Tribuna

¡No te olvides de contar con las mujeres!

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Paloma Gómez Borrero, periodista y escritoraPALOMA GÓMEZ BORRERO | Periodista y escritora

“Francisco encontró en Clara apoyo y conforto. Tú lo encontrarás en la legión de “Claras” que llenamos el mundo y que estamos deseando trabajar contigo para, por y en la Iglesia…”.

Querido papa Francisco:

Desde que Benedicto XVI renunció a llevar el timón de la barca de Pedro, me ilusionaba pensar que, con el sucesor, entrara en la Iglesia un viento que arrastrara a un mundo indiferente, árido, un desierto sin Dios, a descubrir a Cristo; esperaba que en la Iglesia soplara una brisa fresca que barriera los pecados de la Curia que denunció el papa emérito afirmando que “desfiguraban el rostro de Jesús”; pero sobre todo ansiaba que nos llenara el alma de entusiasmante fe.

Esperaba un Francisco de Asís del siglo XXI que cantara el aleluya de los cristianos de la Iglesia primitiva. No podía imaginar –y me parece que ha sido un milagro del Espíritu– que en el silencio de la Capilla Sixtina, los cardenales eligieran a un papa que decide llamarse como el juglar de Dios; que se siente hermano de los pobres y desheredados y nos recuerda que somos custodios, no propietarios de lo creado.

Iban a trascurrir tan solo unos días y el recién elegido papa Francisco nos habló de “la ternura de Dios”. Después de siglos en los que al hombre se le exigía orgullo, fuerza, casi violencia, nos recordaste la ternura, la bondad, la delicadeza que nos da la idea de un Dios-madre.

Llegaba a la Iglesia no un patrón, sino un servidor que se inspira en el legado de Francisco, el hijo del rico comerciante Di Bernardone, un mensaje de fraternidad del que brota un manantial maravilloso. A Francisco de Asís, en los últimos tiempos, la mayoría de la humanidad le había arrinconado; en una sociedad en la que cuenta el poder, la fama, el dinero, “el tener” y no “el ser”, no interesaba una figura como la suya.

Me gustaría mucho que en las grandes decisiones
pensaras en nosotras, las mujeres,
que nos vieras como hermanas, capaces de ofrecer a la Iglesia
una ayuda espiritual inmensa, riquísima, variada…
Y que contaras con lo que Juan Pablo II definió como ‘el genio femenino’.

Por eso me sonó como una hermosa melodía, en tu primera audiencia general en la Plaza de San Pedro, “que seguir a Jesús es salir de nosotros mismos, de nuestro ‘yo’, para ir al encuentro de los otros, para ir a las periferias de la existencia, ser los primeros en movernos hacia nuestros hermanos, sobre todo hacia aquellos más olvidados, los que más necesitan comprensión, consuelo, ayuda, porque el mundo tiene necesidad de que le lleven la presencia de Jesús misericordioso y rico de amor”…

¡Qué alegría aquella tarde-noche del Habemus Papam, cuando recibimos la noticia de un pontífice que se llama Francisco porque el nombre del poverello le entró en el corazón! ¡Papa Francisco!

En el primer discurso a los cardenales, al día siguiente de tu elección y en la misma Capilla Sixtina donde los 115 purpurados te eligieron, ya hablaste de “caminar” juntos, de “paz”, “perdón” y “pobreza”. Al salir al balcón de la loggia central de la Basílica de San Pedro, casi una hora después de la fumata blanca, nos pusiste a todos de rodillas a rezar la oración más bella que nos enseñó Jesús y con la que nos dirigimos al Padre nuestro que está en los cielos. La plegaria clave para entender la espiritualidad franciscana.

Cuán cierto es que si logramos cambiar el mundo dependerá de cada uno, de cómo actuamos, de cómo pensamos, de la mano tendida al hermano, pero tú, querido Papa, nos estás marcando el camino.

Muchas veces me quedo pensando en qué le preguntaría al papa Francisco, qué le pediría, si pudiera, o qué le diría si le escribiera una carta. Y lo he hecho; por eso te mando esta carta abierta que no va encontrar ese muro infranqueable que pudiera impedir que la leyeras. Santidad, papa Francisco, te estoy escribiendo con el corazón en la mano, y además de ser una carta abierta, voy a imaginar que la dejo personalmente encima de tu mesa de trabajo, en la salita de Santa Marta, en el modesto apartamento donde resides, en tu despacho de la Domus Santa Marta, porque el apartamento en el tercer piso de la loggia del Palacio Apostólico te resulta demasiado grande y lujoso y prefieres esta residencia de monseñores, donde comes en compañía, hablas con todos y les conoces mejor.

No te ha gustado nunca la soledad y, sobre todo, prefieres descubrir cómo son realmente estos monseñores que tendrán que ser tus fieles y eficientes colaboradores. ¡Qué maravilla que esta carta no vaya a perderse en el camino ni quedará archivada en la Secretaría de Estado!

El motivo principal de esta misiva es decirte, Santo Padre, lo mucho que me gustaría que, a la hora de las grandes decisiones, pensaras en nosotras, las mujeres; que nos vieras como hermanas, capaces de ofrecer a la Iglesia una ayuda espiritual inmensa, riquísima y variada… Y lo más importante: que contaras con lo que tu amado predecesor, Juan Pablo II, definió como “el genio femenino”.

Si logramos cambiar el mundo dependerá de cada uno,
de cómo actuamos, de cómo pensamos,
de la mano tendida al hermano,
pero tú, querido Papa, nos estás marcando el camino.

La famosa directora de cine Liliana Cavani, declaradamente atea, pero enamorada perdidamente de Francisco de Asís –Francisco era “su magnífica obsesión”, hasta tal punto que le dedicó nada menos que tres películas– un día recibió una sorprendente invitación. Era para presentar una de esas películas en el Vaticano; le advirtieron que a la proyección asistiría el Santo Padre porque deseaba conocerla y comentar después el filme. En la sala de la Cineteca vieron Francisco de Asís, y al terminar, Juan Pablo II no solo la felicitó por esa auténtica obra de arte cinematográfica que reflejaba a la perfección el espíritu del gran santo de Asís, sino que también le hizo una serie de preguntas.

Al volver a su casa, me contó Liliana Cavani que sintió la necesidad de escribirle al papa una carta en la que volcó sus sentimientos, el momento inolvidable que había vivido. Decía así: “Querido Papa, vimos juntos mi película y noté tu emoción; no prejuzgaste la obra por el hecho de que la autora fuera una mujer; por el contrario, me has dado varias veces las gracias por ello y yo quiero dártelas a ti por tu amplitud de criterio”.

Liliana hablaba en su carta de liberar al mundo de la ignorancia milenaria que, durante tanto tiempo, ha sido la causa de que a menudo la mujer fuera objeto de intolerancia, de violencia y de todo tipo de infamias que, sin duda, han ofendido a María.

Querido papa Francisco, yo también te escribo hoy para decirte que cuentes con nosotras, que cuentes con las cualidades innovadoras de la inteligencia de la mujer y, a menudo, con la desconocida riqueza de los valores femeninos.

Francisco encontró en Clara apoyo y conforto. Tú lo encontrarás en la legión de “Claras” que llenamos el mundo y que estamos deseando trabajar contigo para la Iglesia, por la Iglesia y en la Iglesia.

Gracias por leer esta carta. Gracias papa Francisco, hombre digno de María.

En el nº 2.843 de Vida Nueva.

ESPECIAL: Papa Francisco