Abrir las puertas a la diversidad

Experiencias de acompañamiento eclesial a la población LGBTI

Murieron abrazados en medio de la oscuridad de la noche, a las puertas de la iglesia de Lourdes. Los suicidas eran pareja: dos hombres gays que recurrieron al veneno para quitarse la vida y que con la elección del sitio y del día de la semana dejaron como testamento un mensaje que otros tendrían que descifrar.

Ocurrió un domingo, hace diez años. La noticia no tuvo mayor relevancia para la mayoría de los bogotanos con la llegada del siguiente amanecer, pero para Fidel Ramírez fue definitiva. Como homosexual, se había propuesto no separar su fe cristiana de su activismo en favor del reconocimiento de la población LGBTI. No vieron en esa decisión un signo de los tiempos los superiores de la congregación a la que pertenecía. A días de su profesión solemne como religioso le enviaron una carta en la cual le notificaron que no sería admitido para las órdenes sagradas como parte de la institución. Como en Lourdes, las puertas de la Iglesia estaban cerradas.

A la intemperie

Muchas personas sexualmente diversas no encuentran en sus iglesias dónde recostar la cabeza. Hay quienes deciden vivir su identidad en secreto. Como José de Arimatea, el discípulo oculto, esconden lo que son por miedo. Si abiertamente hablan de su orientación sexual, reciben condenas fundadas en lecturas literalistas de la Biblia o en consideraciones sobre cierta ortodoxia legal propia de determinados ámbitos religiosos. En ocasiones, la iglesia se torna para ellos en una madre contradictoria que dice amarlos, pero los maltrata.

En respuesta a esta situación han surgido grupos que buscan constituirse en un espacio para avanzar en la superación del conflicto entre creencia y diversidad sexual. La Iglesia Anglicana Regina Apostolorum, por ejemplo, tiene designado a un sacerdote como coordinador nacional de pastoral juvenil en temas de diversidad y de género. Se llama Iván Darío Gutiérrez y continuamente es invitado por grupos de universitarios para hablar sobre espiritualidad y sexualidad. Como teólogo, se ha dedicado a profundizar la conciencia de que existen distintas comprensiones sobre lo espiritual y de que no hay una forma exclusiva de sentir a Dios ni de vivirlo. Como gay, promueve hacerle el duelo a formas de comprensión de la fe que generan heridas. Entre los jóvenes que acuden a él con preguntas sobre el pecado, el amor y la vida en pareja, anima procesos de sanación a partir de la fe en un Dios que no discrimina. “Prefiero un hijo muerto antes que marica” es una expresión que mucha gente ha escuchado dentro de su familia.

Como parte de la Iglesia Anglicana, Iván acompaña también a personas de la población LGBTI que se congregan en un grupo denominado José de Arimatea. A su parecer, la principal contribución que el cristiano puede hacer ante el desafío pastoral del acompañamiento es escuchar y respetar, sin cerrarse a otras creencias. Su iglesia se ha propuesto caminar con familias diversas en favor de la inclusión y de la transformación de la sociedad. La apuesta consiste en dar cuenta de que Dios vive en cada uno, sin exclusión; y que una pareja así constituida es también lugar en que Cristo se revela. Por eso los anglicanos de su denominación reconocen un carácter sacramental en la unión entre personas LGBTI que abiertamente declaran su deseo de dar la vida de manera mutua y construirse conjuntamente.

Un punto de inflexión

En el ámbito católico, prevalece un rechazo de la jerarquía a la equiparación de las uniones entre personas homosexuales con el matrimonio. Otras formas de identidad sexual ni siquiera fueron consideradas en el documento publicado que siguió al más reciente sínodo de obispos.

Si bien el papa Francisco reiteró en Amoris Laetitia que “toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar todo signo de discriminación injusta, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia”, el acompañamiento para personas sexualmente diversas es dejado en manos de sus familias, sin que se expliciten pistas para hacer frente a uno de los desafíos pastorales de nuestro tiempo.

En atención a lo enunciado por el obispo de Roma en dicho texto, un grupo de activistas reunidos en Global Network of Rainbow Catholics plantearon el año pasado a manera de pregunta clave cómo los principios de la exhortación apostólica postsinodal pueden ser aplicados en los contextos LGBTQI, “tanto los principios referidos al discernimiento personal y eclesial, la primacía de conciencia, el cuidado pastoral respetuoso y basado en la justicia, como aquellos métodos novedosos de hacer teología moral”.

Fidel hace parte de dicho grupo. Como coordinador en Colombia de Otras ovejas, una agrupación de asistencia y acompañamiento a creyentes e iglesias en temas de diversidad sexual y derechos humanos, plantea que en el país todavía hay mucho por delante. Valora que la Conferencia de Religiosos esté dando pasos para enfrentarse a las preguntas y perplejidades que surgen en el marco de la misión de las congregaciones afiliadas. Pero advierte que un escenario como la escuela católica corre el riesgo de no hacer lo suficiente para enfrentar la discriminación.

Lamenta que las marchas del año pasado contra el ajuste de los manuales de convivencia, según la sentencia de la Corte Constitucional que siguió al suicidio de Sergio Urrego, un adolescente que sufría bulling en su colegio, fueron el escenario en que sectores políticos promovieron el odio, con apoyo religioso. Tales manifestaciones constituyeron una antesala de los resultados del plebiscito de octubre en cual se impuso el no a los acuerdos de La Habana. En ese contexto, el rechazo a lo que muchos han dado en llamar la “ideología de género” se convirtió en un caballo de batalla al cual se subieron también muchos cristianos.

2016 marcó un punto de inflexión con efectos en el presente. A puertas de las presidenciales, la alianza entre sectores cristianos al servicio de intereses políticos particulares ha agudizado un ambiente de violencia que agrede a la población LGBTI. Las conquistas en materia de derechos civiles no sustituyen los avances necesarios en favor de una cultura que dé lugar a la diversidad. Por eso el trabajo de Fidel en los últimos siete años se ha centrado en la construcción de ciudadanía y convivencia en instituciones educativas de básica y media, para hacer de la escuela no el reflejo de la sociedad que tenemos sino el reflejo de la educación que queremos. “Hoy más que nunca es el lugar desde el cual se puede transformar la sociedad; pero para ello se necesita transformar la mentalidad de los maestros y maestras, abrirnos a nuevas posibilidades de comprensión del mundo”.

Lo mismo aplica para la Iglesia, de la cual Fidel se siente parte. No ha dejado de creer que el cambio social lo involucra como creyente, aunque muchas veces las puertas no hayan estado abiertas.

 

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