ese ingenio del que mi hijo hablaba en aquella ocasión el que hoy mismo ha puesto en práctica durante la comida al regreso del colegio. Estábamos él y yo compartiendo una tortilla cuando, sin contexto inmediato que lo justificara, me pregunta: “¿Y María de qué trabajaba?”.

“Pues hijo”, pensaba yo, “me acabas de colocar en un brete teológico”.

Ayer en la tarde veíamos en familia la película de animación ‘The Star’, poco ortodoxa en el contenido pero entretenida en el argumento. En un momento determinado San José habla sobre su carpintería. Así que hoy mi hijo se ha visto asaltado por esa duda. Compartían casa, tenían un hijo, él era carpintero… ¿y Ella a qué dedicaba el día a día?

¿Qué respondo?

Decía que esa pregunta coloca en una situación delicada desde el punto de vista teológico porque en función de la figura de la que hablemos la respuesta será una u otra.

Si nos atenemos a la representación de María como una mujer aséptica, ingenua y sumisa que mira al cielo mientras hace equilibrio para que no se le parta el cuello con el peso de la corona, entonces la respuesta será que no hacía nada; su marido trabajaría alegremente en una carpintería mientras ella pasaba el tiempo jugando con su hijo.

Cuesta creer que un Dios que se encarna en el ser humano se desencarne tanto de la vida cotidiana. Sería como despojar a la carpintería del serrín esparcido sobre el suelo (espera, ¿no es eso lo que normalmente hacemos, representar a un San José impoluto, sin heridas ni restos del fruto de su trabajo?).

Virgen María

María, mujer de su tiempo, se dedicaría al cuidado del hogar, por supuesto, pero no como alguien separado del entorno concreto en el que se insertaba. ¿Dónde queda María cuando se encargaba de cocinar para la familia? ¿Hay sitio para el desasosiego por la pérdida del sustento cada vez que José regresaba con heridas graves producidas por sus herramientas? ¿Está permitido pensar en la Madre de Dios apresurada y agobiada por los quehaceres diarios? ¿Es lícito pensar que el interés de Jesús por la defensa de las viudas se apoyaría en parte sobre el rechazo social hacia su madre tras el fallecimiento de José?

Aguzar el ingenio nos permitirá desbrozar la Tradición recibida para poder separar la Sana Doctrina de la decoración distractiva que de aquella manera se autoproclama (la sana doctrina aparece mencionada en las cartas a Timoteo, a Tito y la segunda de Pedro).

¿En qué empleaba su tiempo María, hijo mío? No te puedo responder con certeza científica, pero imagino que haría algo más que oponer las palmas de sus manos y esperar a que todo le cayera del cielo.