Las tragedias de la inmigración siguen preocupando al Papa

Para Benedicto XVI, el problema reclama la solidaridad de todos, junto con políticas comunes y eficaces

(Antonio Pelayo– Roma) En estas últimas semanas los medios de comunicación han registrado un aumento de la inmigración irregular procedente de África. Con frecuencia la travesía del Mediterráneo hacia el continente europeo, visto como un destino de esperanza para huir de situaciones adversas y a veces insostenibles, se transforma en una tragedia; la sucedida hace pocos días parece haber superado las precedentes por su alto número de víctimas”.

Con estas palabras, Benedicto XVI aludía a los desaparecidos en el Canal de Sicilia, hace pocas semanas, sin que nadie pudiera acudir a prestar ayuda a los 70 -quizás más- seres humanos, niños incluidos, embarcados en Libia y engullidos literalmente por el Mediterráneo.

El Papa, que ya había advertido en uno de sus Angelus desde Bressanone contra “toda posible tentación de racismo, intolerancia y exclusión”, volvió en Castelgandolfo, el 31 de agosto, a tratar el delicado tema de las migraciones, que este verano se han cobrado centenares de víctimas inocentes, sólo culpables de querer mejorar sus condiciones de vida. El texto de Ratzinger es tan completo y matizado que creemos oportuno reproducirlo íntegro: “La emigración es un fenómeno que se remonta a los albores de la historia de la humanidad y que, por lo tanto, ha caracterizado siempre las relaciones entre los pueblos y las naciones”.

“La emergencia en que se ha transformado en nuestro tiempo -prosiguió- nos interpela, sin embargo, y mientras reclama nuestra solidaridad, impone al mismo tiempo eficaces respuestas políticas. Sé que muchas instancias regionales, nacio­nales e internacionales se están ocupando de la emigración ilegal: a ellas va mi aplauso y mi estímulo para que ­continúen su meritoria acción con sentido de responsabilidad y espíritu humanitario”.

“Los países de origen -dijo a continuación- tienen que demostrar sentido de responsabilidad, y no sólo porque se trata de sus ciudadanos; también tienen que remover las causas de la emigración ilegal y arrancar de cuajo las formas de ilegalidad que van unidas a ella”.

Sigue este llamamiento a los países a donde se dirigen estos desheredados de la fortuna: “Los países europeos y aquéllos que son meta de la emigración están llamados a desarrollar de común acuerdo iniciativas y estructuras cada vez más adecuadas a las necesidades de los emigrantes ilegales. Estos últimos, también, deben ser sensibles al valor de la propia vida, que representa un bien único, siempre precioso, que deben tutelar frente a los gravísimos riesgos a los que se exponen en la búsqueda de una mejora de sus condiciones y sobre el deber de la legalidad que se impone a todos”.

Antes de finalizar su alocución, el Pontífice expresó así su preocupación: “Como Padre común, siento el profundo deber de llamar la atención de todos sobre el problema y de pedir la generosa colaboración de los individuos y de las instituciones para afrontarlo y encontrar vías de solución. El Señor nos acompañe y haga fecundos nuestros esfuerzos”.

Deseo cumplido

Apenas liberada el pasado 2 de julio de la “prisión” donde la habían mantenido sus secuestradores, los guerrilleros de las FARC, desde el 23 de febrero de 2002, Ingrid Betancourt manifestó su deseo de visitar al Papa para agradecerle su apoyo y manifestarle la importancia que había tenido su fe para mantenerse íntegra durante su cautiverio. Dicho deseo se realizó el 1 de septiembre, cuando la ex senadora franco-colombiana entró en el Palacio de Castelgandolfo para ser recibida por Benedicto XVI. Le acompañaban su madre, Yolanda Pulecio, su hermana Astrid y algunos sobrinos.

Ingrid, una vez llevada a la presencia del Santo Padre, rompió el protocolo y se abrazó muy emocionada a él, que la acogió con afable paternidad y algunos signos de genuina emoción. “Es extraordinario conocerle -le dijo la mujer con voz entrecortada-, es un sueño que se realiza”. Ambos se retiraron después a una salita contigua, y allí mantuvieron un coloquio privado que se prolongó durante casi una media hora.

“Un clima de grandísima emoción” fue la expresión utilizada por el P. Federico Lombardi para describir el que reinó durante todo el encuentro. “Ingrid -añadió el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede- deseaba muchísimo este encuentro con el Santo Padre. Y esto, porque durante el tiempo de su prisión ha sido para ella un tiempo de gran experiencia espiritual, de oración, y tenía el deseo de comunicarle al Papa la importancia que la fe había tenido para sostenerla en ese período de prueba tan difícil”.

En Roma se siguen con creciente inquietud las noticias provenientes de la India, donde en las últimas semanas se han producido una serie de agresiones a los cristianos en general y a los católicos en particular (ver pp. 38-39). La Nunciatura de Nueva Dehli -de la que es titular el arzobispo español Pedro López Quintana– mantiene línea abierta con la Secretaría de Estado sobre la evolución de esta crisis. A ella se han referido el cardenal Tauran, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (“pecado contra Dios y la humanidad”, ha dicho de los crímenes) y Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados, que en el Meeting de Comunión y Liberación en Rimini dijo: “Hay que combatir la discriminación y la intolerancia contra los cristianos con la misma determinación con la que se combaten el antisemitismo y la islamofobia, porque sería una paradoja que se crease una especie de jerarquía de las intolerancias”.

El Papa, por su parte, hizo un llamamiento durante la audiencia del 27 de agosto para que se respete en cualquier circunstancia la “sacralidad” de la vida humana. Al día siguiente, el Vaticano hacía público este comunicado: “En referencia a las trágicas noticias de violencias contra fieles e instituciones de la Iglesia católica que provienen de la India, la Santa Sede expresa su solidaridad a las Iglesias locales y a las congregaciones religiosas afectadas y reprueba estas acciones que hieren la dignidad y la libertad de las personas y comprometen la pacífica convivencia civil. Al mismo tiempo, hace un llamamiento para que, con sentido de la responsabilidad, se ponga fin a cualquier exceso y se reconstruya el clima de diálogo y mutuo respeto”.

“EL PAPA PRONUNCIABA MI NOMBRE…”

Vistiendo el mismo traje-sastre beis y el velo negro de encaje sobre los hombros que había llevado a Castelgandolfo, Ingrid Betancourt se reunió con los periodistas en Roma y contó algunos detalles de su conversación con el Papa: “Un día, al final de una marcha durísima, desde el alba hasta el ocaso, con unas mochilas muy pesadas a las espaldas, sin saber dónde nos estaban llevando, llegamos al campamento agotados. Sentía una profunda angustia y un profundo dolor en el corazón. Encendí la radio, que era la única distracción posible, y curiosamente oí la voz del Papa, que pronunciaba mi nombre. En el momento en que pensaba que me habrían olvidado me apareció esta luz. Por eso cuando he vuelto a la libertad he expresado el deseo de verle y abrazarle”. Siempre según su versión, Benedicto XVI le habría dicho: “Creo que Dios ha realizado para ti este milagro porque tú has sabido pedir; no has pedido ser liberada, sino ser ayudada a comprender cuál era Su voluntad”.

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