JOSÉ MARÍA AVENDAÑO PEREA | Vicario general de la Diócesis de Getafe
“Ayúdenos, Santo Padre, a ser fieles y valientes amigos del Señor en la tarea pastoral, pero, sobre todo, con el testimonio de una vida entregada, sin reservas, al servicio de Él, de su Iglesia, de los débiles, pobres y necesitados”.
Querido hermano Francisco:
Le escribo esta carta mientras contemplo varias fotografías: una tomada después de ser elegido para la sede de Pedro, donde aparece inclinado pidiendo la bendición de Dios y la oración del pueblo con un sincero silencio orante; en otra custodia, seca y besa los pies doloridos de uno de los jóvenes del instituto penitenciario Casal del Marmo, donde dijo: “Ayudarnos el uno al otro: esto nos enseña Jesús y esto es lo que yo hago, y lo hago de corazón, porque es mi deber. Como sacerdote y como obispo debo estar a vuestro servicio… ¡No os dejéis robar la esperanza!”; otra de las fotografías le muestra a usted sonriente y alegre caminando entre la gente sosteniendo el báculo con la imagen de Jesucristo Crucificado, mostrando la unión con Jesús en su persona; una cuarta foto donde abraza a Benedicto XVI, testigo de humildad; y otra orando juntos: ¡qué signo de comunión!; por último, una después de celebrar la Misa en la capilla de su residencia: usted está sentado en las últimas sillas en actitud de agradecimiento al Señor, mira hacia el Sagrario, porque el timón de la nave de la Iglesia lo lleva Cristo, y nos pide confianza absoluta, entrega, sencillez y misericordia.
Le escribo hoy, domingo por la noche, día del Buen Pastor, y agradezco al Señor haberme llamado a la vida y donado la fe. Estamos “gustando internamente” la alegría de la Resurrección de Cristo que ilumina y da fuerzas para el camino.
Doy gracias a la Trinidad Santa por ponerle a usted en el camino de la vida, con esa “brisa suave” del Espíritu y el olor de las buenas obras desde la paz y la sencillez franciscana.
Le pido que nos exhorte a leer con realismo los acontecimientos,
estando atentos a lo que nos rodea,
poniendo en activo el Concilio Vaticano II,
el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Hoy ha sido una jornada hermosa y difícil; después de haber celebrado y compartido la Mesa de la Palabra y de la Eucaristía, he estado junto a unos hermanos en la fe en una de las instituciones de acogida para hombres “sin hogar” de la Diócesis de Getafe. Santo Padre, ¡cuánto silencio, escucha, testimonio coherente y adoración a Dios se necesitan al mirar de frente el dolor humano!, y, con la ayuda de la gracia, cargamos sobre los hombros la vida del Pueblo de Dios.
Traigo a mi memoria las palabras que nos dirigió el Jueves Santo a los sacerdotes: “Hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las ‘periferias’ donde hay sufrimiento, sangre derramada, ceguera que desea ver… Sed pastores con ‘olor a oveja’, que eso se note;… y pescadores de hombres… sed siempre Pastores según el corazón de Dios”.
Ayúdenos, Santo Padre, a ser fieles y valientes amigos del Señor en la tarea pastoral, pero, sobre todo, con el testimonio de una vida entregada, sin reservas, al servicio de Él, de su Iglesia, de los débiles, pobres y necesitados; que pongamos “la carne sobre el asador” como dice usted, “una Iglesia pobre y para los pobres”. Que nuestro primer trabajo sea la oración: “De madrugada… fue a un lugar solitario, donde se puso a orar” (Mc 1, 35), y buscar a todas horas la gloria de Dios y el bien de los hermanos.
En este lugar, donde vivo el gozo de la fe, con mis hermanos y hermanas, en el corazón de la Iglesia, abundan las maravillas con las que el Señor nos bendice: la dicha de la vocación cristiana, abundan los laicos cada día más conscientes de su vida en Cristo por el Bautismo insertos en los ambientes en los que viven, trabajan o sufren el desempleo; los niños, jóvenes, adultos y ancianos, enamorados de Cristo; el gozo del ministerio episcopal y sacerdotal; la celebración de la Eucaristía, la Penitencia y los demás sacramentos; la Vida Consagrada orante y activa, entregados al Amor de su vida; la belleza de la liturgia, el gozo del anuncio y el servicio a la caridad, la presencia pública.
Sin embargo, constato en algunos cierto cansancio, falta entusiasmo; creo humildemente que “nos falta fe” al ir con la misión de ser fermento evangélico en el mundo; necesitamos salir a evangelizar, si no queremos que nuestra atmósfera se vuelva narcisista y contaminada por respirar siempre el mismo aire. Necesitamos volver “al amor primero” (Ap 2, 4) y reavivar la alegría de ser discípulos del Señor.
Humildemente, le pido que nos exhorte a leer con realismo los acontecimientos, estando atentos a lo que nos rodea, poniendo en activo el Concilio Vaticano II, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Santo Padre, me alegro de su persona y su ministerio apostólico. Cuente con mi oración y ayuda, en la hermosa y delicada tarea de “anunciar, testimoniar y adorar” el gozo del Amor de Dios. Ánimo. Pido a la Virgen María que le mantenga firme y fiel. Gracias, papa Francisco.
En el nº 2.848 de Vida Nueva.