Rafael Lería: “La estructura de la Iglesia amazónica no puede ser la de la Iglesia romana”

  • El jesuita, que convive con la etnia enawenê-nawê, espera que el Sínodo sobre la Amazonía dé más protagonismo a los laicos
  • “Hay muchos obispos que han entrado en esta senda y creo que para eso vino el Papa a Puerto Maldonado”, afirma este malagueño

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El jesuita Rafael Lería Ortega salió hace 18 años de su Málaga natal rumbo al altiplano boliviano, donde contactó con los pueblos indígenas quechuas y aymaras. Y se dio cuenta de que su sitio en el mundo estaba acompañando a esas comunidades.

Ahora desarrolla esa pastoral indígena como misionero del CIMI (Consejo Indigenista Misionero), un organismo vinculado al Episcopado brasileño, conviviendo con el pueblo enawenê-nawê, aquel con el que contactó por primera vez en la historia el también jesuita Vicente Cañas, en 1974, luego asesinado por defender la demarcación territorial de esa etnia, una de las 140 que hay en la Panamazonía. “Hace un año tuvimos una reunión con este pueblo indígena y le pidieron a la Compañía de Jesús que uno de nosotros estuviera con ellos. Y allí estoy ahora, en una zona fronteriza entre Bolivia y Brasil”.

PREGUNTA.- La situación actual de las comunidades indígenas en la Panamazonía, ¿es la de resistir ante la globalización que amenaza sus tierras y costumbres?

RESPUESTA.- Sí, tienen que resistir frente a todos, resistir a las madereras, al sistema económico actual que quiere globalizar toda la zona, resistir a la no contaminación, resistir para cuidar a la madre tierra, como ellos dicen, y al río en el que viven, y resistir para cuidar el árbol, porque para ellos las plantas, los peces, los pájaros, el agua, la tierra… son seres espirituales y dicen que si ellos cuidan la tierra, la tierra los cuidará de ellos. Tienen que resistir para que no se acabe con todo eso.

La amenaza viene de China y Canadá

P.- ¿Cuáles son los principales derechos humanos que se están vulnerando en la Amazonía?

R.- El primero, el de la vida, y luego de la salud, la educación y la identidad propia. Y es que el extractivismo ilegal, la minería, la tala, la construcción de carreteras o las barbaridades que se están haciendo con la construcción de hidroeléctricas, están acabando con sus territorios, algo que para ellos es fundamental, es su vida, es algo sagrado. Y todo eso no se está cuidando ni protegiendo. Los principales enemigos de la Amazonía son los propios Estados de la región, porque a través de sus gobiernos entran todas estas empresas, sobre todo de Canadá y China.

P.- ¿Cómo afectan directamente esas circunstancias a la gente?

R.- Hay esperanza y mucha vida. Llegas a cualquier aldea indígena y ves a muchos niños y niñas. Y eso es futuro y una manera de resistir. Con el vientre de sus mujeres hacen mucha resistencia también, porque tienen muchos hijos. Lo que sucede es que los gobiernos no quieren que se les visibilice. Hay mucha sangre derramada en la Amazonía, pero también mucha vida y mucha lucha, porque muchos de ellos son pueblos guerreros. Es verdad que hay mucho por hacer, pero no tenemos miedo.

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El jesuita, con dos indígenas brasileñas en la Escuela de Derechos Humanos de Cáritas en Jaén (Perú)

P.- ¿Hay comunidades en peligro de desaparición por estas políticas invasivas?

R.- Hay 140 grupos en toda la Panamazonía en lo que se llama aislamiento voluntario y algunos de ellos tiene que estar en continuo movimiento, de un lado a otro según la estación de año, porque estaban seriamente amenazados por madereras ilegales y empresas mineras. Por eso, ahora al aislamiento voluntario se le está tratando de cambiar el nombre porque se está viendo que a veces ese aislamiento no es voluntario, sino forzado.

“Si te cargas un árbol y no replantas, esto se muere”

P.- ¿El Sínodo puede ayudar a visibilizar este problema?

R.- Con la encíclica ‘Laudato si’’, el Papa demuestra que quiere escuchar lo que está pasando aquí. El Sínodo es caminar juntos, hombres y mujeres como Pueblo de Dios. Y Francisco quiere caminar hacia la Panamazonía porque ve que, como sigamos al ritmo actual, esto se acaba y no tendremos nada que dejar a las futuras generaciones. Si te cargas un árbol de 40 metros y no plantas otro, esto se muere.

P.- ¿Qué papel está jugando la Iglesia con estas comunidades?

R.- Es la que está apoyando y acompañando, pero debemos seguir avanzando, y creo que es lo que el papa Francisco pretende. Y lo primero que hay que hacer es darle a esta Iglesia panamazónica otra estructura completamente diferente de la Iglesia de Occidente, de la Iglesia romana. El rostro de la Iglesia de aquí, de toda Latinoamérica, es de mujer. La Iglesia no somos solo el cura o la monja, somos todos, y como Pueblo de Dios tenemos que seguir avanzando y trabajando juntos, para abrir nuestra cabeza y nuestro corazón para decir que así no podemos seguir, porque cada vez hay menos vocaciones. Es con los laicos, en los laicos y desde los laicos como tenemos que ir empujando la canoa para que esto siga avanzando.

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El Papa, en su encuentro con las comunidades indígenas en Puerto Maldonado

P.- ¿Y es ese el sentir actual de la Iglesia?

R.- Se está cuidando, pero tenemos que hacer muchísimo más. Porque aquí, de vez en cuando va el padrecito a la comunidad, pero no va para defender y luchar por todos sus derechos vulnerados. Va para bautizar, dar la comunión y sacramentalizar. Pero eso solo no es la evangelización. Por eso es fundamental nuestra presencia con ellos, porque estas comunidades indígenas no quieren nuestro dinero ni nuestros saberes. Nos quieren para que vayamos comiendo, bailando y viviendo como ellos viven, porque eso es la vida.

P.- ¿Y el Sínodo acogerá estas reflexiones?

R.- Creo que sí. Para eso vino el Papa a Puerto Maldonado, ¿no? Y, gracias a Dios, hay muchos obispos que, a nivel panamazónico, están entrando en esta senda. Y sobre todo, entrar en la senda de la mujer, porque Latinoamérica está movida por la mujer.

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