“La ecología es, ante todo, un problema humano, moral”

El Pabellón de la Santa Sede en la Expo de Zaragoza acoge un Congreso de Ecología

(Miguel Ángel Malavia) La Iglesia, comprometida con las vicisitudes de su tiempo, no podía dejar pasar un acontecimiento tan importante como la Expo 2008 de Zaragoza, centrada en la temática del agua. Por ello, el Pabellón de la Santa Sede se erige como cualquier otro junto a los del resto de países. A pesar de que serán numerosas sus actividades a lo largo de todo el verano, el núcleo central de sus acciones es el Congreso Internacional de Ecología, que se ha celebrado entre el 10 y el 12 de julio. Organizado por el Arzobispado de Zaragoza y el Pontificio Consejo Justicia y paz, ha buscado abordar uno de los problemas que, sin duda, marcarán el devenir de nuestro tiempo: la escasez, cada vez más acuciante, de agua.

En la inauguración de las ponencias estuvieron presentes el alcalde zaragozano, Juan Alberto Belloch, el arzobispo Manuel Ureña, el nuncio Manuel Monteiro, y el presidente del Consejo Justicia y Paz, el cardenal Renato Martino.

Ureña ya marcó en el discurso de apertura uno de los puntos sobre el que orbitarían la mayoría de las conferencias: “La ecología no ha nacido de forma espontánea, sino urgida por el estado lamentable en el que desde hace algunas décadas se encuentra la naturaleza. Por tanto es un problema humano, moral”.

A lo largo de los tres días de Congreso quedaron fijados el resto de principios que, finalmente, serían recogidos en las conclusiones, leídas por el cardenal Martino en el acto de clausura. Así, se incidió en la idea de que “la naturaleza es un don de Dios”, por lo que debe ser el hombre el que, “por estar dotado de inteligencia”, vigile de un modo “responsable” por su conservación. De este modo, dejó claro que “el problema ecológico no es exclusivamente científico o técnico, sino que debe ser abordado desde una perspectiva ética”. 

No hay duda de que la capacidad tecnológica del ser humano le ha dotado de un “poder” sobre la naturaleza, pudiendo “influir” en sus ritmos de desarrollo. Por ello, el riesgo llega “cuando los ritmos naturales no sólo son interferidos, sino destruidos”. Así, “ese poder no puede ejercerse desde la arbitrariedad, sin tener en cuenta al resto de componentes de la creación”. En definitiva, el núcleo central del congreso se podría resumir en el mensaje que Benedicto XVI dirigió a los reunidos en el Pabellón de la Santa Sede: “El agua es un derecho universal e inalienable, fundamentado en la dignidad de la persona humana”, que debe ser “protegido con claras políticas nacionales e internacionales” en virtud a “los principios de solidaridad y responsabilidad”. El Papa dejó claro que el agua no puede verse “exclusivamente como algo económico o material” y defendió que “la plena recuperación de su dimensión espiritual” sería “garantía de un adecuado planteamiento de los problemas éticos, políticos y económicos que afectan a la compleja gestión del agua”.

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