Misioneros extraordinarios en lo ordinario: Amparo Ramos y Herminia Piloñeta, ¡Cuba es nuestra misión!

Amparo Ramos Espejo, granadina, y Herminia Piloñeta Fernández, asturiana, son dos dominicas que llevan 23 años como misioneras en Cuba. Entre muchas otras cosas, ambas han horneado indirectamente la vocación de Néstor Rubén Morales Gutiérrez.

Contactadas por Vida Nueva, destacan humildemente cómo “nunca fuimos conscientes de haber influido en su vocación. Sí cabe destacar que confiábamos plenamente en él, en sus capacidades para el desarrollo de la pastoral y le depositamos diversas responsabilidades. La convivencia, el día a día con nosotras, las pláticas largas y tendidas que teníamos en las tardes, le fueron configurando con la esencia de la Orden de Predicadores”.

A fondo perdido

Echando la vista atrás, más allá de este caso concreto, derraman felicidad por su presencia callada en Cuba: “Ha sido una experiencia en la que no hemos visto el tiempo pasar, en la que cada día sentimos y vemos a Jesús, en rostros sufrientes, necesitados, desesperados y sin sentido de la vida. Trabajamos a fondo perdido, sin esperar nada, solo con el anhelo de que el cubano descubra el amor misericordioso de Dios en sus vidas”.

Así, pese a que reconocen haber sufrido “la escasez de recursos y la falta de libertad para movernos en nuestra pastoral social, las cuales son dos fuertes limitaciones en este país”, es mucho más lo que han recibido: “Nos sentimos acogidas en la misión. Hemos visto a varias generaciones crecer, a padres que hemos preparado para los sacramentos, los vemos bautizar hoy a sus hijos. Sí, experimentamos el amor de Dios en el día a día con el cariño del pueblo, el que llega a la puerta con el plátano, la guayaba, el mango, para compartir desde lo poco que tienen con nosotras”.

La pastoral de los gestos

“En Cuba –experimentan– el trabajo es en la calle; se trata de salir y encontrarse con la gente, decirle buenos días, ponerle la mano en el hombro al que te saluda, visitar las casas, preocuparse por las familias, por sus problemas, y acompañarlos con gestos y palabras de fe. También es escuchar y sonreírle al que llega a nuestra casa, vivir con las puertas abiertas para todos; tanto el que viene a hablar de sus problemas o a pedir un medicamento, como a la mamá soltera que viene del hospital materno y quiere que se le abra la puerta de la iglesia para que se rece por su bebé y se le ponga bajo la protección de la Virgencita de la Caridad. Son tantas y tantos los que se acercan… Y no siempre tenemos soluciones, pero sí pretendemos que se lleven en su corazón que tienen un padre que les ama”.

La misión de Cuba no necesita tanta doctrina, eso llegará. Sino que se muestre con gestos y vida el amor misericordioso de Dios”.

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