No hables conmigo


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Si en tu hogar convives con más de una persona seguro que en algún momento has vivido un instante de tensión, fuera este de mayor o menor duración. Ya fuere por acatar o ignorar normas o bien motivado por gestos bruscos o actitudes fuera de contexto, el caso es que quien vive con otras personas bajo el mismo techo conoce lo que es la política en su sentido más amplio.

Lo que es, es

Pero no creas que las personas que viven solas se libran, porque fuera de casa también nos encontramos con las demás: en el trabajo, en el gimnasio ¡y hasta en nuestro rellano! Y sí, allí también hacemos política.



Es que, a la postre, toda relación humana está imbuida de política porque no podemos evitar esos contactos que nos empujan a tomar decisiones conjuntas: que caminemos por esta acera o por la de enfrente, que juguemos o bailemos, que hablemos o nos ignoremos.

Al final resulta que la política es consustancial al ser humano y por eso la Biblia entera está repleta de relatos donde se hace necesario gestionar la situación que se genera cuando dos o más personas aparecen juntas; por ejemplo, un caso concreto lo encontramos en el capítulo 12 del libro de los Jueces, donde se monta un lío bastante sangriento entre las gentes de Efraín, Jefté y Galaad. En los primeros versículos hay un pequeño diálogo, pero no consiguen resolver lo suyo y la sangre llega al río (literalmente).

Terrible

Así que supongo que por eso me parece terrible cuando escucho o leo a alguien decir que no quiere hablar de política o que reniega de aquella, como si fuese un apósito impostado –mugriento y maloliente– del que hay que deshacerse antes de que derive en problemas mayores.

Una cristiana, especialmente, no puede renegar de su deber de indicar –y hacer lo posible por modificar positivamente– los elementos de la vida social que difieren de los parámetros sociales establecidos por el Reino de Dios anunciado por Jesús.

Nuestro catecismo dice que “la participación es el compromiso voluntario y generoso de la persona en los intercambios sociales. Es necesario que todos participen, cada uno según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común. Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana” (CIC 1913). Porque somos seres humanos no podemos eludir nuestra responsabilidad política de participación. Y esto se aplica al diálogo sobre las cosas que nos afectan a todas.

Lo que creo que ocurre es que, tal vez, hemos pasado demasiado tiempo acomodadas en una fe narcotizante que genera un efecto muy similar al de lamer sapos psicotrópicos. Se tienen alucinaciones acerca de una realidad deformada bajo la falsa impresión de que se está viviendo según la voluntad de Dios. Y las pupilas están tan dilatadas que se hace imposible distinguir nada más. Algunos grupos de católicos incluso llegan a alcanzar una exaltación parecida a la de los chamanes, con gritos o sin ellos, olvidando al finalizar su sesión que el mismo Dios a quien alababan les impele a dar la vida por las hermanas sufrientes.

No quiero sapos, gracias

A mí no me deis sapos ni tampoco sus toxinas.

Al hilo de lo que dice el punto 31 de la ‘Gaudium et spes’ yo quiero poder ampliar mi cultura espiritual, porque solo así podré cultivar con mayor cuidado el sentido de mi responsabilidad.

Ninguna cristiana debería renunciar a debatir –en la medida de sus posibilidades cognitivas y culturales– acerca de los temas que afectan a la vida social. Al contrario, debe buscar razones que se anclen en el Evangelio y estén impregnadas de un humanismo integral e integrador.

Igual a la próxima persona cristiana que te diga aquello de ‘yo de política no hablo’ conviene que le recuerdes que, entonces, mala cristiana está siendo porque está mutilando un aspecto que nos es connatural.

Hay que hablar de política, por supuesto. Pero, además, como cristianas debemos hacerlo bien, sin sectarismos coloreados por los símbolos de los partidos. No tengamos miedo de criticar con valentía a quienes votamos en las últimas elecciones si encontramos que su conducta está siendo reprobable.

Y si tienes dudas, acude al Evangelio.

No chupes sapos.