El quemor


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Estábamos mi hijo y yo al mediodía sentados a la mesa como un día de entre semana más, hablando de nuestras cosas cuando, en un momento determinado, me pidió que le soplara un poco a su comida porque quemaba mucho.



Soplé.

En su siguiente cucharada, me dijo: “Sigue quemando. Tus soplos son de quemor, no de enfrior”.

Bendita infancia.

Pero, ¿acaso no nos invitó el Cristo de Dios a eso mismo, a ver el mundo a través de los ojos de los más pequeños? El evangelista Mateo nos lo relataba poniendo en boca de Jesús que “si no cambian y no llegan a ser como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3).

Un pasaje tantas veces leído y otras tantas ocasiones olvidado. Nosotras, con nuestra superioridad cognoscitiva, ¿cómo vamos a regresar a la inocencia de la infancia para resolver los complejos conflictos que nos separan?

plato caliente

Cómo disfrutamos viendo un vídeo de niñas que comparten una parte de su comida con quien no tiene y qué poco dispuestas estamos a hacer lo mismo con nuestras prójimas adultas. Aparece la racionalización de nuestro egoísmo. Ahí está el “enfrior” de nuestro aliento: las palabras que no se traducen en gestos reales y concretos.

Decía uno de los Isaías que “el aliento de los tiranos es como la lluvia helada” (Is 25, 4). Así que, ¿cómo es la lluvia que sale de nuestra boca? ¿También helada, de “enfrior”?

El aliento de Dios siempre ha sido el del “quemor” porque insufla no solo vida sino también pasión transformadora y liberadora. El aliento que “sopla en las narices” (Gn 2, 7; Job 27, 3) no puede dejarnos imperturbables, inertes, quietas.

Conocido es el soplo de Dios porque “dispersa a los enemigos” (Sb 11, 20) y “los hace perecer con el aliento de su boca” (Job 4, 9). Por tanto, si nos consideramos discípulas de Jesús y, con ello, hijas de Dios, una porción de dicha “fuerza” ha pasado inevitablemente a nosotras si creemos y sentimos que Él nos ha soplado en la nariz.

Así, cuando vemos pasar la vida como quien lee un libro u observa un programa de entretenimiento, ¿no estamos echando a perder ese mismo aliento transformador que está en nosotras? ¿No se convierte la actitud pasiva en una ofensa al Dios de las Alturas?

Soplidos de quemor

Los años pasan y acumulo ‘enemigas’, personas siempre prestas a relatar con pormenores los fallos cometidos o a desdecir cuanto sale de mi boca o mis dedos. Y es que en esto de resoplar en horizontal el soplo que viene en vertical me suelo equivocar bastante.

Sin embargo, aún teniendo en cuenta lo anterior, a medida que pasa el tiempo le pido al Padre que mis soplidos sigan siendo de “quemor” y no me venza el miedo a denunciar lo que atenta contra el Plan Divino inserto en la Historia de la Salvación.

No quiero que mis palabras se conviertan en la “lluvia helada” que decía Isaías.

Al mismo tiempo no quiero que caiga sobre mí la losa de creerme superior a la persona que tengo enfrente ni poseedora de una mayor Verdad durante el ejercicio de la denuncia profética. Pero esa reflexión, la dejo para otra entrada.