Francisco bajo la mirada del embajador Escobar


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(En atención al fallecimiento de Guillermo León Escobar, embajador de Colombia ante la Santa Sede, ponemos a disposición de los lectores una entrevista realizada en vísperas de la visita del papa Francisco a Colombia )

Cuando tomó posesión de su cargo como nuevo embajador de Colombia en la Santa Sede, el presidente Juan Manuel Santos le dijo de modo poco diplomático, pero inmensamente sincero, que hiciera todo lo que fuera para traer al papa Francisco a Colombia. Desde ese momento ese mandato fue parte principal de la misión de Guillermo León Escobar en el Vaticano.

Es el colombiano que más conoce la vida de la curia romana, después de tres períodos como embajador del presidente Andrés Pastrana, de Álvaro Uribe y de Juan Manuel Santos.

Sus estudios parecen seleccionados para responder a ese cargo. En la Universidad de Bonn (Alemania) obtuvo el PhD en filosofía y letras y en pedagogía; es magister en educación, y teología; es sociólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín; y se especializó en ciencias políticas. En su hoja de vida, además, exhibe la experiencia de 20 años como asesor del CELAM, su cargo de consultor del Consejo Pontificio para la Familia y del Consejo Pontificio para los Laicos. El papa Benedicto XVI lo nombró perito pontificio para la Asamblea General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, cargo que lo puso en contacto con el cardenal Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires.

Toda esa brillante trayectoria parece culminar con la visita del papa Francisco a Colombia. Cuando nos reunimos en su casa del barrio La Esmeralda de Bogotá, el tema de esa visita predominó en nuestra conversación.

¿Cuál debería ser el mejor resultado del paso del Papa por el país?

El Papa me dijo, y lo ha repetido en varias oportunidades: “voy a blindar espiritualmente el proceso que ustedes han cumplido en Colombia”. Él había colocado como condiciones: el blindaje político; las víctimas y la voluntad expresa de la dejación de armas, del cese y de la vigencia de un mandamiento muy olvidado, que es el de no matar.

Entonces viene la parte del blindaje espiritual. Lógico que la gente se pregunta qué piensa el Papa con esa expresión, blindaje espiritual, que no solo vale para este momento, sino para más adelante. De modo que el resultado de la visita es recuperarle al país la capacidad de pensar en la dignidad de las personas, en los derechos humanos, en la necesidad de generar factores de convivencia a través de dos cosas: la vigencia del bien común y la atención a los descartados (que es como llaman los argentinos a los excluidos). Él dice que ese blindaje debe durar porque, sin duda alguna, nosotros gastamos la palabra “posconflicto” antes de poderla usar. Pero es ahora, cuando ha llegado el posconflicto, cuando estamos en el encuentro de las aguas de dos ríos de colores distintos, que tienen que ir traslapándose hasta crear un nuevo color que sea el de la convivencia.

El resultado ideal es ese. Acuérdate que hubo un caso cuando nos tocó la venida de Pablo VI, que venía con Populorum progressio, la encíclica del desarrollo de los pueblos; y acá se consideró en algunos sectores que ese Papa tenía una tendencia muy fuerte al socialismo y que, a lo mejor, estaba equivocado y que si no estaba equivocado estaba hablando para Europa y no para Colombia ni para América Latina.

Recuerdo que se sacó una edición de la encíclica quitándole las partes peligrosas; sin embargo, su mensaje se impuso, con aquello de que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. 30 años después se publicó un libro que tenía como título Si le hubiéramos hecho caso al PapaEs decir que la visita de Pablo VI tuvo poca repercusión en el país porque, si bien creó conciencia en algunos, desató la guerra entre los otros. Después del 68 y del documento de Medellín sobre la justicia, la guerra se desató más intensamente. Juan Pablo II vino treinta y pico de años después, aterrizó y dijo, dentro de ese mismo eje, que el trabajo es el elemento más real de la paz; que el trabajo dignifica a la persona, le crea las posibilidades de que cada uno sea dueño de su propio destino; y la frasecita se volvió de cajón.

O sea que existe el peligro de que dentro de 20 o 30 años aparezca un libro que diga: si le hubiéramos hecho caso a Francisco…

Ese es el peligro que hay y precisamente por eso estamos insistiendo algunos en que la visita ya empezó con los preparativos. Hay un momento culmen que es cuando el Papa entra en Colombia, dice lo que va a decir, que es muy interesante, porque acá en Bogotá va a hablar de la vida; y en Villavicencio, de la reconciliación, del perdón y de la construcción del proceso de la purificación de la memoria, que es tan difícil, porque sin ello no hay perdón.

Después pasará a Medellín a animar a la juventud y a los pastores, porque es una reunión de juventudes y del clero. Y llegará después a la fiesta de san Pedro Claver, en Cartagena, para hablar de derechos humanos, de bien común y de la necesidad de continuar. Y aquí viene lo nuevo, para hacerle un seguimiento; porque la visita del Papa no termina con el decolaje del avión hacia Roma. Desde ya estamos organizando esos grupos; quijotadas que hacemos nosotros; se reunirán cada seis meses para examinar si Francisco dejó alguna huella o si simplemente fue el paso de una estrella fugaz.

Las visitas sirven

En efecto, la lectura de los discursos del papa Pablo VI durante su visita a Colombia en 1968 deja la certeza de que lo ocurrido en Colombia desde entonces hubiera sido distinto si, en vez de ser aquellos oyentes corteses y educados pero pasivos, los colombianos hubiéramos sabido escuchar y actuar.

¿Podría preverse una pasividad parecida después de la visita de Francisco?

En este momento existe la idea, porque, sin duda alguna, esta paz, que es elemental, es fruto del esfuerzo de muchos, desde Belisario Betancur. Ha habido esfuerzos de otros gobernantes y de otros presidentes, que probaron caminos distintos, como los diálogos del Caguán; la operación del conflicto directo, de Uribe; aun lo que había hecho Gaviria, etc. Todo esto viene acá, se represa y hay que encontrarle el centro de aguja para poder justipreciar si esto valió la pena o no. Entonces, tendremos un encuentro en el mes de diciembre, seguramente en Roma, no acá en Colombia; porque si la cosa vino de Roma, a Roma debe retornar; para ver si valió la pena; y lo vamos a hacer antes de que el Papa viaje a Perú y a Chile, porque, sin duda, aun cuando Colombia está remontando una apuesta que debiera haber remontado hace 40 años, los peruanos y chilenos no están exentos de tener colinas de conflicto que tienen que superar y que han sabido ocultar: todo el problema mapuche en el sur, todo el problema de los indígenas en Perú, con las clases menos favorecidas y, al mismo tiempo, con las grandes migraciones que están llegando a estos países. De manera que lo que queremos es decir en diciembre: ¡sirven las visitas del Papa!

¿En ese encuentro intervendría el Papa?

No, es un encuentro marginal al Papa, pero es de reflexión con personas que han tenido que ver con su viaje a Colombia. Esa venida va a ser un éxito. Yo pensaba en aquella frase vieja: el fracaso es huérfano; pero este éxito tiene padres nuevos todos los días, cantidades. A un fracaso los colombianos no se le apuntan, pero a este éxito se le ha apuntado demasiada gente. Entonces, yo creo que hay que evaluar. Y esa evaluación que se hará en diciembre hay que repetirla en Colombia antes de que termine el gobierno de Santos; y repetir una tercera sesión, ya establecida, con el nuevo gobierno, porque no se puede permitir que la semilla se siembre en vano. Es una evaluación de seguimiento, porque aquí no le hacemos seguimiento ni siquiera a los éxitos que tenemos.

Es impresionante cómo éxitos como el de la paz dejan indiferente a la población. ¿Usted cómo explica eso?

Nosotros tenemos callo. La guerra genera callos que excusan a las personas de pensar, de sentir y de desear. Entonces, el que adquiere el callo de la guerra quiere solamente sobrevivir él y que sobreviva su tribu. La paz no es de tribu, tiene que ser de la dimensión de la comunidad; entonces se deja de pensar y se dice: esto no puede cambiar; se deja de sentir. Mueren nueve personas en la represa de Guatapé y uno oye decir: ¡qué pesar! Pero después no se hace nada. Pasa lo del Centro Andino y todos decimos: ¡qué pesar! El callo no nos deja pasar del sentir a la acción y si alguien quisiera pasar del sentir a la acción se le denomina “pobre iluso”. Entonces la gente deja de soñar. Aquí se aplica lo de Calderón de la Barca: “todo en la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. El Papa está llamando a que cada nación, a que cada comunidad, a que cada grupo organizado, bien sean cristianos católicos o no, empiecen a alimentar el sueño de lo posible. “De grano en grano llena la gallina el buche”, decían nuestros abuelos. Es la razón del lema: “demos el primer paso”. No “hagamos el camino”. A un colombiano se le dice “hagamos el camino” y responde que es imposible. Por eso el Papa viene a dar con nosotros el primer paso, como una especie de lazarillo; a ver si somos capaces de dar el primer paso, alejándonos de la muerte, y comenzamos a sentir el bienestar de la vida.

El primer paso

Guillermo León nació en Armenia y como buen quindiano sabe de las esperas y desazones de los cafeteros. No siempre se duerme bien en las fincas cafeteras donde se sabe que un aguacero a destiempo o la presencia de una plaga pueden destruir muchos sueños y esperanzas. De hecho, es un dato curioso, el embajador de Colombia en el Vaticano es ejecutivo de la Federación de Cafeteros y se encarga de la Fundación Manuel Mejía, que vela por las familias de los cafeteros. Cuando le pregunté sobre las alternativas para la desesperanza nacional, no pude evitar la asociación con las expectativas esperanzadas de los cafeteros de su tierra natal.

─El viejo eslogan que se iba a colocar antes de la venida del Papa se estudió hasta encontrar el slogan dinámico: “demos el primer paso”, que es abierto: demos el primer paso en la justicia, demos el primer paso en la solidaridad, demos el primer paso en la economía, demos el primer paso en derechos humanos, demos el primer paso en el perdón. No nos dejemos arrebatar la esperanza.

Es algo muy real…

Muy real porque la gente nuestra acostumbra trabajar no con la esperanza como apertura al bien vivir sino como una mano misteriosa que nos acerca a lo que deseamos y nos aleja de lo que tememos, es decir, nos acaba, nos deja en nada. Pero ahí está esa sesión de seguimiento, por ejemplo, persiguiendo en qué va Francisco en la reforma de la curia, en su metodología de aprender a soñar de nuevo. Porque hay países en donde los sueños no se sueñan, sino que se roncan.

La reforma de la Curia

A Escobar le dicen “el Pavarotti del Quindío” por su parecido físico con el tenor italiano. Inesperadamente me sorprendo en el intento de hacerlo “cantar”. Alguien que conoce tan bien las partituras que se interpretan en el Vaticano podría cantar a capella lo que se dice en los pasillos de la curia sobre temas que nos afectan a todos. Tras formularle la siguiente pregunta no escucho el tono cauteloso y calculado del diplomático; por el contrario, responde con naturalidad y simplicidad.

¿En qué va, por ejemplo, la reforma de la Curia?

Eso va muy adelante, naturalmente, con los obstáculos que crean. Yo me acuerdo haber leído en el evangelio -si no, debería estar-: que no se puede servir a dos señores. Creo que está en el evangelio todavía.

El Papa es supremamente claro en relación con la economía del mercado: hay que producir, hay que generar avances en la economía para repartir, para hacer eficaz aquello de la comunicación cristiana de los bienes. La gente, los economistas interesados, oyen la primera parte, pero no la segunda.

El Papa encuentra que en la Curia se cuecen una serie de circunstancias de la unión del mundo espiritual con el mundo de la economía de interés. Y a todo eso le metió mano. Benedicto ya había metido su mano; y uno de los problemas de su fatiga personal fue la lucha por encauzar las finanzas, propiedades y bienes materiales de la Iglesia y su uso en la caridad. Eso ha generado cantidades de problemas, porque había que hacer claridad sobre el patrimonio de la Iglesia, porque lo del Instituto de las Obras Religiosas es simplemente la expresión bancaria de la propiedad. Este Papa está renovando. Va lento, pero no se devuelve; y, en ese sentido, por ejemplo, a Colombia la ha vinculado a la junta directiva del APSA, con el cardenal Rubén Salazar, junto al cardenal Blázquez, de España: gente que tiene un imperativo pastoral, que puede servir de contrapeso a los que tienen el imperativo de mayor liquidez, mayor valor, etc.

Entonces, Francisco creó el ministerio de la economía, que no existía. Va reordenando el grupo de los nueve cardenales; va ayudándoles a organizar todo ese organigrama, donde muchos pierden funciones y privilegios. Son ellos los que no hablan bien de la reforma de la Curia. Otros se dan cuenta de que había una serie de indelicadezas, que era necesario reparar. El Papa repara y va sanando lo que había que sanar.

Hoy se puede decir que buena parte de la reforma de la Curia en el ámbito patrimonial y de liquidez bancaria se ha cumplido; tanto, que volvieron a dar la Certificación Europea de Honradez, algo que no es fácil.

Vino el caso de la reorganización de los dicasterios, de los ministerios, y ya ha reordenado laicos. Vienen las reformas sobre laicos, familia, vida consagrada: todo en un grupo; y de otro grupo, dedicado al desarrollo y a la justicia social entre individuos, comunidades y pueblos. Viene el de obispos; viene el de la Doctrina de la Fe, que yo creo que será uno de los últimos mordiscos que se puedan pegar. Pero ya tiene distinto el horizonte de cómo funciona el Vaticano. Aún tiene la pregunta “quién será mi jefe”. Todavía están tratando de reconocer quién y el camino de obtener una renovación en el colegio cardenalicio para los posibles votantes para un nuevo pontífice, y el Papa va obteniendo casi la mitad más uno.

Se está pensando en una nueva forma de nombrar al Papa: el conclave. Algunos hablan de un grupo de cardenales, de alguna representación grande de conferencias episcopales y hasta de un grupo de laicos, dicen algunos. Esa va a ser la gran reforma, que se va a publicar en una especie de prólogo funcional a fin de año. Sin duda alguna, se van a dar todas estas nuevas puntadas. Con viri probati, por ejemplo, se están dando: alguien lanzó un globo desapercibidamente, para hombres casados, probados en la virtud, entrenados en las virtudes heroicas propias de su estado (esa parte la añado yo); sería un buen apoyo en la tarea pastoral, ante la carencia de sacerdotes que hay hoy en día. También se está probando -hay peticiones-  sobre el estudio de una muy reglamentada práctica sacerdotal, de aquellos que, habiendo sido ordenados, han completado la vida sacramental a través del matrimonio, pero que han demostrado permanecer en la cercanía y fidelidad de la Iglesia.

Todos estos son disparos que se escuchan; y detrás de esos disparos no hay todavía una teoría o un enunciado de doctrina, sino que esos globos que van apareciendo preanuncian cambios en tiempos difíciles.

¿Se abre así el camino para ese doble clero: el clero célibe y el clero casado?

La vieja división del clero diocesano y el regular, de los religiosos regidos por una regla. Una vocación que hacía los tres votos y los vivía en plenitud. El clero secular tendría esa dimensión, podría verse en un futuro remoto. El asunto de los papas es qué puerta dejan abierta, a qué puerta le quitaron la llave, porque mover la aldaba ya es mucho más fácil. Éste está quitando las llaves.

Yo me acuerdo de Chesterton, que decía una frase para nosotros, los laicos: “cuando uno entra a una iglesia se quita el sombrero, pero no se quita la cabeza”. Y el Papa es partidario de oír a tirios y troyanos. Y tiene el don que les deseaba Ignacio de Loyola a todos los suyos: el discernimiento. Para discernir usted tiene que oír todo. Y este Papa es un auténtico jesuita de Fabro, a quien canonizó porque decía: “oigo a todos y decido yo”.

No es aquello de que “hemos decido”, sino de “¡he decidido!”. Y eso para la Iglesia es una garantía, porque con el “hemos decidido” se dispersan las responsabilidades y no se sabe a quién tomarle las cuentas.

En turno para beatificación

Se siente la necesidad de unas reformas en las causas de los santos. Hay la sensación de que se canoniza a los que tienen dinero que respalde su proceso y una comunidad que presione; pero hay verdaderos campeones de la fe sin dinero y sin gente con capacidad de intriga. ¿Eso podría cambiar?

Sin duda. Eso también lo empezó Benedicto XVI, bajando aranceles y todo lo que se tenía que pagar. Francisco ha completado en buena parte esa acción para introducir una causa. Después de la curia diocesana no es tan complicado y comienzan a aparecer gente de la que uno oía hablar, pero no había mayor información. De repente empieza a aparecer un listado o paleta y empieza uno a ver gente que uno pudo haber conocido o que conoció y dice: es claro que la santidad no implica la perfección; hay santos de muy mal genio, pero de muy buen testimonio. Aparece la beatificación de monseñor Romero, que sé que para muchos fue un escándalo, porque contra él actuaron las primicias de la no verdad y los que estaban convencidos de que Romero era un lobo con piel de oveja. Va apareciendo toda esa generación de Jesús Emilio Jaramillo, al que Juan Pablo II declaró mártir del siglo XX en el Coliseo Romano; éste, sin duda, ya está en turno para la beatificación. Entonces va a apareciendo la recuperación del gran taumaturgo, el médico venezolano de quien venden estampitas en la Avenida Caracas, José Gregorio Hernández, que es uno de los únicos laicos que fue alumno del Colegio Pio Latinoamericano. Entonces van apareciendo y se van disminuyendo al menos las necesidades económicas y se está pensando que hay otra serie de milagros que no son solamente de sanación física.

Por ejemplo, ¿cómo hace para beatificar a Gaudí? Su milagro es la catedral de la Sagrada Familia en Barcelona. Es aquel testimonio que, habiendo surgido desde lo más profundo de cada quien, se convierte en una convocatoria a la verdad de la buena nueva: eso es un milagro. El tipo que ha pasado toda la vida dando buen ejemplo, esos fundadores de acciones para los niños, tengan los defectos que puedan cargar y soportar. Es el caso de un tipo como Javier de Nicoló. Si esas personas, si un santo se denomina tal cuando vuelve real aquella vieja teoría de: yo seré como tú. ¿Cuál es el modelo? La gran prosperidad en los tiempos políticos era cuando alguien decía: yo quiero ser como tal. En la Iglesia es: yo quiero ser como tal, hoy en día. ¿Quién se atreve a decirle a alguien: yo quiero ser como tal, si nos encargamos de dar en las palabras una gran lección, pero en las obras una gran negación de lo dicho? Era lo que decía un obispo amigo mío, cardenal hoy de 97 años en Colombia: que no hay nada más escandaloso que un mal consejo seguido de un mal ejemplo.

Faceta de renovación

Desde los tiempos de Aparecida, cuando conoció al arzobispo Bergoglio, Escobar ha acumulado un largo conocimiento del actual Papa. Conoce la oposición, casi siempre solapada, con que se reciben la actividad y el discurso del Papa sobre la renovación de la Iglesia; también se ha preguntado si todo ese proyecto de renovación, desde una Iglesia burocrática y de ejercicio de poder, hasta una Iglesia samaritana que no busca el poder y que ama el servicio, se suspenderá el día en que muera el Papa. Es un hombre enfermo, de edad avanzada y sometido a un ritmo de trabajo descomunal. Escobar casi me arrebata la palabra…

─Le voy a decir una cosa: no he visto enfermo más saludable que el Papa. El señor se levanta todos los días a las 4:30 am, hace una hora de oración, hasta las 5:30 am; después se arregla y baja a decir una misa que se la dice a la gente del interno vaticano o del ámbito más restringido, donde él habla el lenguaje más claro de lo que adentro tiene que continuar pasando para que la Iglesia llegue a ser lo que debe ser.

A nosotros nos tocó el Concilio Vaticano II. Yo veo que el Papa desempolvó de una gaveta aquello de la Iglesia pobre para los pobres y encontró aquello de Martinide Mercier, de Larraín, y se preguntó: si todo esto está aprobado, ¿porqué está guardado?

Entonces, la gran originalidad del Papa es desempolvar toda esa faceta de renovación en los textos que había aprobado el Concilio Vaticano II. Y hace ese tipo de reflexiones.

El Papa termina esa misa y empieza una carrera de atención a lo formal y a lo informal. Recibe jefes de estado, de todos los pelambres, sin condiciones. Anteriormente, el protocolo establecía algunas restricciones, pero desde cuando Benedicto XVI declaró que la Iglesia ya no es una sociedad perfecta, sino que en los casos de pedofilia, crímenes financieros, etc., la Iglesia se encarga del pecado y del pecador y la justicia civil se encarga del criminal y del crimen. Eso causó un cimbronazo dentro de la Iglesia, que llevó a algunos de la Curia a decir: esto no es justo, nosotros somos sociedad perfecta en lo espiritual. Pero hay otra parte de la sociedad que reconoce: somos ciudadanos. Y entonces hay investigaciones que se comparten con el mundo de afuera.

Hay acuerdos que se realizan. Eso lo hace el Papa hasta la hora de almuerzo, hasta que baja a almorzar en la Casa de Santa Marta. Y se ha incrementado, de hecho, que donde almuerza el Papa siempre es un gusto estar presente. Entonces la gente volvió a tener una vida comunitaria dentro del Vaticano. Ahora en el Vaticano se trabaja con una intensidad increíble. Porque, además, esos funcionarios están frente a un señor que de repente toma su carro, se va a dos o tres cuadras, y entra a un dicasterio sin avisar, porque él está en su propia casa. Yo lo veo lleno de salud. Lo único es que hay una parte intocable de su programa que es la siesta. Hombre que no hace siesta muere prematuramente. Y él hace su siesta. Y después de la siesta tiene un programa que lo conduce hasta la hora de comida, conversaciones con los propios de la curia de los que están por allá; y a las 10 pm va a la cama.

Le rinde mucho el tiempo. Es posible que cojee o renguee, como decíamos nosotros; por una malformación que tiene en el pie. Por eso son los zapatos ortopédicos que compra en Buenos Aires, con cuya medida no han dado los grandes zapateros en Roma.

Dicen que tiene lo que todos tenemos tarde o temprano: el bendito toque de la ciática. Pero, mientras él no tenga que balancearse o bambolearse, sabe manejar muy bien sus equilibrios corporales, tan bien como maneja los espirituales, que son de una vida intensa. Lo único que reclama es la siesta.

Días después de esta conversación llegó la noticia del consistorio en que el Papa nombró nuevos cardenales y recordé al embajador Escobar cuando me decía: “entre la gente que está nombrando hay quien pueda continuarlo”. Es cierto, la continuidad de la reforma de la Iglesia se preserva. La vieja Iglesia no puede perder su juventud.