La crisis

(+ Fernando Sebastián– Arzobispo emérito)

“No podremos superar la crisis si no recuperamos un riguroso respeto por la moralidad pública. Detrás de las instituciones hay siempre personas. Y las personas actúan según sus valores y sus preferencias”

Me preguntó una periodista qué podía decir sobre la crisis desde el punto de vista cristiano. Pienso que, para un cristiano, la primera urgencia es ayudar a quienes más la padecen, los que se han quedado sin trabajo. Y la segunda, tratar de diagnosticarla lo mejor posible para superarla cuanto antes.

En el diagnóstico hay unos niveles técnicos en los que el ser cristiano no añade ni cambia nada. Es cuestión de saber y de querer hacerlo bien. Pero hay otros niveles en los que el cristianismo sí nos ayuda y nos apremia. Se trata de las implicaciones morales que hay en todo ello.

Para hacer frente a la crisis hay que corregir los abusos morales que intervinieron en su formación. Unos quisieron ganar más de la cuenta, otros gastaron más de lo que podían. Todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Ha habido encubrimientos, falsedades, despilfarros, codicias, apropiaciones indebidas.

En la euforia del enriquecimiento y del buen vivir, los españoles hemos perdido el respeto por la ley moral. Y sin moral no hay sociedad que funcione. Esta moral pública tiene que ser inviolable para todos, especialmente para los dirigentes: veracidad, sobriedad, justicia, servicio al bien común por encima del propio interés. No podremos superar la crisis si no recuperamos un riguroso respeto por la moralidad pública. Detrás de las instituciones hay siempre personas. Y las personas actúan según sus valores y sus preferencias. Es ahí donde hace falta que estos valores sean verdaderos y justos, sin falsedades, sin egoísmos, sin exclusiones ni preferencias.

Nadie puede dudar de que la religión sincera aclara y fortalece la vida moral. Ni quito ni pongo rey, sólo digo que la fe cristiana ayuda a ser justo, y que la justicia moral es indispensable para el buen gobierno.

En el nº 2.709 de Vida Nueva.

Compartir