El tiempo ha perdido el juicio


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El tiempo forma parte de esa familia de conceptos que la humanidad ha necesitado inventar para entender su presencia en el universo. Decimos de él que es relativo, extraño o propicio, pero rara vez nos detenemos en medio de nuestros quehaceres cotidianos para valorar el uso que hacemos de eso que, en realidad, no es más que una convención aceptada por muchas personas para medir los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor.



¿Quién testificará a su favor?

Reflexionaba yo sobre esta cuestión del tiempo a raíz de una de las diversas excursiones nocturnas que realizamos en familia en parajes naturales cercanos (adaptadas a las circunstancias sanitarias que atravesamos). Una de tantas tardes-noches en que estuvimos compartiendo la merienda alrededor de la linterna, estuve escudriñando el cielo con la preocupación que corresponde frente a la presencia de un cielo nuboso que amenaza tormenta.

En ese contexto compartí con mi mujer e hijo: “Fíjate tú qué curioso, tarda más una gota de lluvia en llegar del cielo hasta el suelo de lo que lo hace nuestra voz en atravesar el planeta entero”.

Y eso me llevó a recordar la sensación que me estuvo acompañando un tiempo después de haber regresado de tierra de Misión: todo el mundo iba apresurado en su vida. Atrás quedaba la expresión ‘Malembe‘ que había incorporado a mi día a día con el transcurso de los meses.

Niños jugando en un columpio/EFE

Ni siquiera en esta anómala situación de pandemias y aislamientos parece calar en el imaginario colectivo un uso alternativo de aquello que llamamos tiempo. Las prisas siguen ahí, la inmediatez devora el disfrute de los matices.

A ratos me siento como Beppo, el barrendero que aparece en el cuento de ‘Momo’ (1973, Michael Ende) y que con su “barrida a barrida” disfruta de aquello que hace pero aislado del entorno social que funciona a otro ritmo. Ese personaje y yo no encajamos en la fugacidad y la volubilidad del modelo de relaciones sociales mayoritario.

Yo quiero alzar mi voz en favor del tiempo, pero no para ahorrarlo y esquilmarlo. Abogo por esos segundos empleados en sentir la textura del papel o la pared a través de las yemas de los dedos; defiendo el detenimiento para disfrutar de los rayos del sol que calientan las mejillas en un día de frío; apuesto por la entrega generosa del propio tiempo en favor de otras personas, especialmente cuando ello no se traduce en un beneficio personal sino que supone incluso el desgaste personal porque, transcurrido el tiempo y mirando en retrospectiva, se puede descubrir que un segundo de escucha pudo significar el punto de apoyo que la otra necesitó para impulsarse hacia una vida mejor.

El futuro

El tiempo que está por delante de nosotras es un verdadero problema, porque si hacemos caso a la expresión de “el futuro que nos espera” entonces no tenemos nada que ver ni hacer ahí. Ese futuro ya ha sido decidido y todo lo que podemos hacer es llegar hasta él.

Por el contrario, si aceptamos la posibilidad de que lo que viene lo construimos día a día entonces nuestra humilde voz podrá aportar al conjunto. Que sea escuchada, que nuestro discurso sea pertinente o que en la disertación no dejemos a nadie al margen es un tema para otra reflexión.

Acordémonos, aunque sea un poquillo, de lo que dice san Pablo a los hebreos cuando habla de ese tiempo futuro en el que el Señor pondrá en nuestros corazones sus leyes (Hb 10).

Quiero terminar con una conversación entre Beppo barrendero y Momo. Te invito a que te acuerdes de ella la próxima vez que una gota de lluvia te alcance el rostro; viajó durante mucho tiempo antes de acariciar tu piel.

– Ves, Momo –le decía, por ejemplo-, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.

Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:

– Y entonces te empiezas a dar prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.

Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:

– Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que el siguiente.

Volvió a callar y a reflexionar, antes de añadir:

– Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.

‘Momo’, de Michael ende