Tribuna

Viudas: las otras protagonistas en la Escritura

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Las viudas son verdaderas protagonistas en la Escritura. ¿Cómo no recordar a Tamar, Rut, Noemi, Giuditta, la viuda de Sarepta de Sidone o la viuda insistente de la parábola lucana? Según la antigua legislación, la viuda sin hijos tenía derecho a casarse, pero también podía regresar a la casa de su padre. Por lo tanto, se le permitía volver a casarse, excepto con un sacerdote; todavía los segundos matrimonios no eran habituales. Esto explica la frecuente mención de la categoría de viudas, sus dificultades económicas, su necesidad de protección legal y su deber de ser caritativas con ellas.

El Señor mismo las sustenta (cf. Sal 146, 9), les rinde su justicia (cf. Éxodo 22, 21; Deuteronomio 10, 18) y escucha sus súplicas cuando se lamentan (cf. Siracide 35, 17). Sus opresores (Ezequiel 22,8) y los que no cumplen con su deber hacia ellas (Job 24, 21; Isaías 10,1-2) merecen el castigo divino. Con los huérfanos y los extranjeros, es decir, los que no tenían el apoyo de una familia, las viudas dependían de la caridad de la gente y, salvo raras excepciones, vivían en condiciones miserables y cargadas de niños, lo que empeoraba aún más su situación. En el Nuevo Testamento, la comunidad primitiva pronto comenzó a cuidar de las viudas (cf. Hechos 6,1; 9,39-40) y a ayudarlas en sus dificultades (cf. Santiago 1,27).

Nos interesa especialmente un fragmento de la primera carta a Timoteo (5, 3-16), escrita entre los años ochenta y noventa del siglo I, probablemente por un discípulo que conocía muy bien al apóstol y su pensamiento. La carta, dirigida a Timoteo, joven jefe de la comunidad de Éfeso, tiene como objetivo animarle en la misión que se le ha confiado. Timoteo, junto con Tito, uno de los discípulos más queridos de Pablo, su fiel colaborador y continuador de su obra. Con un carácter esencialmente de exhortación, es una especie de pequeño manual para el párroco, donde se abordan cuestiones como la organización de la comunidad, la forma de combatir a los enemigos de la fe y la vida cristiana de los fieles, sin que surja una estructura o un plan de composición evidente.

Viudas “canónicas”

Es un pasaje significativo no solo porque es el texto más largo del Nuevo Testamento dedicado a las viudas, sino sobre todo porque atestigua la existencia de un orden de viudas reconocido en la Iglesia en la primera mitad del siglo II. En la primera carta a Timoteo 5, 9 se lee: “Para estar inscrita en el grupo de las viudas, una mujer debe tener por lo menos sesenta años y haberse casado una sola vez”. El catálogo o registro, explica Giuseppe Pulcinelli, era la lista de viudas dispuestas a ayudar a mujeres pobres, que tenían que tener ciertas calificaciones para gozar de la estima de los otros cristianos. Eran las llamadas viudas “catalogadas” o “canónicas” y constituían una especie de asociación con fines caritativos y apostólicos.

Hoy, la orden de las viudas (‘ordo viduarum’) está recobrando fuerza después de casi desaparecer en las últimas décadas. De hecho, el número de viudas consagradas al Señor crece constantemente en el continente europeo. En Italia, al menos quince diócesis han establecido la orden de las viudas y hay unas doscientas mujeres consagradas. Perdieron a su marido y renunciaron a nuevos afectos conyugales para así vivir su viudez unidas a Jesucristo. Se dedican al cuidado de la familia y al servicio de la Iglesia, colaborando en las actividades pastorales de las parroquias. Son un regalo precioso que debe ser guardado y alentado con gratitud y amor. Pero volvamos a la Escritura, precisamente para hablar de las viudas en la Iglesia primitiva, de su situación en la familia, de su función en la comunidad y de su modo de vida.

Nuestro texto forma parte de la sección más larga (1 Timoteo 5, 1-6, 2) que trata de los criterios de comportamiento hacia las categorías de personas que tienen especial relevancia en la vida de la comunidad cristiana: en primer lugar, las viudas (5, 3-16), luego los presbíteros (5, 17-25) y finalmente los esclavos (6, 1-2). Pero antes de ocuparse de las viudas, el autor introduce una regla para todos los fieles, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos: tratar a todas las personas como si fueran miembros de su propia familia. Un gran espacio estaba reservado para las viudas, que en la Iglesia primitiva eran muy numerosas.

La Iglesia, en su ayuda

Se ha supuesto, aunque es obviamente un cálculo aproximado, que el cuarenta por ciento de las mujeres entre las edades de cuarenta y cincuenta años eran viudas. Un número tan alto de viudas planteaba graves problemas a la Iglesia naciente, que no disponía de recursos financieros para ayudar a todas ellas en sus necesidades. Por esta razón, era necesario discernir bien qué viudas necesitaban realmente la ayuda. Eusebio de Cesarea nos dice que, en el 250 la Iglesia de Roma sostuvo a más de mil quinientas viudas (cf. Historia eclesiástica 6, 43).

“Honra y atiende a las viudas que realmente están necesitadas” (1 Timoteo 5, 3). Con esta exhortación comienza nuestro pasaje. Las viudas son consideradas dignas de honor, y el honor se traduce no solo en ayuda moral y espiritual, sino también material. Sin embargo, hay una condición que debe ser respetada: deben ser “verdaderamente” viudas, lo que sugiere que también hubo viudas que no eran auténticas y por lo tanto no eran dignas de ser honradas. Obviamente, el autor no se refiere a su estado civil, que nunca fue cuestionado, sino a su situación económica tras la pérdida de su marido. Luego distingue entre tres categorías de viudas.

En primer lugar, las que pueden ser ayudadas por sus familiares: “Si alguna viuda tiene hijos o nietos, estos deben aprender primero a cumplir con sus deberes familiares y a ser agradecidos con sus padres, porque eso es lo que agrada a Dios” (1 Timoteo 5,4), una exhortación que se hace eco del cuarto mandamiento. En segundo lugar, las que no tienen medios de subsistencia, porque están abandonadas y no tienen familia, por lo que necesitan la ayuda de la Iglesia. Siguiendo el ejemplo de la profetisa Ana, que “sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones” (Lc 2,37), oran continuamente y ponen su confianza sólo en el Señor. Según las palabras del autor: “Hay viudas que lo son realmente, porque se han quedado solas y tienen puesta su confianza en Dios, consagrando sus días y sus noches a la súplica y a la oración” (1 Timoteo 5,5). En tercer lugar, las que reciben un mandato comunitario, después de haber sido reconocidas como adecuados a través de una serie de requisitos. De esta manera, adquieren el derecho a ser sostenidas por la Iglesia (1 Timoteo 5, 9-15).

¿Cuáles eran los criterios?

Hablemos ahora de los criterios de admisión en la orden de las viudas. ¿Cuáles son estos criterios? Primero, las viudas no deben tener menos de sesenta años de edad (1 Timoteo 5, 9). En segundo lugar, está prohibido registrar a las jóvenes viudas, es decir, a las que no han llegado a la menopausia, porque podrían querer casarse de nuevo y, si lo hacen, “se hacen culpables por faltar a su compromiso” (1 Timoteo 5, 12). El texto sugiere que hasta entonces no había habido restricciones de edad para la admisión de viudas, pero de lo que sigue se desprende que la experiencia no había dado buenos resultados. Para las jóvenes viudas, el segundo matrimonio es muy recomendable, “si no tienen nada que hacer, acaban yendo de casa en casa y se dedican a charlar y a curiosear, ocupándose de lo que no les importa” (1 Timoteo 5, 13).

En tercer lugar, las viudas deben hacer una especie de voto, promesa o juramento, ya sea de castidad o de consagración ante la Iglesia con vistas a su servicio (cf. 1 Timoteo 5:12). Cuarto, las viudas deben haber tenido un solo marido; lo mismo ocurre con el obispo y el diácono: solo pueden casarse una vez. En quinto lugar, como los obispos, las viudas deben haber practicado la hospitalidad (cf. 1 Timoteo 3, 2; 5,10; Tito 1:8), así como haber ejercido otras obras de caridad. Por ejemplo, “lavar los pies de los santos”, es decir, de los cristianos (cf. Jn 13,2-17), acogiéndolos en sus casas, donde se reunía la comunidad cristiana, para ayudar a los afligidos y en particular a otras viudas y huérfanos necesitados.

No hay duda sobre estos requisitos. Pero no es tan fácil determinar en qué consistía exactamente el ministerio de las viudas catalogadas o canónicas. En cualquier caso, de la información obtenida de la primera carta a Timoteo y de las otras dos cartas pastorales (la segunda a Timoteo y Tito), se puede intentar definir su función dentro de la Iglesia. En estas cartas, a las mujeres y probablemente también a las viudas, se les encomienda la tarea de educar a otras mujeres para que puedan reproducir el ideal de las ‘matres familiae’, así como el cuidado de los niños. En este sentido, ejercen una cierta función magisterial en la Iglesia, evidentemente no en un cargo oficial, sino a nivel de los consejos y de la sabiduría que brotan de la experiencia de una vida santa.

“Preferible casarse que arden en malos deseos”

En efecto, según Tito 2, 3-5, las mujeres mayores deben enseñar a las jóvenes “a amar a sus maridos e hijos, a ser modestas, castas, mujeres de su casa, buenas y respetuosas con su marido. Así la Palabra de Dios no será objeto de blasfemia”. Las viudas son modelos de comportamiento para las mujeres casadas y también para las viudas jóvenes que tienen que criar a sus hijos hasta que se casen de nuevo. El hecho de que las viudas tenían una función evangelizadora se puede ver en un fragmento del ‘Capascalia apostolorum’, un antiguo tratado cristiano que data de la primera mitad del siglo III. De una de las normas del texto se intuye que en los encuentros con los paganos las viudas y otros laicos enseñaban cuestiones doctrinales, por ejemplo, relacionadas con la unidad de Dios. Otras cuestiones, en cambio, estaban reservadas a los pastores de la Iglesia: “Sobre el castigo o el descanso, sobre el reinado del nombre de Cristo, y sobre la distribución, no habla ni una viuda ni un laico” (capítulo 14, 3.5).

Junto a las viudas de conducta irreprochable, estaban también las que, olvidando su promesa de vivir en castidad, se comportaban de manera promiscua: “Pero la que lleva una vida disipada, aunque viva, está muerta” (1 Timoteo 5, 6). Está implícito que murió desde el punto de vista de la fe, porque sus pasiones la alejan del Señor y la conducen “detrás de Satanás” (1 Timoteo 5, 15). En estas condiciones, será mejor que se case. Esto es lo que Pablo pensaba: “Es preferible casarse que arder en malos deseos” (1 Corintios 7:9). Lógicamente, las viudas jóvenes tenían más riesgo que las que habían cumplido una cierta edad. El autor observa que “se comportaban de forma lasciva” (‘katastreniàsosin’) porque querían volver a casarse (cf. 1 Timoteo 5,11) y, abandonando su fe, adoptaron un estilo de vida contrario a la doctrina de Cristo. Ociosidad, chismes y curiosidad, las jóvenes viudas no honraban la orden de las viudas.

Nuestro pasaje termina con la siguiente recomendación: “Si una mujer creyente tiene viudas en la familia, que se ocupe de ellas. De esta manera, la Iglesia no las tendrá a su cargo y quedará libre para atender a las que están realmente necesitadas” (1 Timoteo 5, 16). Pensamos así, en la iniciativa privada de algunas cristianas, quizás también viudas, a favor de las viudas necesitadas y que no tienen a nadie que se ocupe de ellas. Sería una forma de ayudar a la Iglesia, que no podía hacer frente al sustento de todas las viudas. La caridad siempre es lo primero.

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