Ratisbona, el discurso que marcó el papado de Benedicto XVI

  • El 12 de septiembre de 2006, Joseph Ratinger, quien ha muerto hoy, removió los cimientos del mundo islámico
  • Pero su reflexión en la universidad alemana fue mucho más allá y, ante todo, fue una reclamación de la aportación helenista al cristianismo
  • ESPECIAL: Benedicto XVI: adiós al Papa emérito

En septiembre de 2006, en el transcurso del viaje a su Alemania natal, Benedicto XVI, quien ha muerto hoy, removió al mundo con su discurso, el día 12, en la Universidad de Ratisbona. Fue tal el eco que generó en el mundo islámico, que hubo ataques a cristianos en varios países de mayoría musulmana y la mismísima Universidad de Al-Azhar, referente mundial de la corriente suní, mostró su radical rechazo.



Con todo, polémicas malintencionadas aparte (también por parte de los sectores católicos que le quisieron convertir en un abanderado del fundamentalismo), merece la pena hacer un ejercicio de introspección y volver a releer a Joseph Ratzinger en su famoso discurso de Ratisbona.

Espíritu universitario

Parlamento que inició recordando sus años, a finales de la década de los 50, cuando era profesor en la Universidad de Bonn y había “un contacto muy directo con los alumnos y, sobre todo, entre los profesores” de distintas disciplinas, desde los historiadores, los filósofos o los filólogos hasta los teólogos, habiendo incluso “dos facultades teológicas”. Una experiencia de auténtica ‘Universitas’ en la que, “no obstante todas las especializaciones que a veces nos impiden comunicarnos entre nosotros, formamos un todo y trabajamos en el todo de la única razón con sus diferentes dimensiones, colaborando así también en la común responsabilidad respecto al recto uso de la razón”.

En cuanto a Dios, la fe se analizaba en clave de “racionabilidad”, dentro de una “cohesión interior en el cosmos de la razón”. Ni siquiera cuando un docente se proclamaba “ateo” había una ruptura, pues todos coincidían en que “seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón”.

Ratzinger recordó todo esto al releer “el diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez en los cuarteles de invierno del año 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y sobre la verdad de ambos”. Sin duda, “ese diálogo abarca todo el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán, y se detiene sobre todo en la imagen de Dios y del hombre, pero también, cada vez más y necesariamente, en la relación entre las ‘tres Leyes’, como se decía, o ‘tres órdenes de vida: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento y Corán”.

Guerra santa

Un punto culminante en el coloquio llega cuando “el emperador toca el tema de la ‘yihad’, la guerra santa. Seguramente el emperador sabía que en la ‘sura’ 2, 256 está escrito: ‘Ninguna constricción en las cosas de fe’. Según dice una parte de los expertos, es probablemente una de las ‘suras’ del período inicial, en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en detalles, como la diferencia de trato entre los que poseen el ‘Libro’ y los ‘incrédulos’, con una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que para nosotros resulta inaceptable, se dirige a su interlocutor llanamente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: ‘Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba’”.

Como constata Ratzinger al abundar en la lectura del diálogo, “el emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma”. Y ahí vuelve a dar voz al emperador bizantino: “Dios no se complace con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona”.

En este punto, Ratzinger acude al editor, Theodore Khoury, quien ha recopilado la histórica conversación, y destaca que este considera que “para el emperador, como bizantino educado en la filosofía griega”, es “evidente” la siguiente afirmación: “No actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”. En cambio, prosigue Khoury, “para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionabilidad”.

Revelación divina

En este punto, el islamista francés R. Arnaldez “observa que Ibn Hazm llega a decir que Dios no estaría vinculado ni siquiera por su propia palabra y que nada le obligaría a revelarnos la verdad. Si él quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría”.

Y aquí llega la pregunta que, ya sí, sin citas mediante, se plantea el propio Ratzinger: “La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o vale siempre y por sí mismo?”. A su juicio, “en este punto se manifiesta la profunda consonancia entre lo griego en su mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia”.

Algo evidente en uno de los textos referentes de la fe cristiana: “Modificando el primer versículo del libro del Génesis, el primer versículo de toda la sagrada Escritura, san Juan comienza el prólogo de su Evangelio con las palabras: ‘En el principio ya existía el Logos’. Esta es exactamente la palabra que usa el emperador: ‘Dios actúa con ‘logos’. ‘Logos’ significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse, pero precisamente como razón”.

Un encuentro nada casual

De este modo, “san Juan nos ha brindado la palabra conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios, la palabra con la que todos los caminos de la fe bíblica, a menudo arduos y tortuosos, alcanzan su meta, encuentran su síntesis. En el principio existía el ‘logos’, y el ‘logos’ es Dios, nos dice el evangelista. El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad”.

Pero, para Ratzinger, “este acercamiento había comenzado desde hacía mucho tiempo. Ya el nombre misterioso de Dios pronunciado en la zarza ardiente, que distingue a este Dios del conjunto de las divinidades con múltiples nombres, y que afirma de él simplemente ‘Yo soy’, su ser, es una contraposición al mito, que tiene una estrecha analogía con el intento de Sócrates de batir y superar el mito mismo”.

Más tarde, “durante el destierro, donde el Dios de Israel, entonces privado de la tierra y del culto”, se da una evolución a la esencia de la zarza y “se proclama como el Dios del cielo y de la tierra”. Gracias a “este nuevo conocimiento de Dios” se alumbra “una especie de Ilustración, que se expresa drásticamente con la burla de las divinidades que no son sino obra de las manos del hombre”.

Auténtica ilustración

En la época helenística, cuando el cristianismo “salía desde sí mismo al encuentro de lo mejor del pensamiento griego”, se testimonió realmente “el encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión. Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar ‘con el logos’ es contrario a la naturaleza de Dios”.

Con honradez, el Papa alemán admitió que “en la Baja Edad Media” se dio un tiempo de ruptura con esta fusión, pues “hubo en la teología tendencias que rompen esta síntesis entre espíritu griego y espíritu cristiano”. Así, “en contraste con el llamado intelectualismo agustiniano y tomista, Juan Duns Escoto introdujo un planteamiento voluntarista que, tras sucesivos desarrollos, llevó finalmente a afirmar que solo conocemos de Dios la ‘voluntas ordinata’. Más allá de esta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual habría podido crear y hacer incluso lo contrario de todo lo que efectivamente ha hecho”.

Un oscurantismo cristiano en el que “se perfilan posiciones que pueden acercarse a las de Ibn Hazm y podrían llevar incluso a una imagen de Dios-Arbitrio, que no está vinculado ni siquiera con la verdad y el bien. La trascendencia y la diversidad de Dios se acentúan de una manera tan exagerada, que incluso nuestra razón, nuestro sentido de la verdad y del bien, dejan de ser un auténtico espejo de Dios, cuyas posibilidades abismales permanecen para nosotros eternamente inaccesibles y escondidas tras sus decisiones efectivas”.

Un ‘logos’ lleno de amor

De ahí la gran reivindicación de Ratzinger: “Dios no se hace más divino por el hecho de que lo alejemos de nosotros con un voluntarismo puro e impenetrable, sino que, más bien, el Dios verdaderamente divino es el Dios que se ha manifestado como ‘logos’ y ha actuado y actúa como ‘logos’ lleno de amor por nosotros”.

Para el predecesor de Francisco, “este acercamiento interior recíproco que se ha dado entre la fe bíblica y el planteamiento filosófico del pensamiento griego es un dato de importancia decisiva, no solo desde el punto de vista de la historia de las religiones, sino también del de la historia universal, que también hoy hemos de considerar. Teniendo en cuenta este encuentro, no sorprende que el cristianismo, no obstante haber tenido su origen y un importante desarrollo en Oriente, haya encontrado finalmente su impronta decisiva en Europa. Y podemos decirlo también a la inversa: este encuentro, al que se une sucesivamente el patrimonio de Roma, creó a Europa y permanece como fundamento de lo que, con razón, se puede llamar Europa”.

De ahí el lamento del Papa por “la pretensión de la deshelenización del cristianismo”, corriente que “domina cada vez más las discusiones teológicas desde el inicio de la época moderna”. Este proceso se ha dado en tres fases y nació “en conexión con los postulados de la Reforma del siglo XVI”, yendo la concepción de ‘sola Scriptura’ en la vía de que “se debe liberar a la fe para que esta vuelva a ser totalmente ella misma”.

Kant fue más allá

Significativamente, “Kant, con su afirmación de que había tenido que renunciar a pensar para dejar espacio a la fe, desarrolló este programa con un radicalismo no previsto por los reformadores. De este modo, ancló la fe exclusivamente en la razón práctica, negándole el acceso a la realidad plena”.

Posteriormente, “la teología liberal de los siglos XIX y XX supuso una segunda etapa en el programa de la deshelenización, cuyo representante más destacado es Adolf von Harnack”. La “idea central” de este autor “era simplemente volver al hombre Jesús y a su mero mensaje, previo a todas las elucubraciones de la teología y, precisamente, también de las helenizaciones: este mensaje sin añadidos constituiría la verdadera culminación del desarrollo religioso de la humanidad”.

Para Harnack, “Jesús habría acabado con el culto sustituyéndolo con la moral. En definitiva, se presentaba a Jesús como padre de un mensaje moral humanitario. En el fondo, el objetivo de Harnack era hacer que el cristianismo estuviera en armonía con la razón moderna, librándolo precisamente de elementos aparentemente filosóficos y teológicos, como por ejemplo la fe en la divinidad de Cristo y en la trinidad de Dios”.

Reduccionismo

Desde esta perspectiva, “cualquier intento de mantener la teología como disciplina ‘científica’ dejaría del cristianismo únicamente un minúsculo fragmento. Pero hemos de añadir más: si la ciencia en su conjunto es solo esto, entonces el hombre mismo sufriría una reducción, pues los interrogantes propiamente humanos, es decir, de dónde viene y a dónde va, los interrogantes de la religión y de la ética, no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita por la ‘ciencia’ entendida de este modo y tienen que desplazarse al ámbito de lo subjetivo”.

Desde ahí, “el sujeto, basándose en su experiencia, decide lo que considera admisible en el ámbito religioso y la ‘conciencia’ subjetiva se convierte, en definitiva, en la única instancia ética. Pero, de este modo, el ‘ethos’ y la religión pierden su poder de crear una comunidad y se convierten en un asunto totalmente personal. La situación que se crea es peligrosa para la humanidad”.

Para Ratzinger, “la tercera etapa de la deshelenización” es la que “se está difundiendo actualmente. Teniendo en cuenta el encuentro entre múltiples culturas, se suele decir hoy que la síntesis con el helenismo en la Iglesia antigua fue una primera inculturación, que no debería ser vinculante para las demás culturas. Estas deberían tener derecho a volver atrás, hasta el momento previo a dicha inculturación, para descubrir el mensaje puro del Nuevo Testamento e inculturarlo de nuevo en sus ambientes respectivos. Esta tesis no es simplemente falsa, sino también rudimentaria e imprecisa”.

Muchas aportaciones positivas

Con todo, el Papa, lejos de ser rompedor con esta evolución histórica, apunta que su “intento de crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto solo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna. Se debe reconocer sin reservas lo que tiene de positivo el desarrollo moderno del espíritu: todos nos sentimos agradecidos por las maravillosas posibilidades que ha abierto al hombre y por los progresos que se han logrado en la humanidad”.

Así, reitera que “la intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Solo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud”.

En este sentido, “la teología, no solo como disciplina histórica y ciencia humana, sino como teología auténtica, es decir, como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe, debe encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo de las ciencias. Solo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad”.

Dominio positivista

Y es que, como ya veía claramente Ratzinger, “en el mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual solo la razón positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas”.

El histórico discurso de Ratisbona, en el que Ratzinger va muchísimo más allá del reduccionismo en el que muchos lo han querido encajonar, concluye con este aldabonazo en la conciencia continental: “Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y así solo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo”.

Noticias relacionadas
Compartir