Joan Botam: “Si uno reza, los muros de la separación caen”

Ecumenista

(Texto y foto: Glòria Carrizosa) El P. Joan Botam i Casals, capuchino (Les Borges Blanques, Lleida, 1926), ha atendido estos días más visitas y llamadas de lo habitual, pues el 21 de abril recibía el Premio Sant Jordi 2010, el galardón más preciado del Gobierno de Cataluña. Muy merecido, junto con el que le concedió el Grupo de Trabajo Estable de las Religiones en marzo.

A sus 83 años, ve reconocida públicamente su valiosa labor de convivencia, diálogo y proximidad con los miembros de las distintas confesiones cristianas, en Cataluña y en España. Unas relaciones hoy estables y cordiales, pero que antes debían realizarse en la clandestinidad. “En un viaje apostólico que hice en los años 60, visité al obispo Molina, de la Iglesia Episcopal Reformada Española. Rezar juntos fue una experiencia muy intensa, él se emocionó y a mí me temblaban las piernas; sabía de la trascendencia del momento, era necesario, pero estaba prohibido”.

Recuerdos de un religioso a quien le gusta pensar que fue el ecumenismo lo que le escogió a él: “Todo lo que es vocacional se debe a un impulso secreto misterioso que te conduce”.

Estudió Teología en Salamanca y en la Gregoriana de Roma, donde realizó una tesis doctoral sobre Arnau de Vilanova, dirigida por el P. Miquel Batllori. También estudió a Ramon Llull y su tratado sobre las religiones judía, católica y el islam. “Llegué a la conclusión de que no tenía sentido la discusión para llegar a una sola religión; desde la fe, las distintas tradiciones debían esforzarse para alcanzar la paz”, explica el capuchino.

Ya en Barcelona, en 1956 fue nombrado consiliario de Pax Christi, un movimiento internacional católico que nació para la reconciliación franco-alemana. Recuerda las rutas a Santiago, a Valladolid, más de mil jóvenes europeos en Montserrat en los años 60… “El Espíritu Santo nos llamaba. El encuentro con los cristianos no católicos me abrió los ojos a otra realidad: ¿cómo vivían los protestantes aquí, donde imperaba el nacional-catolicismo?”. Ante esta inquietud, Botam empezó a reunirse en el Centro de Influencia Católica Femenina en Barcelona, para formarse en lo que ahora se conoce como ecumenismo. Editaban unos folletos, Orientación e Información Ecuménica, que dieron la vuelta al mundo cuando la censura guillotinó sus páginas.

“Si uno reza de verdad, los muros de la separación caen; nuestro Señor reza con nosotros y en Él no hay divisiones”, desea este religioso. Heredero de la cultura pacifista de san Francisco de Asís, el P. Botam se siente especialmente orgulloso del Centro Ecuménico de Cataluña que creó en 1984, “posiblemente el único centro interconfesional, ya que hay otros grupos muy ecuménicos, como los focolares o la Comunidad de Sant’Egidio, pero son confesionalmente católicos”.

“Se ha trabajado mucho estos 30 años, las relaciones han mejorado muchísimo, se han erradicado tópicos y estereotipos. Hay amistad, una comunión vivencial de oración, incluso de asistencia a los sacramentos. Tengo amigos alemanes que alternan el culto católico con el luterano”, afirma satisfecho.

“Me gusta hablar de relaciones, más que de diálogo entre confesiones en el sentido académico; pero tampoco creo que sea necesario”. Asegura que cuando está ante un pastor protestante o un sacerdote ortodoxo, “no me acuerdo de que tiene unas creencias matizadamente distintas a las mías. Cuando nos relacionamos como auténticos hermanos, nos olvidamos de lo que nos aleja”.

En esencia:

Una película: Tres días con la familia, de Mar Coll.

Un libro: Vida y destino, de Vasili Grossman.

Una canción: Al vent, de Raimon, y La tieta, de Serrat.

Un deporte: la natación y el fútbol, como espectador.

Un sueño: la paz en los lugares donde hay conflictos.

Un rincón del mundo: el Lago de Tarapoto, en Colombia.

Un recuerdo de infancia:
la interrupción de la escuela por los bombardeos.

Una aspiración: un país, Cataluña, y una Iglesia receptiva, dialogante y libre.

Un deseo frustrado: un espacio de acogida capuchino, al día, con un espíritu sencillo y digno.

Una persona: el abad Cassià, el obispo Pont i Gol…

La última alegría:
el reconocimiento del Grupo de Trabajo Estable de las Religiones.

La mayor tristeza:
la Guerra Civil, y todas las guerras en general.

Un regalo:
la salud.

Un valor: la honestidad.

Que me recuerden… como una persona acogedora y dialogante al servicio del evangelio de la paz.

En el nº 2.705 de Vida Nueva.

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