Tribuna

CON LA MIRADA PUESTA: “Dios no hace acepción de personas”

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Jesús Pérez Rodríguez. Arzobispo emérito de Sucre (Bolivia)

El Concilio Vaticano II nos ha enseñado cómo la salvación es para todos, o sea, la salvación es universal y nos invita a descubrir lo bueno que Dios mismo ha puesto en el corazón de todas las personas: “cuanto de verdad y gracia se encontraba ya entre las naciones paganas, como por una casi secreta presencia de Dios, lo libera de contagios malignos y lo restituye a su Autor”. Se trata de una gracia presente en los paganos antes del anuncio del Evangelio, gracia que es fruto de una presencia secreta de Dios y, a veces, inadvertida. La evangelización no es llenar solamente la persona de una serie de conceptos porque se encuentra vacía en su corazón, sino en hacerle tomar conciencia de la presencia callada de Dios en su vida.

Todos somos pecadores y sólo Dios puede hacernos dignos

El Centurión es un oficial del ejército romano, pagano. No estaba dentro de la religión judía. Él manda a unas personas para que se entrevisten con Jesús y le pidan que cure a su sirviente de la enfermedad. Un grupo de los ancianos de Israel son quienes se acercan a Jesús para solicitar la curación porque este hombre era bueno con el pueblo. Jesús alaba la fe de aquel hombre y lo presenta como ejemplo para “quienes, están pero no son”. Sucede en no pocos casos que personas que se creen cristianas no tienen fe. Todos los cristianos estamos llamados a la conversión continua. Incluso el propio Jesús se queja de la falta de fe de sus paisanos.

Cuando fue escrito el Evangelio de Lucas ya la Iglesia admitía en su seno a los paganos, estos eran todos los que no adoraban al Dios de Israel. A la iglesia naciente le costó aceptar la verdad: “Dios no hace acepción de personas”. No hay duda que el Espíritu es el que guía a la Iglesia. La Iglesia fue dando pasos adelante y pasos atrás. Por eso debemos preguntarnos si somos universales en nuestro corazón, si tenemos un corazón abierto.

En cada comunión, antes de recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo, decimos: “Señor, no soy digno…”. Estas palabras hay que decirlas con profunda humildad y evitando la lacra de la rutina. Decirlas conscientemente conlleva reconocerse como pecadores, pues todos somos pecadores y sólo Dios puede hacernos dignos. Nadie es digno de recibir la comunión, ni el Papa. La humildad del Centurión, le mereció el milagro de Jesús. El amor y la salvación son regalos de Dios y no se debe a nuestros propios méritos.