¡Espérame!


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Esta semana he sido testigo de una de esas escenas entrañables que nos regala la infancia. Estaba en el colegio de mi hijo esperando a que entrara en clase como cada mañana cuando, súbitamente, una de las compañeras que ya había entrado en el aula se escabulló entre las piernas de la maestra mientras gritaba y corría con los brazos extendidos: ‘Mamaaaaaa, no te vaaaayaaaasss, espeerameeee’. A lo que su madre, todavía en el mismo lugar, respondió: ‘Estoy aquí, hija’. Y la niña le dijo con alguna lágrima de apego: ‘Necesito un abrazo’.

El abrazo

Cuántas veces un gesto tan grande nos pasa desapercibido.



Quizás en estos tiempos de aislamiento y distancia física obligatoria algunas personas hayan llegado a apreciar la magnitud de lo que puede significar un abrazo para el ser humano; pero no nos engañemos pensando que ha sido igual para todo el mundo.

En internet abundan los gritos y la falta de empatía, reflejo de un modelo social que cultiva la despreocupación por el cuidado mutuo. ¿Recuerdas, por ejemplo, el vídeo que circuló hace poco de esas trabajadoras que vejaban a la persona mayor que estaba a su cargo y bajo sus supuestos cuidados?

No, los abrazos no alcanzan a significar lo mismo para todo el mundo. Y encontramos un reflejo de esas diferencias también en la Biblia.

En algunos lugares nos encontramos el abrazo como elemento de sujeción, de anclaje. Tal es el caso cuando el Deuteronomio dice sobre Dios que ‘a él servirás y a él te abrazarás’ (Dt 13, 5).

El abrazo es también símbolo de encuentro y amistad. David y Jonatán se abrazan después de que este último salve la vida de David (1 Samuel 20, 41). ¡Con lágrimas y todo! Y es que la intimidad del abrazo permite abrir el corazón a quien lo comparte.

La fe, por su parte, también se puede abrazar. En ese caso el abrazo es, simplemente, confianza como alternativa al miedo o la increencia. Quien vive la vida con el corazón rígido como de tétanos no puede entender –por autoboicot– lo que es un abrazo de fe.

¡Ah, pero el abrazo también puede ser traicionero! Dice el libro de los Proverbios: ‘No entregues tu vigor a las mujeres, líbrate de los abrazos de las que pierden a los reyes’ (Pr 31, 3). Al margen de la excesiva carga que han padecido las mujeres como símbolo de perdición, quedémonos con el gesto del abrazo opresivo que impide respirar el aire de la Vida Nueva y añade distracciones sobre lo fundamental; a saber, que impide ejercitar los tres amores: amor a Dios, amor al prójimo y amor a sí mismo, todo en justo equilibrio.

Y, por último, está el abrazo de la despedida, el que se le da a una persona con la seguridad de que no se la volverá a ver: un padre o madre en sus últimos minutos de vida, una amistad que se marcha, una relación que finaliza…

Necesito un abrazo

Reflexionaba sobre la escena de la compañera de mi hijo que, a viva voz, reclamaba la necesidad de un abrazo de su madre. Su petición era ancla, amistad, confianza y despedida a la vez. 

Y, al mismo tiempo, me preguntaba: ¿Cuándo fue la última vez que le grite a Dios que necesitaba un abrazo suyo?

¡Dame un abrazo!