El ejército colombiano libera a Betancourt y a otros 14 rehenes

La “impecable operación” supone un duro golpe para las FARC y un respaldo a la política del presidente Uribe

(Gustavo Vélez– Bogotá) La acción desarrollada el 2 de julio por el Ejército colombiano en las selvas del sur del país no se le ­hubiera ocurrido ni al mejor guionista de Hollywood. Sin disparar un solo tiro, ni derramar una gota de sangre, la ex candidata presidencial, Ingrid Betancourt, tres asesores estadounidenses y 11 miembros de las Fuerzas Armadas de Colombia, retenidos desde hace años por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), fueron devueltos a la libertad.

El general Fredy Padilla de León desveló algunos detalles de la denominada Operación Jaque, llevada a cabo con la paciencia y destreza de los ajedrecistas. Largos diálogos con el policía Frank Pinchao, que logró escapar de la guerrilla, y otras personas liberadas brindaron ciertas claves para, mediante un guerrillero infiltrado, aproximarse a los campamentos de los rebeldes. Así, consiguieron monitorear el teléfono de ‘Alfonso Cano’, sucesor de ‘Tirofijo’ al frente de las FARC.

Un oficial, imitando la voz de Cano, le instó a Gerardo Aguilar, ‘César’, comandante del primer frente de las FARC, a reunir cerca de su campamento a un buen grupo de secuestrados, para encontrarse con representantes de una acreditada ONG internacional en la ribera del río Inírida (a 72 kilómetros al sur de San José del Guaviare y a 58 kilómetros de Tomachipán), y le pidió que les acompañara para garantizar la seguridad del grupo. Poco antes de las 12, una aeronave de la que bajaron varios hombres con apariencia de guerrilleros de las FARC aterrizó en el lugar y ordenó que se subieran a la misma los secuestrados y sus vigilantes. Una vez a bordo, estos últimos fueron golpeados por los supuestos guerrilleros, y uno de ellos gritó: “¡Somos el Ejército Nacional. Ustedes están libres!”.

Pasadas las cinco de la tarde, los liberados llegaban al aeropuerto militar de Catam, donde les esperaban sus familiares y decenas de periodistas de todo el mundo, que registraron la escena con gran júbilo. “La operación fue impecable”, reconoció Betancourt, que llamó a “confiar en las Fuerzas Militares, porque ellas nos van a llevar a la paz”.

Desde el Vaticano, el Papa se mostró alegre por “esta hermosa noticia”, que es “una señal de esperanza” para tantas personas que buscan la pacificación, y elevó sus oraciones a Dios “para que acaben cuanto antes esas situaciones que han causado tanto dolor y para que en Colombia reine una paz estable y justa”.   

Sin embargo, en medio de la alegría que embarga al país, tanto el presidente como sus altos mandos y los propios liberados han pedido no olvidar a otros muchos compatriotas aún secuestrados. “Seguiremos adelante hasta liberarlos a todos”, ha declarado Uribe, cuya popularidad ha subido hasta un 91%. Y es que la Operación Jaque no sólo ha supuesto un duro golpe para las FARC, sino el éxito más rotundo del mandatario.

CENTENARIO Y RENOVACIÓN DE CARGOS

Con la participación del nuncio apostólico, Aldo Cavalli, y 92 obispos del país, una solemne eucaristía en la catedral de Bogotá, en la que se pidió por la liberación de las personas secuestradas y se imploró el don de la paz, puso fin el 5 de julio a la Asamblea de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) que sirvió para conmemorar el centenario de este ­organismo.

El nuevo presidente de la CEC y arzobispo de Barranquilla, Rubén Salazar, reiteró el compromiso de la Iglesia en favor de la reconciliación, al tiempo que respaldó la marcha contra el secuestro, prevista para el 20 de julio. Salazar, nacido en Bogotá hace 66 años, sucede en el cargo al arzobispo de Tunja, Luis Augusto Castro, y le acompañarán los reelegidos Iván Marín, arzobispo de Popayán, como vicepresidente, y Fabián Marulanda, como secretario.

La Asamblea, que contó con la presencia del cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos, se centró en hacer memoria histórica de este siglo de trabajos, que comenzaba sus actividades el 14 de septiembre de 1908 bajo la presidencia del entonces arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo, y rindió un sentido homenaje a todos los obispos eméritos, ausentes y presentes en la sede del Episcopado.

En su mensaje final, en consonancia con los acontecimientos vividos los últimos días, los prelados se comprometen a apoyar toda iniciativa que promueva la paz y la justicia social en los diferentes estamentos del país.

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