Javierre, Cabodevilla y Descalzo

Joaquín L. Ortega(Joaquín L. Ortega– Sacerdote y periodista)

“Fueron pioneros en áreas que reclamaban renovación dentro de la Iglesia. No eran sólo curas que escribían, versificaban o peroraban. Fueron hombres que convirtieron su escribir, su decir y su pensar en un verdadero sacerdocio, en sintonía siempre con la Iglesia”

Con la muerte de José María Javierre, tan reciente y tan sentida, se ha cerrado un ciclo en ciertas presencias de la Iglesia. Procede levantar acta de ello en Vida Nueva. Javierre ha sido el último de una generación singular de hombres de Iglesia, de sacerdotes que saltaron decididos a la arena de los medios de comunicación social, del periodismo, de la literatura en prosa o en verso, como nuevas plataformas de evangelización a la medida del siglo XX.

Junto al de Javierre, hay que consignar otros dos nombres señeros: José Luis Martín Descalzo y José María Cabodevilla. Descalzo, el más joven y creativo de los tres, fue el primero en desaparecer, en junio de 1991. Cabodevilla, el de la prosa más tersa y mejor perfumada de humor, se despidió en febrero de 2003. Javierre se quedó para el último, en diciembre de 2009, con un currículum y una producción comunicativa y libresca más que exuberantes. Con ellos, el viejo y español “mester de clerecía” había conocido una nueva primavera.

Sería injusto –e inexacto– reducir tal fenómeno religioso-cultural a sólo tres personas. En dicha “tropa”, como la llamaba Javierre, han militado otros hombres y nombres que siguen todavía en la brecha.

No obstante, la tríada Javierre, Cabodevilla y Descalzo quedará en la memoria colectiva como un trío de estrellas refulgentes. Los tres tuvieron que ver con Vida Nueva. Y con Estría, en el Colegio Español de Roma, y con Incunable y PPC, a caballo entre Salamanca y Madrid. Fueron pioneros en áreas que reclamaban renovación dentro de la Iglesia. No eran sólo curas que escribían, versificaban o peroraban. Fueron hombres que convirtieron su escribir, su decir y su pensar en un verdadero sacerdocio, en sintonía siempre con la Iglesia.

Que conste, por más que sea sólo en esta frágil columna.

En el nº 2.697 de Vida Nueva.

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