Entre la espátula y la pared


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Estoy en proceso de retirar el estucado de las paredes de mi hogar (gotelé) y, mientras trabajaba en el muro de una de las habitaciones, reflexionaba yo acerca del paralelismo que existe entre las paredes de una casa y el Pueblo de Dios. Llámame raro si quieres, pero allá donde miro veo una parte del rostro de Dios o de su Iglesia.



La distancia importa

No me gusta el gotelé. No termino de entender por qué, ya que es una técnica de decoración tan válida como otra cualquiera. Sin embargo disfruto más con el tacto de una pared lisa o con la mínima textura. Es por ello que cada año elimino el gotelé de una de las estancias del hogar. Lo retiro con espátula, reparo los desperfectos con escayolas y yesos y, por último, pinto y finalizo la decoración.

Si observas una pared con gotelé desde la distancia suficiente, la textura de aquella puede parecer homogénea, pero a medida que te acercas comienzan a aparecer las sombras propias de esta decoración. Así también nuestra Iglesia, cuando es observada desde afuera –a distancia–, es tratada como un ente homogéneo como si fuésemos una suerte de pasta o de yogur. Los pecados de una sola persona son atribuidos a todo el conjunto sin que ello signifique que los logros de una parte también sean extrapolados al resto. Los análisis parciales de muchos medios de comunicación, sesgados y desde posiciones políticas enranciadas por el veneno del odio, tienden a obviar las virtudes de millones de vidas entregadas con generosidad. Al mismo tiempo, las execrables conductas de un puñado se utilizan como justificación para dibujarnos una diana en la espalda sobre la que lanzar el cuchillo o propinar el golpe, ya sea a base de insulto y desprecio o llegando al extremo de la violencia física.

Las capas no te hacen superheroína

Sucede también que el gotelé va perdiendo parte de su grosor con cada capa de pintura que se aplica sobre él, minimizando poco a poco la distancia entre las crestas y los valles del estucado.

Y todavía se puede ir más allá.

Gotelé

Rascando una de las paredes me encontré con que debajo del gotelé –pintado en múltiples ocasiones– había otro gotelé diferente que había sido previamente pintado y repintado. No es la primera pared que encuentro así, pero me sigue sorprendiendo ya que establezco mentalmente una relación con la tendencia global de no resolver los problemas acudiendo a su raíz sino aplicando múltiples capas de renovación que proporcionen un aspecto lustroso, aunque este sea por tiempo limitado hasta la siguiente mano de pintura.

En esta Iglesia nuestra también se han tomado decisiones aplicando capa sobre capa, ocultando o ignorando los problemas de base. Ya fuere en el drama de un abuso sexual, en una irregularidad económica o en el menosprecio a otro ser humano por una condición cualquiera, demasiadas personas del ámbito católico han actuado fomentando el oscurantismo y el secretismo ponzoñoso. Un excesivo número de obispos han decidido mirar para otro lado con tal de no ser conocidos como ‘el obispo de los abusos’ o ‘el obispo de los escándalos’; aún más, me atrevo a decir que uno solo de estos obispos ya es un número excesivo de ellos.

Rascar cuesta

Quitar el gotelé con espátula es un proceso manual muy laborioso, especialmente si no es de los que saltan únicamente al humedecer –como sucede en mi hogar–. A veces hay que rascar con fuerza, y ello supone que puedas hacer algún que otro agujero indeseado en la escayola que hay por debajo. Pero también te ayuda a ver las grietas de la estructura, propias del asentamiento del edificio o que puedan haberse producido por otros motivos. Pero cuando ya está todo retirado, puedes reparar la superficie dañada aplicando diferentes tipos de yesos y escayolas. Y, al final, te queda una pared mucho más ‘sana’.

Pues sí, en nuestra Iglesia tenemos mucho que rascar. No tengo criterio ni conocimiento para decir por dónde comenzar, pero por algún sitio hay que ponerse en marcha. Puede ser dando más visibilidad y protagonismo a la mujer en los procesos y órganos de toma de decisiones. O sustituyendo a sacerdotes por laicos en puestos donde estos últimos puedan realizar la tarea de igual manera y enviando a los pastores a parroquias que les necesitan. O tal vez revisando a fondo las libertades que se toman algunos institutos religiosos o congregaciones para convertirse en mini Iglesias independientes de Roma. ¡O trabajando en conjunto en varios ámbitos a la vez!

No sé, como decía antes me falta criterio para una evaluación a tan alto nivel. Lo que sí sé –o al menos estoy convencido de ello– es que no podemos ignorar que nuestra Iglesia no debe, sencillamente, seguir funcionando ‘como siempre’. Estaríamos aplicando nuevas manos de pintura encima de las anteriores; quedaría bonito, pero entonces no tendría que sorprendernos cuando algún pedazo se desprenda porque el peso sea excesivo para el soporte que la sustenta.

A veces hay que sanear para retirar el exceso de capas, para descubrir desperfectos o para reparar grietas. No podemos permanecer ignorantes de los errores que cometemos ni erigirnos como ciudadanos perfectos que siempre señalan el defecto ajeno.

La próxima vez que mires una pared con gotelé acuérdate del capítulo 8 del profeta Jeremías. En los versículos del seis al siete retrata esa actitud de mirar para otro lado, de ignorar la Palabra de Dios que nos traza el camino para la construcción de una realidad más fraterna y sorerna (me empeño en utilizar este término). El profeta, además, señala con acierto esa actitud de cubrir lo viejo con otra capa nueva cuando dice: “¿Cómo pueden ustedes decir: ‘Somos sabios y poseemos la Ley de Yavé?’. Cuando es bien cierto que la han cambiado en mentira la pluma falaz de los escribientes” (Jr 8, 8).

Venga, arremángate y toma en tu mano la espátula. Hay que ponerse manos a la obra.

PD: Discúlpame por haberme extendido tanto. Tu tiempo es tan valioso como el mío y no pretendía apoderarme de él.