Beethoven: el genio que se peleaba con Dios

Ludwig van Beethoven en un muro de Bonn

Hace 250 años, el 16 de diciembre de 1770, nació en la Corte de Bonn Ludwig van Beethoven. “Es probablemente el mayor benefactor de la humanidad, un gran Prometeo. Su música ayuda a encontrarnos a los seres humanos, a entendernos y a que luchemos desenfrenadamente para aceptar y cumplir, de alguna forma, el destino que nos es encomendado, que no es otro que hacer de este mundo un mundo mejor, un mundo más fraternal, un mundo de mayor entendimiento”, afirma el barcelonés Xavier Güell, productor musical, director de orquesta y autor de “La Música de la Memoria” (Galaxia Gutenberg). “Esto se expresará todavía más –añade– en la Missa Solemnis y en la 9ª Sinfonía con su último movimiento, ese canto de fraternidad, de solidaridad y de hermandad”.



Para Güell, Beethoven transmite comunión. “Para él, y esto es fundamental, la salvación es conjunta: aquí o nos salvamos todos o no se salva nadie. Hay una responsabilidad del hombre para los demás hombres. Es decir, que nuestro destino no es individual sino colectivo, puesto que estamos hermanados al final en la muerte”, explica. Esa trascendencia se apoya en la fe de Beethoven –bautizado en la iglesia de San Remigio, el 17 de diciembre, un día después de nacer–, aunque su religiosidad no es convencional.

“No me resulta nada fácil describir al Beethoven católico, ya que su fe no fue para nada ortodoxa –dice el argentino Fernando Ortega, sacerdote y consultor del Consejo Pontificio de la Cultura–. Beethoven era muy religioso, hay numerosos testimonios de ello. Pero creía en un Dios personal, al que rezaba con frecuencia pidiendo ayuda, considerándose como el más infeliz de los mortales”.

Lucha a brazo partido

Güell insiste: “Beethoven vive una religiosidad unipersonal, única e intransferible. Tiene un diálogo permanente con Dios, conflictivo, no de siervo y amo, un diálogo dialéctico, de enfrentamiento. Beethoven lucha con Dios, a brazo partido, en una especie de ring estrecho. Es una lucha a muerte entre dos titanes, y él piensa que es tan importante como Dios, puesto que lo trata de tú a tú, pero es una lucha para entender a Dios y en la que hay un acuerdo final”.

Ese acuerdo ha acompañado –y transformado– a la humanidad: “Él es consciente de que Dios le encarga, como dice Moisés, una labor titánica: consolar al hombre a través de su música, para que el hombre tenga –sigue Güell– la fuerza para combatir y llegar al máximo de lo que implica ser un ser humano”.

Humanismo y espiritualidad

Su música –como el propio Beethoven– contiene “humanismo y espiritualidad al mismo tiempo”, describe Güell. Es inseparable en ella lo uno de lo otro. Como no es posible separar el Beethoven músico del Beethoven que “se dirige a Dios sin intermediarios”, según lo define Ortega. Más allá de que en su catálogo –sus famosas 135 obras– escaseen las obras litúrgicas.

La producción de música sacra de Beethoven no es muy extensa, sus obras más importantes, y que se interpretan de forma habitual, son el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos y la Missa Solemnis, cuya grandeza es un ejemplo de cómo Beethoven representa la majestad de Dios”, sostiene Silvia Sanz Torre, directora titular de la Orquesta Metropolitana de Madrid y del Coro Talía.

Más allá de Missa Solemnis, la famosa misa de réquiem en re menor, “uno de los puntos culminantes de su producción musical y contemporánea a la 9ª Sinfonía”, Güell destaca la Misa en do mayor, “la primera que hace, una obra inspiradísima de un período central de madurez y cumbre también de su repertorio”.

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