A los 10 años del terremoto… no te olvides de Haití

Un hombre limpiando las alcantarillas en las calles de Haití

Hace diez años, el 12 de enero de 2010, un país entero se vino abajo. Y no era uno cualquiera, sino el más pobre de toda América y uno de los menos desarrollados de todo el mundo. Ese día, a las 16:53 horas, Haití padeció un terremoto de siete grados en la Escala Richter y buena parte de sus endebles infraestructuras (casas, escuelas, centros de salud… o la catedral y el propio palacio presidencial) cayeron al instante.



En minutos, unas 300.000 personas murieron sepultadas. En plena noche, muchos deambulaban sin rumbo, en estado de shock, buscando a sus familiares. Otros gritaban y cantaban mirando al cielo. Daban gracias a Dios por seguir viviendo.

Esas primeras semanas, los gobiernos de todo el mundo y cientos de ONG anunciaron a bombo y platillo que se volcarían con Haití. Pero la mayoría, transcurrida la inicial fase de emergencia, se marcharon a otros lugares, allí donde los focos mediáticos pusieron la mirada de la inmediatez. Lo vio claro el genial Forges, quien, durante años, no se cansó de añadir en cada una de sus viñetas en ‘El País’ esta frase: “Pero no te olvides de Haití”. Todo un aldabonazo en la conciencia… que tuvo poco eco.

Construir una nueva Haití

La realidad, diez años después, es que Haití sigue lastrado por los mismos problemas: corrupción, pobreza, violencia, falta de infraestructuras básicas, olvido de las zonas rurales, desprecio de los colectivos más vulnerables… Así lo proclamaron enérgicamente los obispos del país en un comunicado de la Conferencia Episcopal a la conclusión de su Asamblea Plenaria de diciembre, cuando se cumplían dos meses de protestas por todo el país clamando por la dimisión del presidente de la República, Jovenel Moïse.

En su contundente mensaje, los pastores llaman a construir “una nueva Haití”. Una misión en la que son necesarias “el coraje y la resiliencia”, actitudes que se han percibido en las manifestaciones callejeras, algunas de ellas brutalmente reprimidas por el Ejecutivo. Desde ahí, mirando siempre por el bien común y la superación de las divisiones intestinas, defienden que urge liberar a la sociedad “de los malos comportamientos que siempre han condicionado” el país, y que hoy “alcanzan una intensidad intolerable”.

Lo que ya no puede sostenerse por más tiempo, concluyen, es la deleznable dejadez de la élite socio-política, instaladas en su particular atalaya del bienestar “algunas personas que se revuelcan en una opulencia arrogante y escandalosa, mientras que la inmensa mayoría de la población languidece en una miseria vergonzosa y rebelde”.

La pasión del padre Fredy Elie

Todo lo contrario de ese egoísmo es la pasión por su gente del padre Fredy Elie, sacerdote paúl que fue destinado a Caradeux, una localidad cercana a Puerto Príncipe, justo un mes después del terremoto, siendo este uno de los puntos más afectados por el seísmo. Con una energía inusitada, animó a toda la comunidad local y, entre todos, consiguieron dignificar su vida en muy poco tiempo, impulsando un comité de limpieza y una capilla en pleno campamento de refugiados. El templo se componía únicamente de un suelo de lona, palos de madera y un techo de contrachapado, pero era el auténtico pulmón vital de la zona.

Sus misas, llenas de alegría, las acompañaban los niños y adolescentes de las familias que habían perdidos sus hogares, cargados con tambores, baterías, guitarras eléctricas y saxos. De ese singular coro parroquial surgió una iniciativa campaña educativa, formándose en su campamento hasta 200 chicos. Bautizado como ‘Niños de esperanza’, a día de hoy, varios de esos jóvenes han conformado un grupo que ha publicado tres discos…

Allí donde todo está olvidado…

Pero el padre Fredy no se quedó ahí… En su Moliére natal, una zona de montaña fronteriza con República Dominicana y muy alejada de la capital (por lo tanto, sin infraestructuras de ningún tipo), también puso todo patas arriba junto a la comunidad local, sumándose a su proyecto dos pastores evangélicos, otros sacerdotes católicos y varios de los campesinos (12 en total, como los apóstoles). Nació así un Comité para el Desarrollo que lo cambió todo y, en pocos meses, crearon una escuela, una carretera, un tendido eléctrico…

Visionario como pocos, el sacerdote paúl ha consolidado en esta década sus dos grandes proyectos y, hoy, hasta 25 chicos de ‘Niños de esperanza’, en su mayoría huérfanos o abandonados por sus padres, se han trasladado a Moliére, conformando “una verdadera familia” juntos a los campesinos locales. Rebautizado el proyecto como ‘Hogar Niños de Esperanza’, los chavales trabajan en una finca agrícola orgánica y autosostenible, siendo ellos mismos sus responsables.

Despertar a la vocación de padre

En esta década, por supuesto, el religioso haitiano continúa luchando con todas sus fuerzas por la gente de Caradeux. Aunque en 2013 les expulsaron del campamento y pasaron mucho tiempo sin un lugar fijo, celebrando incluso en la calle, finalmente, gracias a las Hijas de la Caridad, que les han prestado un espacio, han podido instalarse allí.

En conversación con Vida Nueva, el mismo padre Fredy reconoce que es mucho lo vivido en este tiempo: “El 12 de enero de 2010 conocí un despertar. Tristemente, a raíz de un desastre natural como un terremoto, desperté a mi verdadera vocación de padre… Tantos muertos, tanta destrucción me dejaron en un primer momento débil y angustiado. Pero, de repente, eso mismo cambió mi vida. Adopté el lema de ‘vivir ayuda a vivir’ y, con la gracia del Señor y la ayuda de muchos hermanos y hermanas, estamos ahora contemplando ¡diez años de vida, de vida nueva!”.

Lea más:
Noticias relacionadas
Compartir