Recuerdos de un huracán social y político

Una declaración del Episcopado recuerda la activa y pionera intervención de los obispos católicos que puso en marcha la reforma agraria en Chile, hace más de 50 años.

“La reforma de la propiedad de la tierra fue considerada por la Iglesia como una necesidad política y una obligación moral. En Chile, este proceso fue apoyado y acompañado, entre otros, por grandes pastores como monseñor Manuel Larraín Errázuriz y el cardenal Raúl Silva Henríquez”, expresa el Comité Permanente del Episcopado chileno en su declaración Tierra para los campesinos: mirada de esperanza 50 años después. Recuerdan que este proceso fue contemporáneo con el Concilio Vaticano II y fuertemente motivado por la encíclica Populorum Progressio del papa Paulo VI.

En su declaración los obispos dejan de manifiesto una mirada agradecida, crítica y esperanzada frente a ese proceso y mirando la actualidad indican que “como afirmábamos hace diez años en nuestra carta a los hombres y mujeres del campo, ‘las situaciones nuevas exigen respuestas nuevas que tengan en cuenta la historia del mundo rural, su cultura y sus valores’ (Carta Pastoral Discípulos misioneros de Jesucristo para un tiempo nuevo, 2007)”. E invitan, con urgencia, a buscar esas nuevas respuestas “a la luz de los signos de los tiempos, de la situación actual de la propiedad de la tierra en el mundo rural y del llamado del Papa Francisco a cuidar la Casa Común”.

Como ocurría en casi toda América Latina, también en Chile la propiedad de la tierra estaba en manos de pocos propietarios que poseían enormes haciendas y disponían de los campesinos muchas veces explotándolos y privándoles de posibilidades de desarrollo. En 1952 el entonces obispo de Talca, Manuel Larraín, apoyó la creación de la primera y pionera Federación Sindical Cristiana de la Tierra. Al año siguiente estalló en Molina, comuna de la diócesis de Talca, la primera huelga campesina de la historia de Chile. Allí estuvo Larraín junto a los trabajadores de la tierra, persuadido de la necesidad de una transformación más radical en el mundo rural.

Proceso controvertido

Campesinos chilenos en plena lucha por la dignidad.

En 1960 los obispos chilenos emiten la carta pastoral La Iglesia y el problema del Campesinado Chileno, en la que expresan “parece que ha llegado a hacerse legitima la expropiación de aquellas propiedades agrícolas que presenten características definidas en orden a un mayor rendimiento y sean susceptibles de parcelación, ya que ello significa un mejor servicio al bien común”. Palabras que no dejaron de provocar reacciones en contra y acusaciones.

Pocos meses después ocurre el nombramiento del arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez, como cardenal. Por tal motivo, viaja a Roma donde habla el tema con el Papa. A su regreso a Chile plantea a Larraín la conveniencia de actuar juntos ya que el arzobispado de Santiago tenía propiedades en territorio de la diócesis de Talca y lo mismo ocurría a la inversa. Una vez acordado hacerlo y elaborada la forma de ofrecer asistencia técnica y crediticia a los campesinos, ambos obispos iniciaron el proceso de parcelación de sus fundos. En junio de 1962 Manuel Larraín entrega el fundo “Los Silos”, de 182 hectáreas, a sus trabajadores, en una reunión en el mismo terreno. A continuación, el cardenal Raúl Silva hace lo mismo en cuatro fundos que pertenecían al arzobispado de Santiago. Así se puso en marcha la Reforma Agraria en Chile gracias a la visión, empuje y consecuencia con el magisterio social de la Iglesia de dos grandes obispos de la Iglesia. El proceso sería asumido pocos años después por el Presidente Eduardo Frei Montalva, promulgando en 1967 las leyes de Reforma Agraria y Sindicalización campesina, continuado por Salvador Allende y paralizado por la dictadura de Augusto Pinochet donde muchas tierras volvieron a la concentración en grandes fundos.

Renovar y fortalecer

Sentados al fondo, de izq. a der.: cardenal Silva Henríquez, ministro José Tohá y presidente Salvador Allende.

Fue un proceso controvertido, que dejó muchos heridos y una profunda división en el país que persiste hasta hoy. Sin duda, modificó la estructura del sistema agrario chileno permitiendo reconocer al campesinado en su dignidad y potencialidades y abriendo nuevos horizontes para el futuro de muchas familias. Un proceso de tal envergadura ha sido calificado como ‘huracán social y político’.

La motivación que tuvieron esos obispos a mitad del siglo pasado es ejemplo que el Comité Permanente del Episcopado chileno quiere retomar: “Hoy nos parece especialmente importante renovar y fortalecer el acompañamiento pastoral de quienes desarrollan su vida cultivando la tierra. Su protagonismo y fortalecimiento puede ser un seguro contra la excesiva concentración de la propiedad de la tierra, el monocultivo y la tecnocracia que están agrediendo gravemente la biodiversidad. Los pequeños y medianos propietarios tienen también un aporte insustituible en temas tan centrales como la seguridad alimentaria, la solidaridad entre las generaciones, el cuidado de la familia y de la Creación de Dios (cfr. Papa Francisco, Laudato si´, nº 159)”.

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