Luci Lozano Garrido: “Lolo es el santo de la alegría”

Hermana de Manuel Lozano Garrido, Lolo

Luci-Lozano

Texto y fotos: MARÍA GÓMEZ | Sentada en el fondo de un enorme sillón de color beige, tiene el aspecto entrañable de cualquier anciana que recibe a un grupo de amigos una tarde cualquiera. Entra el sol por la terracita en la que abundan los tiestos y las flores, que le encantan, y se ilumina el salón, plagado de imágenes, cuadros, fotografías y libros de Lolo; sus ojos ya estaban encendidos de ilusión desde que abrió la puerta. Luci Lozano Garrido, hermana de Manuel Lozano Garrido, Lolo, no cree merecer ningún tipo de interés para los periodistas, y por eso cuesta tanto convencerla incluso de que pose para una foto; pero si se plantea la entrevista como una charla sobre su hermano, entonces sí, entonces la reunión puede alargarse varias horas: “Yo soy muy charlatana, y además cuando hablo de Lolo me emborracho”. Su tono es a la vez cálido y enérgico, lleno de humor y optimismo, pero con no pocos trazos de tristeza.

Lolo, nacido en Linares (Jaén) en 1920, miembro de Acción Católica (AC), periodista y escritor “atado a una silla de ruedas”, fue declarado venerable hace dos años, y el pasado 19 de diciembre, el papa Benedicto XVI aprobó el decreto que reconoce un milagro atribuido a él, por lo que la beatificación que sus allegados llevan tanto tiempo buscando está muy próxima. Y ante todo esto, Luci, que fue hermana, compañera, enfermera y confidente, asegura: “Yo no siento nada especial. A mí lo que me está dando esto es muy malos ratos, porque a Lolo no le he olvidado un momento, y me pego cada tunda de llorar…”. Claro que en otro momento sonríe y admite: “Miro su estampita y digo: ‘¡Pero si a ti no te pega ser venerable!’”.

A veces se pone a leer sus libros, mejor dicho, a escucharlos en las grabaciones que le regaló la Asociación de Amigos de Lolo, y eso aviva los recuerdos. Cuando, por ejemplo, él le decía: “‘Yo me tengo que morir antes que tú’. Y yo le respondía: ‘¡No, por Dios!’. Yo le decía que me iba a sentir muy sola, pero él explicaba y razonaba, y todo aquello que hablábamos a los veintitantos años es lo que estoy viviendo ahora”.

Luci era la pequeña de siete hermanos; Lolo, el quinto. Perdieron a sus padres cuando eran muy niños, y María, la mayor, supo seguir fomentando el gran sentimiento religioso que había en la familia. Luci aún se acuerda del sagrario de la parroquia que estaba frente a su casa y, entre risas, confiesa: “Me pasaba horas allí, de rodillas, pensando en mis muñecas y en las ganas que tenía de saltar a la comba”.

Pepe Utrera, de la Asociación Amigos de Lolo, Luci Lozano y el sacerdote Javier Díaz Lorite

Pepe Utrera, de la Asociación Amigos de Lolo, Luci Lozano y el sacerdote Javier Díaz Lorite

No hay recuerdo en el que no evoque a Lolo: explica cómo se les llenaba la casa de chicos de AC, a los que él, durante la Guerra Civil, repartía la Eucaristía; habla de su profunda formación y de su “humildad tremenda”, y relata cómo los domingos iba a la cárcel a charlar con los presos; y aclara: “Lolo no era un hombre ñoño, le gustaban las chicas, por ejemplo, porque él nunca manifestó una vocación religiosa, sino que era un seglar comprometido. Era un adelantado a su tiempo, en todo y por todo. Yo lo califico como que estaba lleno de Dios, pero entonces no me daba cuenta. Me estoy dando ahora cuenta de tantas cosas…”.

“Dicen que Lolo engancha, y creo que es verdad –apunta en otro momento–. Dios hizo maravillas en él, no le demos más vueltas. Él dijo: ‘Aquí estoy, lo que tú quieras’, y ya está”.

Desde su silla

Luego vino la enfermedad, cuando los médicos de Madrid les dijeron que no había solución. El periodismo se convirtió en el vehículo de su compromiso y, gracias a sus artículos y colaboraciones, conocieron a algunas de las personas más importantes de sus vidas.

Firmaba primero en Signo y en Cruzada, y luego, entre otras, en Vida Nueva: “Yo escribí a una sección de caridad porque no podíamos comprar la silla de ruedas. Y José María Pérez Lozano –entonces director de la publicación– me dijo que nos la concedía y que lo llevaría todo con discreción para que no se enterara mi hermano”. Con Pérez Lozano y los trabajadores de PPC tuvieron una amistad muy especial: “Fueron casi como mi familia”.

Los momentos más duros Luci prefiere guardárselos para sí: cuando él perdió la vista los últimos nueve años; cuando, al final del día, se quedaban solos en la habitación; los dolores, los secretos, los silencios… El balance, en cualquier caso, es siempre positivo.

“No tengo con qué darle gracias a Dios por mi vida”. Y la complicidad, emoción eterna: “Yo era siempre su hermanilla. En los últimos años, me sorprendió, porque para llamarme de vez en cuando me decía ‘madre’. Y para mí Lolo era mi hijo. Es lo más grande que he tenido, y me encanta que le digan ‘el santo de la alegría’. Yo le decía: ‘Tú me tocaste en una tómbola de Dios, que me dio el premio gordo contigo’. No se puede querer más, porque después de tantos años como han pasado…”.

En el nº 2.690 de Vida Nueva.

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